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¡Que viene el marxismo!

Karl Marx

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En una nueva versión del grito “¡Que vienen los rusos!”, título de la hilarante película de Norman Jewison que narra una supuesta invasión soviética de EEUU, la CEOE advierte, más de medio siglo después del estreno de aquel film, que los marxistas han llegado a España. Que hay en marcha “un abordaje marxista del mercado laboral”. Lo dice por la reforma del mercado de trabajo planteada por el Gobierno, que prevé deshacer algunos puntos polémicos introducidos en la reforma de Rajoy de 2012. Entre ellos, el que dio prevalencia a las negociaciones colectivas empresariales frente a las sectoriales. O el que flexibilizó el concepto de trabajo temporal para incluir bajo esta categoría los muy previsibles empleos estacionales.

La agitación de la CEOE con el marxismo, equiparable en histeria a la de Candela con los chiítas en Mujeres al borde de un ataque de nervios, solo puede interpretarse como un intento de la patronal por congraciarse con el Partido Popular, después de haberlo contrariado con el apoyo público que su presidente, Antonio Garamendi, expresara a los indultos del procés. Y qué mejor acto de contrición que añadir un nuevo epíteto a la ofensiva conservadora por presentar al Ejecutivo como una encarnación diabólica del comunismo y del castrochavismo. La verdad es que no se esforzaron mucho: marxistas.

Es cierto que Marx habló en El Capital sobre contratos, salarios e, indirectamente, de negociaciones colectivas. Introdujo el concepto de “ejército industrial de reserva” para describir cómo a los empresarios les beneficiaba que hubiera una gran bolsa de demandantes de empleo para negociar a la baja los salarios. También señaló la importancia del empleo estable en la consolidación de un proletariado con capacidad para defender colectivamente sus intereses de clase y allanar el camino hacia el sistema pretendidamente justo que reemplazaría el capitalismo. Una de las grandes novedades del marxismo fue haber asumido el trabajo no solo en su vertiente productiva –como lo hacían influyentes pensadores liberales y una corriente de inspiración protestante de glorificación del trabajo-, sino también en sus dimensiones social y política. Marx señaló algo obvio, pero de enorme trascendencia: que el trabajo es uno de los ámbitos más activos de socialización del ser humano. Sin duda, el filósofo alemán habría aplaudido una legislación laboral que reforzara la contratación indefinida y la negociación colectiva sectorial, en la medida en que, desde su perspectiva, medidas de este tipo contribuirían a fortalecer la conciencia de clase de los trabajadores como etapa previa al momento inexorable de la destrucción del Estado burgués y la implantación de la dictadura del proletariado.

¿Significa esto que todo proyecto que busque la estabilidad laboral y apuntale la negociación sectorial es “marxista” y aspire a la demolición del capitalismo, como advierte la CEOE? Más brillante como analista que como profeta, Marx vaticinó que el comunismo surgiría del propio desarrollo de las contradicciones del capitalismo, al que atribuía una prodigiosa capacidad de creatividad destructiva. Sus pronósticos, que parecieron cumplirse prematuramente con la efímera experiencia de la Comuna de París, fracasaron a la postre: el comunismo no prendió en los países más industrializados –Reino Unido, Alemania, Francia-, sino en países atrasados y de estructura agrícola, como lo eran Rusia y China. La mejora progresiva de las condiciones de los trabajadores europeos tuvo el efecto de que se adaptaran al capitalismo y desoyeran los cantos de sirena de un mundo feliz e igualitario que llegaban del Este. El problema al que hoy se enfrenta Europa no es que se fortalezcan las condiciones salariales, organizativas y negociadoras de los trabajadores, sino todo lo contrario: que estas se sigan deteriorando. Más que el marxismo o los chiítas, lo que debería inquietar a la CEOE es el capitalismo. Su deriva. Sus contradicciones. Sus grietas. Un tema que describió con extraordinaria lucidez Marx en el contexto del capitalismo industrial, sin imaginar las transformaciones profundas y traumáticas que se producirían en esta nueva fase del capitalismo que estamos viviendo con la financiarización y la globalización.

Desde la reforma laboral de 1994, las conquistas laborales se han ido recortando de manera paulatina en nombre de la competitividad, la productividad y la imparable realidad de la globalización. La reforma laboral de Rajoy no solo extremó las facilidades para la contratación temporal, sino que asestó dos hachazos al poder de negociación y organización de los trabajadores, al dar prelación a los convenios a nivel empresarial y limitar a un año la denominada ultraactividad (extensión de los convenios tras su caducidad). Que ahora el Gobierno pretenda revertir esos puntos no es “regresivo” en términos ideológicos, como arguye la patronal. Lo que plantea, en el caso de los convenios y la ultraactividad, es volver a la situación anterior a la reforma de Rajoy, como estuvo en los Gobierno de González, Aznar y Zapatero. Que se sepa, ninguno de ellos se declaraba marxista. Por otra parte, en países como Francia, Suecia y Alemania predomina la negociación sectorial; en el caso alemán, la negociación empresarial solo se reconoce para supuestos muy concretos que no se traten en la primera. Y que se sepa, en ninguno de esos países se ha instaurado la dictadura del proletariado. Otra cosa es si la reforma que plantea el Gobierno será o no apropiada para generar empleo de calidad y dinamizar la economía. O si es posible introducir cambios en un modelo de producción, cada vez más volcado en los servicios, que se ha mostrado incapaz de digerir la elevada demanda de empleo. Eso es otro debate, que sin duda merece ser tratado con rigor. En lo posible, sin hacerle el juego a las campañas cada vez más delirantes del PP. Que no vienen los rusos. Que Marx ya dijo todo lo que tenía que decir. Que estamos hablando del capitalismo y sus vías de supervivencia.

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