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23 de febrero fatídico

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La guerra de Rusia contra Ucrania comenzó realmente el 24 de Febrero de 2022, pero un día antes, el 23 de hace un año, ya sus ejércitos se preparaban en su frontera para su invasión y ese día realmente cambió nuestro mundo.

Ha cambiado en muchos aspectos, el militar, el humanitario, el geopolítico y especialmente el económico.

También nuestra manera de entender la reacción ante estos crueles acontecimientos, desde una sociedad excesivamente anestesiada ante ellos.

¿Dónde quedan aquellas multitudinarias manifestaciones contra la guerra de Vietnam, e incluso ante la de Irak y Kuwait?

La izquierda que las lideró se encuentra ahora sin encontrar su rumbo, al albur de lo que se nos marca desde el imperio. O quizás se esté viendo inmersa en la marea belicista imperante.

¿Dónde quedó aquel atronador eslogan que tantos gritamos en las calles y en nuestras intervenciones y reflexiones: “NO A LA GUERRA”? Ahora sólo se oye hablar de más armas, más tanques Leopard o aviones F16, drones de destrucción masiva, miles de muertos y heridos de cada bando, pero nadie habla de paz, de diálogo y negociaciones que ayuden a acabar con esta pesadilla.

Se palpa un ambiente social de aceptación ante lo que está ocurriendo, mezclada con una peligrosa sumisión impregnada de pesimismo, que augura un futuro aún peor.

Hemos sido desactivados en el peor sentido de este concepto.

Incluso olvidamos aquel otro 23 de febrero, el de 1981. Una fecha importante en la historia de nuestro país, que deberíamos recordar para que no nos suceda como esa reflexión que dice: “el pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla”.

Al menos yo la recuerdo, sigo recordando aquel tenebroso día en el que pereció que todo lo que habíamos avanzado se nos venía abajo.

Por entonces acababa de llegar a Navarra, iniciaba una nueva vida llena de ilusión y felicidad que aquella larga noche pensé se truncaba. Mi larga militancia en la izquierda, PCE y CCOO, de lucha contra el franquismo y para conseguir la democracia se tambaleaba viendo aquellas terribles imágenes, de Tejero y sus guardias civiles asaltando el Congreso de los Diputados, la sede de la soberanía popular.

A menudo recordamos los acontecimientos pero no los sentimientos, las sensaciones que provocaron en nosotros.

Primero sorpresa, luego indignación, una cierta zozobra y por qué no decirlo algo de miedo.

Miedo sobre todo a romper con todo lo previsto hasta ese momento, a que la dolorosa lucha desarrollada no hubiera servido de nada.

Fue de esas noches que nunca se olvidan y que ahora recuerdo con intensidad.

A menudo la izquierda olvida esas cosas, que quienes promovieron aquel golpe, quienes lo instigaron, o financiaron siguen aún entre nosotros, incluso ahora en parcelas de poder democrático.

Que nunca lo olvidemos, que nuestra memoria no borre aquellos terribles momentos y que nunca, nunca bajemos la guardia, que estemos alerta, en tensión y si es necesario en acción para defender unos derechos que tienen diversas maneras de arrebatarnos, incluso como ahora pseudo democráticamente.

El 23 F de 1981 estuvimos al borde del abismo, pero me temo que hoy, ahora, también.

Frente a la guerra diálogo, negociación, paz, frente al olvido siempre recuerdo, memoria.

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