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La abstención: más allá de no votar

José Niño Escalante

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El “no votar” no existe. El abstenerse en las elecciones no es no favorecer ninguna opción política; el abstenerse implica favorecer a alguna, aunque las consecuencias de dicha acción no estén definidas o sean indeterminadas o imprecisas. La abstención “no es NO votar nada o a nadie”. Y esto lo deberían saber, especialmente, los que aspiran a que no votando puedan mantener una actitud de neutralidad política, o una independencia ante el hartazgo por todas.

En psicología se sabe que todo comportamiento es conducta; que podrá valorarse de activa o pasiva, positiva o negativa respecto a algo o alguien. Pero que siempre será conducta. No existe el “no comportamiento”, no existe el “no hacer”. Uno puede actuar o inhibirse, podrá hablar o callar, quedarse o irse, comer o ayunar; pero, haga lo que haga, todo será conducta. Más o menos motivada, deliberada o refleja, consciente o inconsciente; pero siempre conducta. Y se darán paradojas, como por ejemplo, cuando con un “no te quiero influir”, o con un “no quiero decir nada”, será, en la mayoría de las veces, la forma más elocuentemente de expresar un deseo.

Detrás de la abstención probablemente haya tantas razones como personas. Pero las siguientes opiniones van dirigidas para su consideración al abstencionista “puro”, al que aspira a la neutralidad, al “artista de la inhibición política”, al que no quiere mancharse, al que cree que absteniéndose no se contamina con una toma de partido o posición, ni compromete su ecuanimidad de criterio. Ya que creo que abunda esta actitud, incluso entre personas bien formadas e informadas, pero que su supuesta superioridad moral les impide otorgar la confianza a todos los que pretenden ocupar la representación política. Y a estas alturas de la película ya se sabe que “no todos son iguales”.

Por eso decía al principio que “El no votar no existe”. La abstención también vota, porque abstenerse también influye en los resultados.

El que vota sabe conscientemente que favorece una opción determinada con su voto, pero el que no vota tiene que saber que también que su “no voto” favorece o perjudica a algunas de las opciones que se presentan. Estos votos “abstencionistas”, junto con los nulos o en blanco, creen hacer, cada uno a su estilo, una enmienda al propio sistema democrático imperfecto o manifiestamente mejorable que tenemos.

Esa crítica de imperfección también la hacemos una buena parte de los que, con más o menos entusiasmo, vamos a votar. Pero algunos de los abstencionistas piensan que si la mayoría nos pusiésemos de acuerdo ¡y en este país! en no ir a votar, se provocaría un revulsivo político suficiente para tener como consecuencia un sistema democrático ejemplar, como la aparición por encanto de la propuesta democrática de Abraham Lincoln: “Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Pero la historia desde Lincoln ya nos ha mostrado la deriva del “vacío de poder” que se produce cuando los países, aunque imperfectamente democráticos, van haciendo dejación de la democracia y sus formas de participación, - y no solo en la votación en las elecciones – y estarán esperando las propuestas autoritarias y dictatoriales, siempre al acecho de la democracia para tomar su lugar.

Por otro lado, el abstencionismo parece hermanado con el apoliticismo, y si bien la abstención electoral es la más destacable o aparente de las inhibiciones políticas, existen otras muchas abstenciones políticas caracterizadas por la falta de compromiso social o desorientación política. En el apoliticismo, si se profundiza bien, subyace la mayor “militancia de la insolidaridad” y la falta de empatía con el prójimo. Siempre cojea del mismo lado. Y nunca es neutral, como los silencios.

En resumen, cuanto se vive en sociedad y se ha podido pasar de ser siervo o súbdito, a ciudadano en democracia, tenemos inevitablemente un rol o papel político importante, y si te abstienes de hacerlo, lo más probable es que no la hagan a favor de tus propios intereses - sería mucha casualidad que lo fueran -, pero deberás saber que también esa inhibición es hacer política. Tampoco existe el NO hacer política. Por tanto, el voto “activo”, reflexivo, deliberado y consecuente es el ejercicio de un derecho y de una responsabilidad democrática, para evitar que con una dejación de dicha responsabilidad se colabore a ser gobernados por unos irresponsables que no hacen ninguna dejación de utilizar la democracia para intentar acabar con ella o al menos dejarla bajo mínimos.

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