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Amos Oz, un traidor alumno de Chéjov
El escritor Amos Oz (Jerusalén, 1939-Tel Aviv, 2018), considerado el maestro de la prosa moderna hebrea y la conciencia crítica de Israel, fue reconocido internacionalmente por su lucha para que la paz se abriera camino entre israelíes y palestinos, lo que le granjeó el título de traidor a ojos de muchos de sus compatriotas así como a los de sus amigos los árabes palestinos, a los que nunca consiguió satisfacer por completo, en parte, porque pensaban que su postura no era lo suficientemente radical, propalestina ni proárabe.
Amos, con el humor que le caracterizaba, recibió el título de traidor como una condecoración más a añadir al del premio nacional de literatura que recibió en 1988.
De padres supervivientes de Europa oriental, Amos Oz nació en 1939 en Jerusalén, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, en la que había barrios árabes, barrios judíos, barrios armenios, barrios alemanes, una colonia americana y otra griega. Una ciudad mestiza en la que en cada barrio se rezaba de forma diferente, se hablaba una lengua diferente y se vestía de forma diferente. Había tensiones pero no violencia, pese a que todos pensaban que Jerusalén era realmente suya.
Con un estilo en el que destacan la claridad, el saber colocarse en el lugar del otro, el humor, la ironía y la paradoja, Oz, explora los conflictos y tensiones de la sociedad israelí contemporánea; las tensiones y presiones que soportan las personas por la ideología, las fronteras geográficas y el pasado histórico brutal. Autor de un sinfín de novelas cortas y ensayos, fue candidato al Premio Nobel y sus artículos de opinión sobre el conflicto palestino-israelí se recogieron en los principales diarios de Europa y EEUU.
En su obra “Contra el fanatismo”, se recogen tres conferencias suyas sobre el tema de lectura muy recomendable en estos graves y dramáticos momentos.
Amos nos confiesa cómo de niño él también era un pequeño fanático con ínfulas de superioridad moral, chovinista, sordo y ciego a todo discurso que fuera diferente al poderoso discurso judío sionista de la época: “yo era un chico que lanzaba piedras, un chico de la Intifada judía. De hecho, las primeras palabras que aprendí a decir en inglés, aparte de yes o no, fueron British go home!, que era lo que los chicos judíos solíamos gritar a las patrullas británicas en Jerusalén mientras las apedreábamos».
Oz, decía haberse convertido en un experto en fanatismos comparados y abogaba para que en las escuelas y universidades de todo el mundo se impartieran cursos sobre este tema. Y es que el fanatismo para Oz está activo en todo el mundo y se encuentra en todos los lados, no sólo el político, hay muchas otras formas. Así mismo, dice, todos podemos contagiarnos del fanatismo cuando tratamos de combatirlo. La virtud se puede convertir en su contrario. La historia nos enseña con qué frecuencia el ocupado se convierte en ocupante, el oprimido en opresor, la víctima de ayer en verdugo, con qué facilidad se cambian los papeles. Cree que es tiempo de usar las palabras y considera el silencio como un abuso del lenguaje, un mal uso del lenguaje, no sólo por parte de los intelectuales, de los profesores o escritores, sino de cualquier ciudadano. No importa, dice, lo impopular que uno pueda ser entre los fanatismos de ambos bandos. Cuando un líder, un escritor, o un simple ciudadano se dirige a sus semejantes como parásitos o elementos indeseables, tarde o temprano esas personas serán tratadas sin dignidad humana. Un escritor, dice, que trata cotidianamente con las palabras, con sus matices, que es experto en un adjetivo singular, al escuchar un lenguaje contaminado tiene el deber de gritar fuego.
Amos Oz se considera un alumno de Chéjov y no de Shakespeare. Una tragedia se puede resolver de una manera shakesperiana en la cual la justicia poética flota sobre el escenario lleno de cadáveres, o en una forma chejoviana, en la cual todos están melancólicos, desilusionados, destrozados, con el corazón roto, pero vivos. Tanto en sus novelas como en la lucha política, Oz, apuesta por algún tipo de desdichada contemporización chejoviana. No hay acuerdos felices: un acuerdo feliz es una contradicción. Un oxímoron.
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