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Un cuadro apocalíptico
18 de julio de 2022, me levanto de la siesta empapado en sudor, treinta y tantos grados a la sombra. Salgo a tomar el aire, pero en el umbral de la puerta dudo entre entrar o salir: el aire es irrespirable, está inmóvil, denso y con olor a tizón humeante. Una fina lluvia de pavesas siembra el suelo. A lo lejos, una canícula espesa y plomiza acorta el horizonte. El sol, impotente, apenas se hace visible en un pequeño disco luminoso, y sus rayos apenas atraviesan la pesada atmósfera. La luz, tenue y amarilla, completa un cuadro apocalíptico cuyo origen es la combustión de los bosques de media España en llamas.
Nueve de cada diez incendios forestales son provocados por el hombre. Incendios que, en gran medida, son consecuencia de la sequía y del aumento progresivo de las temperaturas. Un efecto más, al fin y acabo, de las múltiples agresiones que el ser humano está causando a la madre naturaleza y, por ende, a nosotros mismos. Los dioses nos dieron la tierra para cobijarnos y alimentarnos, pero nuestra ambición y poder destructivo demuestra que cometieron un grave error al poner en nuestras manos la administración y cuidado del frágil equilibrio de la naturaleza.
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