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Desaparecer
Nunca he podido observar la realidad, siempre que levantaba la cabeza para mirar, me encontraba con los ojos de algún tío. Y ahora la invisibilidad se presenta en mi vida como un regalo envenenado, ¿o no?
Adoro a las mujeres que ya en la madurez se siguen tratando a sí mismas como mujeres hermosas. Es la costumbre. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Decirnos todos los días a nosotras mismas lo “feas” que somos o qué? Algunos piensan que las mujeres debemos estar traumadas con la vejez, y no, que yo estoy de acuerdo con David Bowie, que afirmaba: “Envejecer es un extraordinario proceso donde te conviertes en la persona que debieras haber sido desde el principio.”
Decía la escritora feminista Audre Lorde: “Cuidar de mí misma no es autocomplacencia, es autoconservación, y eso es un acto de guerra política”. Escuchas en la radio las noticias llenas de horrores contra las mujeres y piensas: Quieren que desaparezcamos, así que no desaparecer es resistencia. Aunque la mayoría no se dé cuenta, la mayoría de nosotras hacemos guerra de guerrillas para sobrevivir, y si puede ser, para vivir a pleno pulmón.
El edadismo nos afecta a todos, pero a nosotras más. Aún así, ellos cantan sobre el hecho de envejecer. La letra de “Invisible” de Pet Shop Boys dice: “Yo era el alma de la fiesta, y ahora, qué raro, soy invisible”. También Bunbury acaba de publicar la canción “Desaparecer” y dice en el estribillo: “El día menos pensado, tengo que aprender a desaparecer”.
Muchos te dicen: “Tú, con tu hija”. Oye, yo, con quien me dé la gana. Cuando expreso mis sueños y ambiciones, los hombres me dicen que lo importante es ser madre. Incluso las mujeres quieren empujarte a la invisibilidad, remachando con un incomprensible interés la importancia de experimentar la maternidad. Lo decía muy bien Sylvia Plath: “Cuando dejo de moverme, las vidas y los objetivos de los demás me arrinconan en la sombra”. A muchos hombres les encanta que estés en la cocina, si puede ser embarazada, mejor. Ni hablar.
Hay que saber cómo está el paño, y ver exactamente a qué nos enfrentamos. En el mundo laboral, cuando estás a punto de alcanzar la meta, zas, aparece el cretino. De repente, todos los que tienen algo que ver con la posibilidad de que alcances tus sueños, te piden una cita. Naturalmente, pierdes el trabajo o la oportunidad y vuelves al silencio, te volatilizas. Como bien dice Leticia Dolera, estamos cansadas de volver a la casilla de salida, una y otra vez. En el plano social, leí hace poco sobre una mujer que quiere volver a casarse, pero no por amor o para paliar la soledad, sino para ser visible en la sociedad, ya que su experiencia actual como viuda es la invisibilidad.
A esta edad hay una fina línea entre ser advertida o no, según te arregles un poco o no, hay días que pareces la Bellea del Foc y no te despegas los ojos de los mirones de la nuca, y otros días no pasa nada, y esto sí que es nuevo y lo estoy asumiendo. En un bar, una chica joven contaba su ataque de pánico a sus colegas exactamente como si yo no estuviera, incluso lo contaba con orgullo. Es lo que se lleva ahora, decir: “Soy humano, tengo problemas de salud mental”. Con toda la nueva información que voy absorbiendo sobre la realidad que me rodea, concluyo que yo antes no me enteraba de nada porque yo era el centro de atención.
Llegada una edad, muchas mujeres intentan no llamar demasiado la atención para que no les agredan ni les falten el respeto. La cosa no ha cambiado mucho desde mi juventud, también a los 18 años dudabas entre ponerte una minifalda o no según donde fueras. Tras toda una vida de acoso callejero, esta invisibilidad relativa actual me permite observar en lugar de ser observada, y pienso que lo primero que hay que conseguir es ganar la calle, y superar con brío las pocas alternativas que nos ofrecen: o encerrarse en casa, o ir a todas partes acompañadas, como en Arabia. Ahora, (solo a veces por la falta de costumbre, pero cada vez más), procuro mirar detenidamente a mi alrededor, me permito relajarme, nadie está practicando el acoso visual contra mí, todos los detalles, humanos o no, me parecen deliciosos, aprendo a mirar sin intimidar. Afortunadamente, ahora, la mayor parte de las veces se puede trabajar.
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