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La desorganización es la nueva regla
No puedo dejar de pensar en lo solos que nos sentimos. Con los ojos fijos en el café camino al trabajo. Con los ojos fijos en el móvil a la vuelta. La vida es tan rápida desde que terminas la universidad y empiezas una jornada de ocho horas al día, que nos empeñamos en organizar el resto del tiempo tan compulsivamente milimetrado hora a hora, día tras día, para sentirnos verdaderamente realizados, para sentir que optimizamos lo poco que nos queda como un tesoro, como un resquicio de elección. Y en este trueque nos hemos perdido otra vez para sentirnos solos. La vida adulta parece decirte que es el momento de realizar todo para lo que te has estado preparando, aunque yo en realidad no quiero hacer nada grande. Vamos y venimos tan rápido que no me da tiempo a pensar, ya no escribo como hacía antes, fumando un cigarro en el cuarto de la lavadora, sobre todas las veces que me han roto el corazón, y, sin embargo, en las tardes que no hago nada me siento vacía, ya hace años que ya no puedo hacerlo. Yo solo quiero escribir como antes, hacer algo bello con lo malo que me sale. Y no es que no me pase nada, es que siento que no me sale. El trabajo ha matado mi imaginación. No lo entiendo, y eso es lo que me da más pánico. Llamo a un colega, llamo a otro, y todos tienen algo que hacer hoy, aunque sea ahogarse de pena en su sofá, apáticos, tirados como un trapo sin más que romperse el cerebro contra una vorágine de contenido vomitado sobre la pantalla, tan instantáneo como gratuito. A veces siento que todo es tan absurdo. Que hacemos cosas tan estúpidas para tapar todo ese dolor. Parece que sepa algo de ellos, y si lo pienso, hace meses que no hablamos, que ni nos vemos. Ya no les conozco de nada. ¿En qué momento todo se volvió así?
Se me ha caído el café en la mesa del curro, se ha puesto todo perdido y he tenido que limpiarlo todo. Ni siquiera lo quería, lo he pedido por aburrimiento, por caminar el pasillo un rato, por hacer algo. ¿Ves lo que te digo? Las cosas ya no tienen sentido. Hemos perdido el anclaje metafísico, todos los absolutos que le dan sentido a esta maldita vida. No hacemos las cosas por gusto, las hacemos porque si no, todo sería mucho peor. Nos enganchan los reels porque es insoportable pensar que no tenemos amigos, que tenemos que aguantar el curro para poder seguir pagando el alquiler. No luchamos por la justicia, ni por la libertad, ni por la felicidad, ni por los otros, luchamos para no perderlo todo en estos tiempos, para soportarnos a nosotros mismos. Y qué poco politizamos nuestros malestares. Hemos blanqueado tanto la vida detrás de la cámara y criminalizado el llorar, el estar mal, que ya es raro admitir que no, nada era tan bonito. Estamos tristes y es insoportable, y no es tu culpa, nos pasa a todos. Si tan solo nos permitiéramos sufrir un rato un poco más largo para pensar, enfrentarnos a todo lo que nos provoca tanto sufrimiento… no está mal pensar en las cosas tristes, pero es necesario crear una salida. Es posible que ya tampoco seamos tan creativos, ni podamos permitirnos dejar nuestro escaso tiempo en las manos de un pensamiento incómodo, parece ser menos doloroso salir corriendo, deslizar el dedo dos cientas cuarenta veces más con el volumen alto, atronador hasta aborrecerte. Más allá de construir una realidad nueva, de comprender lo que nos pasa, más fácil que pensar en todo es no pensar en nada, es creerte el relato que hemos heredado, echarle un poco de fe para intentarlo un poco más, por si acaso ellos siempre tuvieron razón pero hasta ahora eres tú el fallo en el sistema. Es más sencillo hiperorganizarte otro día más a cambio de no ver a nadie, conformarte con ver a tus amigas dos horas al mes para resumiros todo lo que os ha pasado, aunque ellas no te han visto ni reir ni llorar, ni sufrir, ni enfermar, y en realidad ya no forman parte de tu vida. Crear comunidad ha muerto, integrar la amistad en la vida cotidiana es un mito, y así fue que ganamos a contrareloj la carrera del relato hiperindividualista, que esto nos ha quedado, que ahora estamos tan jodidos.
Ayer me levanté del sofá aunque no quisiera, y salí a pensar en eso de crear comunidad, en que aún quiero a mis amigos, en fluir, en improvisar. Trabajar es tan cansado, pero no seamos más doblemente esclavos, del trabajo y también del cansancio. Improvisar tus planes es revolución, abrir las puertas a crear comunidad es revolución, y la desorganización es la nueva regla.
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