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¿Para cuándo la etiqueta europea de calidad periodística de los medios?
Últimamente he estado buscando buscando piso y, como ingeniero de profesión, me gusta verificar la etiqueta de eficiencia energética de las viviendas. A pesar de que es obligatoria para alquilar o vender desde hace casi una década, la mayoría de anuncios de los principales portales de búsqueda no incluyen esta información, pero al menos si te pones en contacto con el anunciante y solicitas el certificado, lo normal es que te lo faciliten. De esa forma puedes hacer una idea de lo que te vas a gastar en mantener la vivienda caliente en invierno, o fría en verano (en el caso de que esté provista de aire acondicionado).
También conocemos otros ejemplos como el reciente etiquetado Nutriscore en alimentos para conocer cómo son de saludables, o los etiquetados de los electrodomésticos para conocer a priori su eficiencia energética: A++, A, B, C… La forma en la que se definen estos etiquetados está basada en una serie de parámetros definidos por normativas europeas por la que se establecen los diferentes niveles de calidad de los productos en cuestión. En lo que respecta a las eficiencias energéticas, los parámetros son numéricamente cuantificables, por lo que esto no resulta un problema. En el caso de Nutriscore, aunque los diferentes porcentajes de proteínas, grasas, hidratos de carbono y demás también son cuantificables, existe cierto debate sobre hasta qué punto esos valores son adecuados para determinar cuán sano es un alimento, ya que depende de otros factores adicionales como la ingesta diaria consumida, la forma en que se cocina, los hábitos alimenticios del consumidor…
Sin embargo, cuando el producto consumido en cuestión es la información, un bien absolutamente básico para garantizar la calidad de cualquier democracia, parece que ahí ya no es tan importante saber si lo que estamos leyendo es un artículo con datos contrastados o un panfleto político. Resulta que es el ciudadano medio el responsable de asegurarse que la información que recibe es de primerísima calidad, y si no es así no hay nadie que garantice ni se haga responsable por las medias verdades, los titulares engañosos, la falta absoluta de rigor periodístico o directamente los bulos que vemos esparcidos a diario sobre buena parte de nuestros compatriotas.
Lo que me parece incomprensible es que, visto lo que está pasando en Europa con el auge de los populismos extremos, nadie se haya planteado atajar este problema de una forma mínimamente eficaz en el seno de la Unión Europea. ¿De verdad no existen criterios objetivos para evaluar si un artículo publicado en un medio de comunicación reúne los elementos mínimos para considerar que realmente está mostrando con rigor y seriedad una información de la forma más aséptica posible, sin caer en el uso de formas de expresión deliberadamente parciales y manipulados para incitar una idea concreta en el lector?
¿Tan difícil es que los gobernantes europeos se pongan a trabajar en la creación de una agencia europea independiente (si se hace a nivel nacional se corre el riesgo de que los gobiernos de turno intenten controlarla) que en base a la información publicada en los principales medios de comunicación europeos emita de forma periódica un informe en el que al final se califiquen los medios de comunicación desde la A (información de máxima calidad y neutralidad política) hasta la letra que necesiten para considerar un medio de comunicación un panfleto publicitario, sea cual sea la ideología que difunda?
Por otro lado, sería deseable que esta agencia fuera la primera opción a la hora de denunciar la publicación de información falsa, puesto que relegar esa responsabilidad únicamente en las legislaciones y sistemas judiciales nacionales, generalmente ineficientes y saturados de carga de trabajo, claramente no está consiguiendo atajar este problema. De hecho, poder contabilizar las denuncias fundamentadas de información manipulada o falsa permitiría empezar a cuantificar de alguna forma la calidad del medio de comunicación en cuestión, de forma que es esperable que aquellos medios de mejor calidad reciban menos denuncias que aquellos que no se atienen a los códigos de buenas prácticas periodísticas.
Conviene resaltar que el objetivo de esta idea no es censurar ni cerrar medios de comunicación, simplemente se trata de dar la oportunidad a cualquier ciudadano de conocer la fiabilidad de sus fuentes de información, de la misma manera que uno puede elegir comprar un electrodoméstico de calidad energética inferior porque le sale más barata la inversión inicial, o tomar un alimento menos sano simplemente porque le gusta el sabor. La libertad de expresión debería estar garantizada en todo momento.
Europa necesita que sus ciudadanos recuperen la confianza en sus medios de comunicación, y esto no es posible cuando diariamente estamos viendo ejemplos de mala praxis periodística y de cómo se juega con la forma de presentar (u ocultar) hechos dirigida a generar aceptación o rechazo en ideas que, de ser presentadas sin sesgo, no serían aceptadas o rechazadas tan alegremente. Como ciudadano europeo, reclamo mi derecho fundamental a ser informado de la forma más neutral, completa y exhaustiva posible. Ya hemos sido testigos durante demasiado tiempo de esta deriva informativa centrada en incendiar los ánimos y sacar lo peor de la sociedad.
Si el objetivo de la Unión Europea es garantizar que todos los países que la componen son democracias plenas donde sus ciudadanos están debidamente informados y pueden tomar decisiones en base a una información lo más completa y exhaustiva posible, ahora tienen la oportunidad de trabajar en ese objetivo. Si no se hace nada ahora, puede que en el futuro lo lamentemos.
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