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La falsa e interesada terminología del sionismo

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La confusión entre tres términos tan poco sinonímicos como “judío”, “semita” y “sionista” resulta una manía periodística desinformativa, muy productiva para los dirigentes de Israel, que se apropian sobre todo de los dos primeros, que obviamente no le son exclusivos, escondiendo a propósito al incidencia del tercero, que es, a la vez, el que más los define. Tal confusión ataca, además, en la forma y en el fondo, los manuales de estilo de periódicos como El País y El Mundo (que los tienen, y desde hace muchos años) por más que, paradójicamente, tales hábitos los propaguen a veces periodistas de esos mismos medios.

En este momento, por muy paradójico que resulte, nadie puede ser más antisemita en el mundo que el estado de Israel, al atacar y enseñarse con un pueblo semita como el palestino, que es tan semita como el judío, pero tan semitas también como jordanos, libaneses, sirios, sauditas. Todos ellos, según el “Génesis” del Antiguo Testamento, descienden de Sem, primogénito de Noé.

En segundo lugar, resulta falso, a la par que peligroso, equiparar los términos “judío” e “israelí”. El actual estado de Israel halla en esta confusión terminológica una excusa para su política tradicional de “apartheid”, para la “Nakhba” del 48 y para la actual. La mayor parte de los judíos del mundo no son israelíes. “Judío” es un término étnico-religioso que se vincula a los descendientes de uno los hijos de Jacob, Judá. Por extensión, al “pueblo de Israel” bíblico (que no hay que confundir con el actual estado de Israel) se le conoce también como “pueblo judío”. Desde una visión religiosa, quien practica el judaísmo, es considerado “judío”, pero el término se aplica a cualquier tradición judía, también en Europa y América, religiosa o no (de hecho, hay también judíos agnósticos e incluso ateos). El término “hebreo” se vincula a todo lo referido a la cultura de esas tradiciones. Por último, “israelí” es un término político contemporáneo y apunta únicamente al actual estado de Israel fundado en 1948 y no al Israel bíblico.

Por otro lado, la confusión entre “israelí” e “israelita” parece más inocente por su proximidad fónica, pero resulta particularmente tendenciosa. De hecho, el término “israelita”, aplicado pues a los descendientes de Jacob (llamado también Israel) se refiere sólo al pueblo bíblico que conquistó la antigua tierra de Canaán. Esta comprendía los territorios actuales de Israel, Palestina (incluidas Gaza y Cisjordania), sur del Líbano, algunas zonas de Siria (incluidos los Altos del Golán) y la zona occidental de Jordania. Si observamos, pues, estos territorios, comprenderemos bien que, a medida que pasan las décadas, según el progresivo borrado del mapa del territorio palestino, la diferencia entre el Canaán mítico de Josué y la tierra que aspiran a colonizar los israelíes de hoy es casi nula. De ahí que la identificación, cada vez más frecuente, aunque falsa, entre “israelita” e “israelí” resulte muy efectiva para las tesis del estado de Israel.

El término “sionista” está asociado, esta vez sí, al de “israelí”, aunque tampoco sea sinónimo. Se trata de una corriente exclusivamente política, ultraortodoxa y ultrarreligiosa, además de violenta, que nace en Europa en el siglo XIX pero que en el siglo XX arraiga fuertemente en los Estados Unidos. Su lograda pretensión era la de formar un nuevo estado de Israel en la Palestina del siglo XX en la que vivían otros pueblos árabes bajo mandato británico. Se desarrolla, por postulados y cronología, junto al Nacionalsocialismo alemán y a los fascismos italiano y español: se trata de justificar la preeminencia en una tierra de una raza (la aria, para el caso hitleriano; la judía, para el caso sionista) y, con tendencias marcadamente expansionistas, no desdeña la eliminación de enteros grupos étnicos, es decir, el genocidio. Por todo esto, muchos judíos norteamericanos fueron y son profundamente antisionistas. Con razón un eminente judío como Albert Einstein definió al ideólogo del sionismo Menachim Begin (predecesor del Likud de Netanyahu) como “fascista”.

Alguien que crea en la igualdad de los pueblos no puede ser antisemita y, por fuerza, tiene que ser antisionista. Ello no sólo no es un delito ni puede ser perseguido como tal, sino que parte de una visión profundamente democrática. Ser antisionista, como Albert Einstein, es ser (la historia lo demuestra) antifascista y creyente en que ninguna supremacía debe imperar entre los seres humanos.

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