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¿Es ganadería la ganadería industrial?

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Las declaraciones del ministro Garzón son desde hace unos días uno de los temas principales de discusión y opinión en editoriales, noticiarios televisivos y debates radiofónicos.

Creo que es imprescindible aportar algunos aspectos que no han sido contemplados y con lo que se está confundiendo tremendamente a la opinión pública.

El nombre de macrogranja, en mi opinión, es inadecuado. Lo que realmente causa problemas medioambientales graves es la ganadería industrial, que se puede definir como un sistema de ganadería totalmente desligado de la agricultura. Eso no sucede en muchos lugares de Europa. Por ejemplo, en Alemania, donde la ganadería suele estar ligada a la agricultura y el ganadero, en muchos casos, es también agricultor, lo que le permite gestionar de forma adecuada algunos inputs y, sobre todo, los residuos que genera. No es tanto una cuestión de tamaño, que también, sino una cuestión del modelo y, en concreto, me refiero al sector porcino, el más pujante en España que es el país de Europa con más plazas de porcino en sus exportaciones.

El modelo de ganadería industrial en España aparece cuando los grandes grupos integradores se van haciendo poco a poco con el control de la producción. Para ello, previamente se hundió la ganadería tradicional intensiva que solía trabajar en lo que se denomina “ciclo cerrado”, es decir tenía sus madres y criaba sus lechones y sus cerdos de engorde que enviaban a los mataderos. Dependía en gran parte de los precios que recibía por los cerdos en los mataderos y de los piensos. Pues bien, grandes grupos de fabricantes de piensos y, posteriormente de mataderos se fueron haciendo con el control de la producción ya que el ganadero tradicional no podía competir con el que le vendía los piensos o compraba los cerdos. La solución para sobrevivir fue la integración, de manera que los antiguos ganaderos pasaron de ser ganaderos a integrados, a autónomos que poseen naves para la cría y reciben los cerdos de los grandes grupos, los integradores, propietarios de los cerdos y que fijan la alimentación que el cerdo debe recibir y los tratamientos sanitarios y entregan al ganadero la alimentación y las medicinas. El ganadero se limita a poner su mano de obra, la energía y la nave. El integrado no decide nada sobre lo que se le da de comer al cerdo ni sobre los cuidados veterinarios a recibir, se limita a cobrar una cantidad, generalmente entre 10 a 15 euros. por cada cerdo al final del ciclo de engorde. En el fondo es una especie de falso autónomo ligado a un contrato, casi siempre draconiano. Y digo draconiano, porque el principal problema que son los residuos, los famosos purines, no los asume el integrador, propietario del cerdo, que no se responsabiliza en absoluto de los residuos que producen sus propios cerdos, ni ayuda ni coopera con el ganadero en su tratamiento o gestión. Ahí empiezan los grandes problemas que ha llevado a nuestro país a estar propuesto de sanción por la contaminación por nitratos y a ser advertido por las emisiones de amoníaco. Porque aquí, el principio de quien contamina paga, no existe.

El ganadero gestiona como puede los excrementos, con un déficit económico que no puede asumir por lo que, muchas veces los gestiona mal. La administración, por otro lado, no tiene o no quiere tener mecanismos de control y, a veces, solo controla a los débiles porque son los fáciles de controlar. El integrador también tiene granjas propias y éstas, en general, son las que producen mayores problemas medioambientales por su tamaño y gran concentración.

La situación del ganadero integrado es tan débil que un cerdo cuando está vivo es propiedad del integrador, del gran grupo, pero si se muere por enfermedad o accidente pasa a ser propiedad del ganadero, del integrado, que tiene que ocuparse de todos los costes de la eliminación y gestión del cadáver.

De forma muy interesada, el debate contra las declaraciones de Garzón se centró en la calidad, en el desprestigio de la carne española. Nadie dudará de que un jamón de bellota es mejor que uno de cebo o que una ternera con denominación asturiana o gallega es mejor que una procedente de los criaderos cercanos a las grandes ciudades.

Volviendo al porcino, la postura de todos los opositores a las palabras de Garzón, Mañueco, Lambán, Page o el propio ministro de Agricultura se justificó como que Garzón atacaba a los ganaderos cuando el ganadero, en la ganadería industrial no es sino el propietario/trabajador de unas naves, que cuida cerdos ajenos, sin ninguna responsabilidad sobre lo que produce ni su calidad, y con responsabilidad que le han traspasado sobre los purines que producen cerdos que no son suyos. El mal llamado aquí ganadero, es una víctima, pero no de las palabras de Garzón, sino del sistema. Los grandes sindicatos agrarios han salido en contra de las palabras de Garzón, porque sus asociados tienen miedo de que los integradores les quiten los cerdos si protestan. Los afiliados pueden ir a protestar al Ministerio, pero nunca se enfrentarán a los integradores porque tienen miedo, ya que es su único medio de vida.

El sector porcino se encuentra ahora al borde de la explosión de su burbuja cortoplacista e insostenible, precisamente por el peligro de reducción drástica de las exportaciones a China. Seguramente se pedirán subvenciones y es bueno para los que ahora critican a Garzón y sobre todo para el Ministerio de Agricultura, que Garzón pueda ser el chivo expiatorio y se le echen las culpas de la reducción de exportaciones y de lo que ha sido, desde Arias Cañete y García Tejerina, una mala planificación histórica y una mirar para otro lado de este Ministerio. De ahí posiblemente algunas reacciones.

A mi entender, las palabras de Garzón han logrado abrir un debate que ya se debería haber producido hace muchos años. El debate sobre la sostenibilidad de la ganadería industrial y sus efectos medioambientales.

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