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Impepinable
Ha circulado por redes la frase: “dejo registrado que si vuelve la Edad Media, yo estoy del lado de las brujas”, que se atribuye a la inclasificable escritora Clarice Lispector, que vivió entre los años veinte y los setenta del pasado siglo. La compro. Me la quedo para mí, ahora que todavía es antes de lo que puede llegar: el porvenir que está por venir.
Nunca antes yo tuve este temor a la oscuridad de una forma tan clara. Pero ya sabéis también que “la esperanza vence al miedo”, que es una frase que también me gusta mucho aunque no sé si hay un alguien que la dijo primero o simplemente ha quedado en el inconsciente colectivo de muchos de nosotros a puro de ser una gran verdad fundamental.
Mi abuela falleció el mes de agosto pasado, a los noventa y nueve años y once meses de edad. Estuvo más de cien años viva, en este mundo tan curioso. Vio de todo. Mi abuela era una mujer hija de pastores, agricultora, ganadera, del mundo rural de provincias, oscense, que vivió prácticamente de regalo los últimos veintidós años de su vida, en este siglo XXI, pero cuyas ideas eran absolutamente tradicionales y machistas, propias del siglo pasado o antepasado, sobre todo en lo que respecta al lugar de la mujer en esta cosmología nuestra. Fue una mujer muy dura, como los hielos del invierno al pie de la Sierra de Guara y los rigores de los veranos secos de este somontano. Su carácter se debió forjar a base de guerra civil, servir en las casas de los ricos, amortajar a jóvenes en la familia y todo el trabajo del mundo en la cuadra ordeñando vacas, el bar que regentaba dentro de casa, las coladas en el río, el cuidado del suegro encamado, de la vecina Nana enferma, del marido y de los hijos y de quien apareciese por casa para quedarse de pensión.
En los últimos años perdió su costumbre del vermut y el café -como buena barwoman- y ganó la risa y la alegría que yo nunca le había visto antes. Ese fue su regalo con nosotros: se volvió algo cariñosa, gracias sobre todo a su cuidadora María, que la quiso y la cuidó mejor que a la reina de Inglaterra, que solía yo decirle.
Mi abuela Carmen votó, hasta que se cansó que tener que desplazarse a Casbas para hacerlo, al partido socialista obrero español. “Hemos nacido para trabajar, pues a trabajar”, era uno de sus mantras. Yo creo que para ella el PSOE era sinónimo de la “pensión” de la que tantos años -y aun siendo mínima- disfrutó. Supongo que para ella que no le faltase de nada en la vejez, tras una vida de trabajo de sol a sol, escasez y privaciones, le parecía un patrimonio a conservar, una línea política que seguir con alta fidelidad.
Yo también sigo una línea, con determinación. Y esa orientación tiene que ver, en primera y última instancia, con el cumplimiento estricto de los derechos humanos. A partir de ahí, todo por construir. La semana que viene marcho de vacaciones, o eso creo. A veces me da por pensar que, según cómo se giren las tornas, quizás las vacaciones se conviertan en exilio. No querría, pero he aprendido a lo largo de este casi medio siglo a no descartar nada por extravagante, ridículo, increíble o inesperado.
El domingo tenemos una responsabilidad impepinable como ciudadanos. Ejerzámosla con lucidez. Ojalá.
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