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La izquierda, ante su futuro

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Desde prácticamente su concepción hasta la actualidad, la izquierda española ha estado buscando su razón de ser con escaso éxito, al menos por el momento. En 1921 se crea el PCE como una escisión del PSOE al considerar, ya entonces, a este último partido como “poco revolucionario”; en 1986, creo, se funda Izquierda Unida como coalición de partidos en la que se integra el PCE, aunque me parece recordar que no será hasta bien entrada la década de los 90 del pasado siglo cuando se constituye oficialmente como partido; en 2014 se funda Podemos, que en un primer momento plantea un debate interesante sobre el maniqueísmo “izquierda-derecha” para tratar de implantar otro, el de “los de abajo vs. los de arriba”, pero pronto regresó al redil; Posteriormente, Errejón y los desahuciados por “Él” en el congreso de Vistalegre II fundan en 2019 Más País. Y, finalmente, en 2022 se funda SUMAR, una nueva coalición en la que se integra IU, Podemos, Más País, Compromís, etc… Ninguna de estas aventuras políticas ha funcionado y parece ser que tras este fracaso recurrente subyacen dos problemas fundamentales: uno, la tenaz resistencia de la dirigencia de los partidos de izquierdas a ceder sus espacios de poder e influencia; y dos, el progresivo alejamiento de los intereses y las aspiraciones de la clase obrera. El cantamañanas de Laclau ha hecho mucho daño.

La izquierda woke, de raigambre laclausiana y pensamiento liberal, ha construido un andamio intelectual oscilante, que va dando bandazos a izquierda y derecha según la coyuntura pero que ha abrazado sin ambages ni complejos la orientación populista del peronismo. Por el camino se han quedado los intereses de la clase obrera y el concepto mismo de “clase obrera” ha sido fagocitado por circunloquios inanes como “las clases medias y trabajadoras” o “los más desfavorecidos”. Y, para rematar la faena, la izquierda antes citada se ha volcado en las políticas identitarias, defendiendo los intereses y aspiraciones de grupos concretos de ciudadanos así como las tesis del nacionalismo, que como digo en todas las ocasiones que puedo, siempre es de derechas. Como consecuencia de este palimpsesto ideológico se ha producido la desafección de la clase obrera con los partidos políticos que deberían defender sus intereses y a continuación esta circunstancia ha tenido una correlación directa y devastadora en los procesos electorales. Esto, que lo vimos venir muchas personas desde hace varios años – y que nos ha hecho acreedores a adjetivos tan poco edificantes como “rojipardos”, “fascistas de izquierdas” o “progrefalangistas”, entre otros – y que pusimos en conocimiento de la autoridad competente en su momento, ha tenido tiempo suficiente como para asentarse y parir no solo gobiernos de derechas sino, incluso, el auge de movimientos populistas de extrema derecha, herederos de los fascismos del siglo pasado. La tercera ley de Newton dice que a toda acción le responde una reacción de igual intensidad y en sentido contrario. En realidad se ha violado la tercera ley de Newton porque la reacción ha sido furibunda y su intensidad nos ha pasado por encima como una apisonadora, dejándonos planchados y sin capacidad de respuesta. A todo esto, mientras tanto, la clase obrera solo encuentra acogida en los suaves brazos del PSOE, un partido que, pese a lo que dicen sus siglas, sus planteamientos están más cerca del neoliberalismo que del socialismo.

Solucionar este desaguisado pasa inevitablemente por una reconfiguración del espacio de la izquierda digamos “transformadora” o “a la izquierda del PSOE”, no solo en cuanto a siglas y nombres sino sobre todo en cuanto a acervo ideológico. Se debe abandonar la deriva identitaria y regresar a las esencias, a la defensa de los intereses y aspiraciones de la clase obrera. Creo que solo desde esa perspectiva se puede armar una alternativa política viable y creíble al neoliberalismo amable del PSOE y, al mismo tiempo, volver a concitar el apoyo del electorado de izquierdas. Esto no va a ocurrir a golpe de escisión o como producto del tradicional navajeo pasillero que ha caracterizado a la izquierda española sino a través del diálogo constructivo y la cesión de espacios de poder. Veremos si lo que digo es una boutade o tiene visos de ocurrir.

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