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No lloremos por Navalni; más bien por Rusia y tantos ismos

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Por sus hijas e hijos que aspiran a una vida digna, según anunciaban sus grandes músicos y literatos; en especial, Tolstói y Dostoyevski con la no-violencia y la falsedad de la jerarquía religiosa. Pobre Rusia, en la cual el cesaropapismo ha obnubilado el mensaje bíblico y consentido que el zarismo diera lugar a personajes tan terroríficos como Iván IV, Stalin o Putin, los cuales hunden en la miseria moral al pueblo y eliminan a cuanto opositor pretenda abrir un rayo de esperanza.

La historia transcurre así en casi todos los rincones del mundo cuando los jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen porque ellos no han venido a servir sino a servirse o explotar al pueblo. Esto lo percibió claramente Nietzsche al expresar que Occidente había matado a Dios al suplantar los grandes valores por la caprichosa voluntad del soberano de turno.

Seguiremos de esta guisa mientras el imperio Yanqui se considere el nuevo Pueblo Elegido, según cuenta Harold Bloom, con derecho a intervenir e imponer su dólar como único señor en la tierra, conforme a un patriotismo guerrero, individualista, que rechaza la justicia social y económica mientras se opone con fanatismo al aborto y da culto a una bandera; derivando ahora hacia una plutocracia teñida de teocracia y (a pesar de ello) le seguirán llamando democracia.

Entre tanto, la vieja Europa que parecía caminar hacia un ‘Estado del bienestar’ respetuoso con la multiculturalidad, ante la nueva fase del capitalismo desregulado sometido a los vaivenes de los grandes especuladores, ha quedado desorientada con unas élites que alientan el temor a la diversidad étnica-sexual o religiosa junto al incesante flujo migratorio (aporofobia), por carecer de un discurso o relato alternativo esperanzador que debiera abarcar, al menos, a toda África y a Sudamérica.

El próximo Oriente, bajo el Islam, dice someterse a la plena voluntad de Dios, pero cuántos dirigentes se disputan la hegemonía tratando de imponer una teocracia dictatorial eliminando toda disidencia.

Mientras, el sionismo cegado por la exclusividad de la tierra prometida, se muestra genocida en Palestina e ignora el sentido abrahámico de practicar ‘el derecho y la justicia’ para ser luz y fermento entre los pueblos.

Y allá en el lejano Oriente, desde la era Ming, el emperador es el único intermediario e intérprete de la voluntad del Cielo, cuyo mandato es el Pueblo que le seguirá si se muestra virtuoso. Sin embargo, cómo uno solo o unos cuantos pueden garantizar la moralidad de toda la población.

Además, por un lado, la influencia confuciana dando gran importancia a los ritos para cohesionar a la colectividad, busca el mantenimiento de la armonía y el orden social bajo una estricta jerarquía de poderes, donde el varón ocupa la esfera pública y en la doméstica la autoridad la ostentan en exclusiva el padre y el hermano mayor.

Por otra parte, tantos seguidores del budismo parecen centrados en controlar y superar toda clase de ‘deseo’ con objeto de extinguir el sufrimiento; (otra forma de individualismo que no altera la estructura social, a pesar de que procuren apaciguar el odio mediante el amor).

Y un tercer vértice, el hinduismo no acaba de suprimir la división social en castas (grupos cerrados o endogámicos y excluyentes, donde la mujer no suele alcanzar la plena igualdad con el varón).

En definitiva, demasiados credos frente a un menguado personal dedicado a poner en práctica lo esencial de todos ellos: “Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas”. De esta forma los artículos: 1º, 2º, 28º y 29º de la D. U. de los D.D. H.H. siguen siendo papel mojado porque las mayorías votan a partidos que no resuelven los problemas.

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