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PP, neoliberalismo, jueces y soberanía nacional
El neoliberalismo del el PP no es sino la puesta al día de la posición secular de las derechas españolas, que siempre han rechazado, explícita o tácitamente, el principio fundamental del sistema democrático: la soberanía nacional ejercida mediante el sufragio universal. Esta aversión a la democracia ha sido compartida por muchas generaciones de dirigentes españoles de derechas y no es difícil seguir el rastro biológico y/o sociológico de estas gentes hasta muchas décadas atrás.
Los liberales aceptan la separación de poderes porque tienen a las altas instancias judiciales de su parte. Hoy ven bien que este poder, que les es fiel hasta la náusea, usurpe de forma aberrante funciones legislativas, o que pervierta la voluntad de los legisladores.
Aceptan la igualdad ante la ley porque es falsa. La riqueza garantiza a los pudientes recursos para obtener una benevolencia judicial que está fuera del alcance de los humildes; y las élites políticas, sobre todo las neoliberales, se aseguran de que sean las más altas instancias (controladas por las derechas) quienes juzguen sus conductas y, más importante, las de sus rivales políticos. Vean la obscenidad que resulta de comparar las querellas contra miembros del PP y contra las izquierdas. Lean los argumentos de nuestros egregios juristas en cada caso. Los que sirven para exonerar a los dirigentes del PP no valen para los de la izquierda.
Lo que los de la derecha liberal nunca han aceptado, ni acepta, es LA SOBERANÍA NACIONAL por mucho que se desgañiten proclamándose los demócratas que no son. Esto lo demuestra, además de sus comportamientos actuales, toda la trayectoria del liberalismo en España.
¿Alguien cree que personajes como Marchena, Llarena, Gª Castellón, Losantos, Inda, Aznar, Ayuso y tantos otros próceres, admiten de grado que su voto vale lo mismo que el de la cajera del súper?
En 1888 escribió A. Cánovas del Castillo, figura señera del liberalismo, aún adorada y añorada por muchos de nuestros neoliberales, “El sufragio universal, es en sí mismo una malísima institución política, una institución incompatible con todo ordenado régimen político, (…/…) el sufragio universal, aun cuando sea verdad (…/…), es incompatible a la larga con la propiedad individual, con la desigualdad de las fortunas y con todo lo que no sea un socialismo desatentado y anárquico. El sufragio universal no puede ser más que un instrumento de socialismo o una farsa vil”. Cánovas “pertenecía a la raza férrea de seres superiores, formados por la Providencia para mandar hombres y regir pueblos”. Fraga reivindicó muchas veces la actualidad de su pensamiento, que yo resumiría en una sola frase: es un disparate dar el mismo valor al voto de un labriego que al de un magistrado.
Desde 1834 los liberales legalizaron la idea de que la nación soberana se reducía a las “clases respetables”, es decir, los más ricos. Mediante el sufragio censitario, reservaron el voto a los varones obscenamente ricos (nada de voto femenino). El porcentaje de electores sobre la población total osciló entre el 0,15% de 1834, el 5,9% de 1844 y el 2,7% de 1865. Tras la Restauración borbónica (1875) Cánovas y Sagasta, jefes de las dos ramas del liberalismo, pactaron turnarse en el poder (1885), ejecutando fraudes electorales sistemáticos y controlando la España rural (casi toda), por medio de las oligarquías económicas y los caciques locales. El Gobierno que las convocaba jamás perdía las elecciones. Nunca. Se lo cedían uno a otro cuando querían. Sagasta restableció el sufragio universal masculino en 1890. Nada cambió. Oligarcas y caciques falsificaron la soberanía nacional, causando, para su propio provecho, el fatal atraso económico y tecnológico de España y la extensión de la miseria y el hambre entre los humildes. En 1923, temerosos de la nueva oposición urbana, las derechas, respaldadas por el Rey, apoyaron el golpe de Primo de Rivera y se entregaron a la protección de los dictadores golpistas, con quienes (salvo en el bienio 1931-1933) medraron y se enriquecieron sin límites.
La oligarquía financiera, comercial e industrial, sus medios de comunicación, adictos al bulo y la mentira, y el PP, con apoyo de jueces reaccionarios, son quienes interpretan hoy el papel fraudulento de los antiguos caciques. No importa suplantar al poder legislativo porque, como dijo Cánovas, la soberanía fundada en el sufragio universal “no puede ser más que un instrumento de socialismo o una farsa vil”.
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