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Radiografía familiar de la sexta ola

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La nueva ola de COVID-19 ha disparado los contagios en el país y ya presiona a muchos hospitales y, sobre todo, a la Atención Primaria, que en muchos lugares está desbordada.

Pero llegan las fiestas navideñas y gran parte de la población piensa “qué más da, estamos todos vacunados, así que somos invulnerables y habrá que celebrarlo por todo lo grande”. En mi familia somos más de 20 personas, 7 núcleos de convivencia diferentes, pero cómo vamos a renunciar a reunirnos después de tanto tiempo, nos distribuimos en las mesas por familias y todo arreglado. Lo de tener en cuenta que todos tenemos otros contactos, por trabajo, por amigos, por las clases de zumba o lo que sea… no, eso ni se plantea, por favor, que entonces no sería responsable y hay que reunirse por encima de todo, ¡es Navidad!

Venga, tragas con todo por no ser la aguafiestas de la familia, pero previamente a la reunión acordamos que hay que ventilar y llevar la mascarilla bien puesta excepto para comer. Hacerse un test de antígenos se descarta porque no hay, no porque no sirvan de nada en asintomáticos en los primeros días de la infección. Eso lo dejamos para segundo de pandemias. Planteas quién va a hacer de policía para concienciar a los que no usan la mascarilla por sistema, quién va a estar abriendo las ventanas cada poco tiempo. Y la respuesta es obvia: entre todos.

Pero llegado el momento… cierra que hace frío, me bajo la mascarilla para el primer trago y ya no me la subo hasta el final de la velada, cuatro horas más tarde. Y me paso por todas las mesas porque hace mucho que no nos vemos (bueno, no tanto, nos vimos hace pocos días, incluso ayer, pero estamos de celebración, qué coño). Y tú acabas siendo la que abre las ventanas (que son cerradas poco después por los frioleros), la que pide a los incumplidores de la mascarilla que se la pongan, por lo que se sienten señalados y te tachan de borde e histérica, una obsesionada con la pandemia que está ahí para chafarles la fiesta. Y bueno, aquella declaración de intenciones de controlar entre todos que se cumpliesen las normas era un unicornio. Esta es mi realidad, la de mi familia, supuestamente bien informada y supuestamente concienciada. Y supongo que no se aparta mucho de otras tantas en el país.

Y me pregunto, ¿por qué son tan importantes las navidades, sobre todo si no eres creyente, como es el caso de la mayoría de mi familia? ¿Por qué empeñarnos en juntarnos justo ahora? Celebrar la vida con la familia podría hacerse un fin de semana cualquiera en verano, con buen tiempo y al aire libre. Pero nuestras mentes están tan marcadas por las celebraciones cristianas que nos plegamos a ellas aunque la religión nos la traiga al pairo. Inercia, conformismo y pereza mental que contribuyen a propagar un virus al que le encanta nuestra inercia: nos ofrecemos a él con regocijo y placer. ¡Qué vivan las fiestas! Y a los sanitarios, que apechuguen, ¡haber elegido otra profesión!

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