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Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera
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Una, Santa, Apostólica y Criminal

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En una sociedad sana, los encubridores de los criminales de una asociación con cientos de miles de víctimas, sería prohibida y sus representantes institucionales serían encarcelados, sus posesiones confiscadas y entregadas a sus víctimas. Es lo que han intentado en Italia algunos jueces valientes con la Mafia. Así les ha ido, claro. Con la Mafia hemos topado, amigo Sancho, que decimos parafraseando al ser más sabio jamás concebido.

Para una sociedad sana habría que recordar los juicios de Núremberg.

Aquí no, en esta sociedad que llamamos “modeLna” (con L de listillos), a esos criminales los llamamos “eminencias” y “santidades”, y poseen palacios y templos enormes y finanzas que aterrarían a los más ricos de la tierra, si es que ellos no pertenecieran a esa casta.

Por si fuera poco, además, les consentimos la arrogancia moral de hablarnos del alma, y dar discursos sobre ella, y de vender el cielo o proscribirlo. De venderlo a los ricos, a quienes casan y bautizan en sus mejores templos (obviando lo que llaman el pecado de simonía que han practicado toda la vida sistemáticamente, aunque desde Trento pasando por el Vaticano II esté prohibido, pero bueno); de proscribirlos a los pobres, que les sirven para hacer caridad y acallar sus podridas conciencias. De decidir que las mujeres no cuentan salvo para parir hijos, de sentenciarlas como pecadoras si no usan sus cuerpos como ellos dicen, “como esclavas del Señor”, según modelo. Ellos, los criminales, por acción o por encubrimientos masivos, los que llamamos santos o santificables son los que llaman pecadores a los demás. “Ay, de vosotros, escribas y fariseos hipócritas…”, que dijo otro loco maravilloso, a quien citan continuamente, tergiversando día tras día su mensaje.

Esa asociación criminal, la más grande asociación criminal jamás existida sobre la tierra si observamos solo los millones de víctimas de holocausto continuado durante miles de años (cruzadas y evangelizaciones incluidas), poseen, por si fuera poco, una sucursal del delito en todos y cada uno de los barrios de nuestra geografía y de buena parte de la geografía del mundo. Allí violan a niños (en una de cada diez de esas sucursales, como se ha demostrado en Australia, en Estados Unidos, en Alemania…), sentencian sobre la vida y la muerte y hasta te condenan por herejes a una eternidad de dolores si te atreves a decirles sin pelos en la lengua lo que hacen (véanse los juicios al artista Abel Azcona). No solo juegan con tu vida, sino que pretenden hacerlo también con tu muerte.

En un país más sano que el nuestro tan “modeLno” (con L de listillos) esos criminales no tendrían el derecho de seguir encubriendo, ni de entrar en las escuelas públicas, ni en los hospitales públicos. Y, ni siquiera, como sucede en países más sanos que el nuestro (se necesita poco) tendrían colegios y hospitales suyos propios.

Aquí no, aquí tienen el derecho a la objeción de conciencia. Cuando ellos quieren, cuando les apetece, porque para aplaudir a la policía de Melilla que mata a prójimos como ellos, no, ahí está todo bien. Cuando se trata de recibir la Sagrada Hostia de manos de un criminal, ahí no, ahí la conciencia no tiene objeciones.

No seremos nunca una sociedad sana, simplemente porque siempre estarán ellos y seguirán amargándonos la historia como han hecho siempre, contaminándolo todo, pudriéndolo todo, jugando con la vida y la muerte de niños, mujeres, ancianos, pobres y todos los que ellos consideran seres de segunda categoría. Y porque los poderes llamados públicos, de derechas o de izquierdas que se llamen, porque forma parte de este país de infame consenso, lo consentirán siempre. Porque la preeminencia del varón, blanco y rico, para ellos, machistas recalcitrantes, además de asesinos y criminales, es el principio exclusivo sin el que no pueden dejar de actuar. Todo ello santificado con las palabras opuestas a lo que hacen: “Haced lo que ellos digan, no lo que ellos hagan…” La pregunta es, ¿por qué los criminales tienen derecho a pontificar? ¿Por qué no hay nadie que ponga en duda su derecho a seguir existiendo?

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