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Sindicalismo de alcanfor
A lo largo de nuestra historia, el movimiento sindical nunca permaneció ajeno a las crisis y mucho menos a la de valores, como la actual. Muchos son los gigantes contra los que luchamos y pocas la huestes de las que disponemos.
Asolados por la ofensiva neoliberal europea y obcecados en la destrucción de nuestro Estado del Bienestar, las profundas transformaciones en la estructura social de nuestro país y laboral de las clases obreras así como las nuevas formas de producción y organización están aderezando el azote del desempleo y la precariedad en el poco trabajo del que disponemos.
Hablar de globalización no es nuevo, mamar de sus efectos indeseables, tampoco.
Los sindicatos se han abonado a un terreno desconocido en el que se creyeron importantes sin caer en la cuenta de que estos cambios profundos de nuestros modelos terminarían pasando factura a las organizaciones sociales más reivindicativas y haciéndolas responsables directas de los mismos.
El sindicalismo no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, “mea culpa” porque si a algún actor social le correspondía hacer frente, de verdad y a pulmón a estas ofensivas neoliberales, ese era a él.
Llegados a este punto y no es nada nuevo, tocaba repensar, redirigir y si cabe, transformar las estructuras sindicales, a la sazón, de la propia sociedad.
Nuestro mayor pecado pudo ser la autocomplacencia. La de las organizaciones por sentirse poderosas, modernas y a salvo del temido leviatán globalizador y la de los propios trabajadores por alejarnos, cada vez más, con displicencia de tan noble función, la sindical.
El problema de la afiliación no es ya su porcentaje sino su distribución, una constante en el tiempo que no hemos sabido reconducir. La afiliación y acción sindical se concentra en las grandes empresas y las administraciones públicas mientras que en las pymes, que aglutinan el 85% del tejido empresarial, no se ha avanzado, y esto, unido al cambio legal de la configuración en la negociación colectiva y la preeminencia de los convenios de empresa sobre los de sector, no ha dejado al sindicalismo en muy buena posición. Si además le sumamos el desempleo estructural y nuestra incapacidad para adaptar el sindicalismo a las nuevas realidades sociales y empresariales, solo nos queda certificar el diagnóstico.
Si la mayor parte de la sociedad que necesita de nuestra ayuda está parada y tenemos en cuenta que este sector está abandonado por el sindicalismo, y ésta es una máxima cuasi deontológica en la historia del mismo, no hará falta mucho más para entender el desapego social.
Las ejecutivas de los grandes sindicatos se sostienen por delfines de nuestros próceres sindicales. Nadie ni nada nuevo ha tenido agallas de irrumpir con solidez en la escena sindical. Ni los sectores críticos ni las ilusiones programáticas de moda han sabido captar la atención de las bases. Esta nueva situación ha dado paso al crecimiento de sindicatos corporativistas, lineales, y en muchos casos, amarillos, que han ido detentando las cuotas sindicales de dignidad
Políticamente han surgido formaciones que han sabido canalizar las inquietudes de gran parte de la sociedad pero el factor común de todas ellas es que son y huelen a algo nuevo, no conocido, sin experiencias previas ni pasaportes identitarios que les relacione, ni siquiera de soslayo, con lo malo conocido.
Los grandes ejércitos de parados de este país se siguen preguntando donde estaban los sindicatos mientras sus filas seguían en aumento. No se entiende que las relaciones contemporáneas entre la población inactiva y los sindicatos sea recordada por los fraudes masivos en la formación.
Si hay que cambiar los estatutos, pues se cambian, si hay que diversificar, pues se hace, pero ya no hay excusas, se debe acometer un sindicalismo global donde estén representadas las bases de nuestra propia sociedad y no las élites privilegiadas.
Debemos abandonar los paroxismos trasnochadores y los eslóganes comerciales, las luchas amaneradas y demagógicas y desempolvar, más que las banderas, el espíritu que movió al nacimiento de tan noble sentimiento. No caben las dudas porque ya sabemos que son terminales. Este es otro momento más en el que se debe estar a la altura o si no, tomar la decisión de echarse a un lado.
El sindicalista francés Monatte, lo definía así: “cuando llego a un lugar y me dicen que no se puede hacer nada, inmediatamente pienso que está todo por hacer”.
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