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Sylvia y el mundo dorado

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Terminé de leer hace poco los Diarios de la poeta Sylvia Plath y me he quedado huérfana de algo importante, así que habrá que ir a por más, y también, volver atrás. Durante unos meses, he estado viviendo en el paraíso y el infierno de Sylvia: el paraíso es ella misma, el infierno, su enfermedad y la sociedad que la rodea.

Sylvia piensa fuera de la caja, de un modo no convencional, lo que agradezco muchísimo en un mundo donde son mayoría los pensamientos trillados. También es una víctima del patriarcado institucional, especialmente duro en los años 50 del pasado siglo en Norteamérica. Ni siquiera Sylvia pudo sustraerse a ese clima social que segaba de raíz las ambiciones de las mujeres, es más, pensaba, ¿por qué hay que sustraerse? Plath vivió siempre dividida entre su pasión por escribir y el hecho de que tendría que encontrar un hombre con el que compartir su vida en un matrimonio convencional de la época. Su indecisión, con la que todas podemos identificarnos, (resolver si echarnos en brazos del ángel del hogar, o hacer algo de provecho con nuestros cerebros), tenía sin embargo en ella un carácter obsesivo. Escribe sobre los frutos de una higuera en su única novela La campana de cristal: “Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila… […] Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre solo porque no podía decidir cuál de los higos escoger”. Por lo menos, en las dos últimas décadas, las mujeres hemos aprendido que no se pueden hacer bien las dos cosas: llevar una vida doméstica, y además, pretender escribir. Así estamos las mujeres, pendientes de si se produce finalmente la revolución de los cuidados.

Sylvia Plath se suicidó a los 30 años, en 1963, abriendo la espita del gas del horno. La mató la vida doméstica, y el abandono e infidelidades de su marido, el también poeta Ted Hughes, que la dejó casi sin dinero, con dos hijos pequeños. Todavía no había llegado la era farmacológica a la psiquiatría de los años 50, y Sylvia no pudo tener paciencia consigo misma y esperar a la madurez, esperar 20 años si hubiera sido necesario para poder escribir. Durante los tiempos felices, Sylvia habla de Ted como si fuera un dios, un hombre brillante, un coloso de la creatividad: “Es extraño el placer indirecto que me causan las publicaciones de Ted: pura alegría, casi como si él estuviera manteniendo el campo abierto, metiendo un pie para impedir que se cierre la puerta del mundo dorado y guardándome así un sitio en él”. Porque ella seguía pataleando las puertas del mundo dorado para entrar en él y muy pocas veces estas puertas estaban abiertas.

La escritora es cuestionada por el entorno, por su diferencia excepcional, lo que le lleva a encerrarse en una campana de cristal para poder crear. Plath se propone crear un reducto de calma escribiendo para así alejarse de un entorno social limitado, y se echa con todo el amor y casi por obligación a la misantropía erudita. Se trata, pues, de expandir los límites hasta romper la campana de cristal, y sin moverse de la habitación.

Sobre la libertad y el hecho de ser mujer en una sociedad patriarcal, Sylvia escribe algo verdadero que nos apela directamente a las mujeres del siglo XXI: “Nacer mujer es mi terrible tragedia... Sí, el deseo que me consume de mezclarme con el personal de la carretera, marineros y soldados, asiduos a los bares, ser parte de una escena, anónima, escuchando, recordando, todo se estropea por el hecho de que soy una mujer siempre en peligro de asalto y agresión. Mi interés por los hombres y sus vidas a menudo se malinterpreta como un deseo de seducirlos o como una invitación a la intimidad. Sin embargo, Dios, quiero hablar con todos los que pueda tan profundamente como pueda. Quiero poder dormir en un campo abierto, viajar al oeste, caminar libremente por la noche…”

Pienso gracias a Sylvia Plath que hay que estar muy liberada de este mundo cruel, para poder llegar al centro paradisíaco de ti misma y ponerte a nadar allí un buen rato y que no molesten, por favor. Sylvia era una mujer poderosa, trabajadora e incansable. Aprendes, leyéndola, el método. Comprendes que sus cualidades excelsas pueden ser adquiridas por muchos seres humanos si entrenan lo suficiente, para así poder fabricar sus propias alas para volar.

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