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Tejero en Moscú
Tras la marcha del jefe de los mercenarios rusos de Wagner, hacia Moscú por “la justicia”, algunos nos lo tomamos a guasa otros no. Pronto sonaron todas las alarmas en Europa y EE.UU., según las tropas mercenarias avanzaban desde Rostov hacia Moscú (1000 kilómetros). La reacción inmediata de Putin en una declaración grabada (para luego desaparecer) acusando a los “sublevados” de traidores a la patria, con un lenguaje agresivo a la vez que temeroso, eliminó cualquier atisbo de guasa por mi parte. La cosa iba en serio. La pregunta era ¿Cuánto de serio tenía sublevación?
Yevgueni Prigozhin y Vladimir Putin se conocieron en Neva. El primero había empezado su carrera como un delincuente callejero en San Petersburgo, pero pronto se dedicó a la venta de perritos calientes, en los tiempos en que Putin medraba en la órbita del alcalde más corrupto de esa ciudad, Anatoli Sobchak. Putin le echó una mano y le facilitó contratos para que iniciara sus negocios de catering (en aquellos años los instrumentos de la economía rusa estaban de saldo y la mafia se lo quedaba todo). Con ello amasó una gran fortuna y pronto se convirtió en un señor de la guerra con su empresa de mercenarios Wagner, al servicio del Kremlin. Hizo el trabajo sucio a Putin, ahí donde lo necesitaba (Libia, Mali, Mozambique, República Centroafricana, Siria Sudán Venezuela, Ukrania…). Siempre le fue leal.
No parece suficiente explicación que el intento de “asonada” haya que imputarlo al enfrentamiento que, desde hace meses, mantenía el mercenario con el Ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigú, o que el propio Putin pretendía acabar con Wagner, obligándolos a incorporarse en las filas del ejército regular. Nadie emprende una aventura de 1.000 kilómetros para llegar al Kremlin y tomarse una taza de té con el nuevo “Zar de todas las rusias” y entregarle una carta de quejas.
Ni tampoco es creíble que, a 200 kilómetros de Moscú, decida dar marcha atrás porque el perrito faldero de Putin (Lukashenco) le llamara para “intermediar” garantizándole que le daría refugio en Bielorrusia. Para este viaje no hacían falta estas alforjas. Prigozhin conoce a Putin. Sabe que no perdona (la lista de asesinatos, envenenamientos, encarcelamientos de “enemigos” y “traidores” es interminable).
Todavía quedan muchos cabos sueltos, preguntas que responder, que sesudos Kremlinólogos y politólogos nos irán ¿despejando?. Por mi parte, no deja de rondarme por la cabeza la figura de Antonio Tejero y el 23/F de 1981 en España, con la toma del Congreso. Al margen de las dudas que todavía quedan por despejar sobre el papel jugado por Juan Carlos en este episodio, lo relevante es que el fascista Teniente Coronel, Antonio Tejero, no actuó porque de pronto le entrara el “ardor guerrero” sino que formaba parte de una operación diseñada por altos mandos del ejército, nostálgicos del franquismo. Al final le dejaron “con el culo al aire”.
No es descabellado, por tanto y salvando las correspondientes distancias, que Prigozhin no actuara sólo, que previamente hubiera mantenido contactos con altos mandos del ejército, empresarios y oligarcas opositores a Putin que se sumarían según avanzaba a Moscú o le darían su apoyo. El camino era largo y poco a poco el dueño de Wagner constataría la soledad en la que se encontraba. Le habían hecho un “Tejerazo”. Lukashenko (el perrito faldero de Putin) haría lo demás. Putin no perdona traidores y pronto se verá.
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