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Las universidades madrileñas en la fase 0 ¿hasta cuando?

José Luis Domínguez López

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La situación de excepcionalidad que estamos viviendo desde el mes de marzo ha obligado a los profesores y a los alumnos universitarios a abandonar la enseñanza presencial en las aulas y sustituirlas por la enseñanza online. Lógicamente, los criterios sanitarios y de prevención ante posibles contagios han primado sobre los criterios pedagógicos y didácticos. Sin embargo, la reducción del número de contagiados y de fallecidos está favoreciendo la salida escalonada, a través de fases, de esta situación de emergencia sanitaria que, previsiblemente, culminará a finales del mes de junio y que nos instalará en la llamada “nueva normalidad”.

En las próximas semanas en las universidades se va a llevar cabo el plan anual docente 2020/2021 en el que se detallan aspectos relacionados con el comienzo del próximo curso. Aunque, todavía sin confirmación oficial, comienzan a circular rumores de qué el primer cuatrimestre del próximo curso académico no será presencial y la enseñanza se impartirá de forma online. Si a esto sumamos que la prestigiosa universidad de Cambridge ha decidido suprimir las clases presenciales para el próximo curso, es posible que las universidades madrileñas (o de todo el país) decidan seguir este camino y no abrir físicamente las aulas.

Pero sí todo el país a finales de junio va a intentar regresar a la normalidad ¿por qué las universidades no? El ministro de universidades, Manuel Castells, en las últimas declaraciones hablaba de que en la universidad se va hacia un modelo híbrido, es decir con clases presenciales y con clases a distancia. Esto es perfectamente posible de llevar a cabo en la actualidad, hasta que se pueda garantizar la salud de los ciudadanos y que éstos puedan regresar a las clases presenciales si así lo desean.

Por ello esta reflexión personal pretende aportar soluciones reales a esta situación de excepcionalidad, adaptándonos a una forma de enseñanza y aprendizaje, que sin ser la ideal, puede contribuir a la mejora de la docencia.

En primer lugar, recuperar la relación entre profesores/as y alumnos/as a través de momentos presenciales. Nunca he sido más consciente que ahora de lo importante que es la presencia física de los alumnos, de su lenguaje no verbal, de saber que estoy conectado con otros seres humanos a través del conocimiento y del aprendizaje. De interactuar en múltiples direcciones y con todos a la vez, observando, unas veces su interés, otras veces, su aburrimiento. Esto no lo podemos perder. Pero, como al mismo tiempo, hay que seguir manteniendo unas medidas de seguridad la mejor opción es la semipresencialidad. Para resolver el problema de la masificación de alumnos en un aula, se pueden realizar las horas dedicadas a clase magistral con el formato online; mientras que las clases prácticas serían presenciales, pues el grupo se puede subdividir en varios grupos más pequeños, de unos veinte alumnos, y se podría mantener la distancia de seguridad en aulas con capacidad para setenta u ochenta alumnos.

En segundo lugar, tenemos que replantearnos la didáctica de nuestras asignaturas. Estas semanas me han permitido conocer algunas funciones de la tecnología de la información y de la comunicación muy interesantes para aplicarlas a la docencia; sin embargo soy un convencido de que la pedagogía siempre debe dirigir a la tecnología y no al revés. Sin rechazar todo lo que la tecnología nos puede proporcionar, creo que hay que regresar a la esencia, es decir, a un profesor/a y un grupo de alumnos/as que parten de lo que conocen, que se intrigan por lo que no conocen, que esta situación les lleva a un conflicto cognitivo, donde reflexionan y terminan haciéndose preguntas, algunas se pueden responder y otras no; y, esto hay que realizarlo en el aula, pero también fuera del aula. Los alumnos deben ser capaces de captar en todas su dimensiones el mundo que les rodea, a través de los sentidos, de las emociones y hacerlo en compañía de otros.

En tercer lugar, hay que retomar la cultura del libro. Durante el confinamiento he pensado que pasaría si nuestra dependencia de la tecnología se viese afectada por un fallo masivo de los sistemas informáticos. ¿Cómo podrían seguir aprendiendo nuestros alumnos? Pues de la misma manera con la que aprendieron sus profesores: con los libros. En la mayor parte de las facultades, desde hace tiempo no hay librerías, ya no se compran libros (afortunadamente sigue habiendo bibliotecas) y el número de lecturas que realizan nuestros alumnos es cada vez menor, quizás porque los profesores hemos primado otros materiales subidos a las plataformas digitales como tareas, cuestionarios, enlaces de vídeos, algunos artículos… Sin embargo, las posibilidades de conocimiento, de reflexión, de abordar un tema desde diferentes perspectivas que ofrecen la lectura de los libros se está perdiendo. Hay que fomentar el aprendizaje autónomo del alumnado.

En cuarto lugar, la evaluación de los aprendizajes. Una de las mayores preocupaciones de los docentes y de los alumnos ha sido como iba a ser el sistema de evaluación sin la posibilidad de exámenes presenciales. Creo que es el momento de abordar de manera generalizada una auténtica evaluación continua donde los exámenes, tal como los conocemos, sean una parte dentro de un proceso más amplio de evaluación, pero no la más importante porcentualmente hablando. Debemos revisar tanto los criterios como los instrumentos de evaluación, utilizando formatos online y presenciales, que garanticen que los alumnos consigan los objetivos propuestos de formas muy variadas, como ocurre en la vida cotidiana. Para llevar a cabo esta transformación el rol del docente también tiene que cambiar. El profesor ya no es la única fuente de conocimiento, en la llama “sociedad de la información”, pero su función no va a disminuir; todo lo contrario, se va agrandar. Sobre todo, cuando hemos sentido la ausencia de las relaciones personales a todos los niveles. El profesorado tiene un reto y es el de convertirse en un facilitador de los aprendizajes, favorecer que el alumnado sea partícipe de su propio aprendizaje; todo ello en una interacción constante entre profesores y alumnos y éstos entre sí y, para ello, es fundamental, la presencia física.

Así pues estos momentos de crisis y de inseguridad se pueden convertir en un tiempo de retos profesionales, de oportunidades para reflexionar de forma individual y, sobre todo, aunando esfuerzos con otros docentes para mejorar la educación en los próximos años.

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