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El valle que nunca existió

Fernando Pérez Martínez

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Décadas después de irse al traste la carcomida dictadura fascista española, perviven mitos, ficciones y toponimias acuñados por la propaganda del Régimen, que debido a la inmarcesible ignorancia y desprecio por la cultura de las autoridades del pueblo español, subsisten como residuos de la inercia de siglos de incuria.

Los reaccionarios que pretendieron redimir las derrotas de las guerras carlistas del siglo XIX español, con el enésimo pronunciamiento decimonónico, esta vez en pleno siglo XX, se encontraron siguiendo los manuales militares al uso publicados por la propaganda nazi, con una guerra de exterminio y una victoria militar aplastante merced a los apoyos más diversos y abrumadores y a las casualidades más desgraciadas.

La pátina de defensores de la civilización cristiana y europea que las fuerzas del Más Allá prestaron a los rebeldes sublevados, con su sempiterna obediencia milenaria a la diplomacia del gobierno teocrático del Estado Vaticano, convenció a los creyentes de las democracias occidentales y predispuso a la opinión pública internacional para comulgar con las pertinentes ruedas de molino en tanto que sus ministros y agentes hacían lo que fuese para conservar los vetustos privilegios con que el Concilio de Trento venía destrozando pueblos y haciendas españolas en favor de los Príncipes de la Iglesia Católica.

Las timoratas democracias burguesas europeas intimidadas y complacientes con el poderío militar nazi y fascista corrieron en ayuda del poderoso, tildando al gobierno español legítimo y democrático, de títere del comunismo soviético, contribuyendo a la confirmación de la profecía autocumplida.

Los USA, la potencia ascendente ultramarina, desde el minuto uno de la asonada militar, fue un generoso e interesado socio de los sublevados pretextando que el gobierno democrático era débil para oponerse al bolchevismo revolucionario.

Las belicosas naciones invasoras de sus vecinos europeos, inoculadas de fe ciega en regímenes políticos autoritarios y antidemocráticos se proponían como los únicos capaces de frenar al bolchevismo soviético, que hacía temblar a la burguesía del planeta con el temor al contagio revolucionario de la molesta costumbre de pasar por las armas a prebostes y dinastías dueños hasta entonces de los destinos del planeta, tras poner fin al Imperio Zarista.

Durante años de piedra y de hierro, España fue cárcel, cuartel y seminario ensangrentados. Los victoriosos admiradores del III Reich y del Partido Nacional Fascista Italiano, su ideario, sus aspiraciones, apenas dieron para concretarse en un vulgar y tosco ceremonial de venganza, rencor y exterminio de los demócratas españoles durante cuarenta años. La cultura resumida en el lema que proclamaban allí donde conseguían entrar sus adalides: ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! Rindió los espantosos frutos que eran esperables de la asociación del desprecio a la vida terrenal, tan execrada por las Sagradas Escrituras, y la cultura escolástica y milagrera de militares y eclesiásticos católicos, alimentados por el miedo puesto en sus propios seguidores.

Perduran aún, muchos años después del fracaso de la dictadura sustentada por las potencias militares y diplomáticas del Occidente europeo: motes, topónimos y sobrenombres que el oscurantismo de la dictadura y el analfabetismo propio del adoctrinamiento católico mantienen al calor de la indolencia de los escarmentados ciudadanos españoles que aún no han olvidado que la lectura y la formación han sido siempre sospechosos para los detentadores del poder antidemocrático y letales para los interesados.

Así se explica que bajo la cruz- garrote que amenazadoramente el Régimen nacional católico clavó en el centro de España como recordatorio de las matanzas y aviso a tibios y heterodoxos, todavía hoy se mencione coloquialmente o lo que es peor en los medios de comunicación los topónimos de la propaganda del régimen franquista como “el Alto o el Puerto de los Leones”, lugar que jamás existió, en lugar del Puerto o Alto del León, conocido así desde tiempo inmemorial por la figura de león que corona el puerto de Guadarrama. El “Puerto de los Leones” no es más que el mote con que los eficaces departamentos de agitación y propaganda que los militares sediciosos pusieron en marcha para homenajear a la carne de cañón aniquilada intentando infructuosamente abrir paso a la columna con la que el raposo general Mola ambicionaba llegar a Madrid.

Otra de las sonadas patrañas propagandísticas de la dictadura es la transustanciación del Risco de la Nava en valle y no en un valle cualquiera sino en el Valle de los Caídos por Dios y por España. El risco es base de la megalítica e intimidatoria cruz allí exhibida para oprobio del sentimiento religioso humano, como muestra revanchista de la opresión nacional católica, y bajo el que construyeron a sangre y fuego su basílica perforando el peñasco.

Cuando Franco temió que le faltase apoyo internacional, una vez ajusticiados sus mentores alemán e italiano, vaciaron fosas comunes de demócratas enterrados tras ejecuciones extrajudiciales y, ale ¡op!, el risco de la Nava se transformó en el Valle de los Caídos, el valle que nunca existió, y su exaltación a los muertos del bando faccioso muertos por Dios y por su patria nacional católica en símbolo de una reconciliación que jamás quiso el dictador.

La democracia sacó la momia del dictador genocida de la monumental tumba que con vidas y patrimonio público mandó erigir a mayor gloria de su memoria, pero allí queda la cruz ominosa que amenaza a quienes no inclinan la cerviz ante su idolatría y superstición anticientífica.

Otro fruto venenoso de la incuria cultural del régimen nacional católico perdura en las generaciones actuales, del mismo modo que el analfabetismo en las antiguas, en las mentes incultas de muchos españoles de hoy permanece la creencia de que el criminal dictador fue una buena persona que pretendió el bien de su país, o un benévolo rey español o un presidente del Real Madrid…

Así hemos dejado que escriban la Historia de España, que como dijo el poeta es la más triste de todas las Historias del mundo, porque termina mal…, por ahora.

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