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Nuestros vecinos pobres

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En el año 2011, en Siria, lo que comenzó siendo unas protestas pacíficas contra el régimen de su presidente, Basahr al Asad, acabó en una guerra civil donde se implicaron distintas potencias extranjeras apoyando cada una a un bando. Como siempre, las consecuencias las paga la población civil, que empezó a perder la esperanza tras años de una guerra enquistada. Dado que las ayudas que llegaban a través de organizaciones humanitarias empezaron a escasear, el pueblo sirio se sumió en una pobreza extrema. Las opciones de ganarse la vida se convirtieron en una quimera. Las restricciones para acceder a un empleo obligaron a muchos sirios a aceptar trabajos en condiciones tan precarias que rozaban (rozan) la explotación. La emigración se convirtió para estas personas en la única salida posible. ¿No hubiéramos actuado de igual modo nosotros en las mismas circunstancias? A ninguno de los bandos parece importar este hecho. ¿No se plantearon la emigración que se iba a producir?

El Mundo se horrorizó, eso sí, con la imagen de Aylan Kurdi, el niño sirio que se ahogó junto a su hermano y su madre en un intento de llegar a Europa, cuyo cuerpo apareció sin vida en una playa.

Los países de la Unión Europea compensaron a Turquía para que mantuviesen en su territorio la oleada de emigrantes sirios. Acallaron, de ese modo, la conciencia del espíritu que la propia Unión Europea se había impuesto desde su fundación. La fotografía del pequeño Aylan se desdibujó de la memoria colectiva, tan fugaz esta.

Como tampoco importa las consecuencias que la decisión del gobierno marroquí de cerrar la frontera con nuestro país causa en una parte de su propia población, que sobrevive a base de portear mercancía de un lado a otro de la alambrada. Desde entonces, para Amina, una de las muchas porteadoras que traspasaba la frontera de España con Marruecos a través de Ceuta, la vida cambió para peor. Los bultos que portaba desde Ceuta quedaron interrumpidos. No sacaba mucho, pero aportaba algo a la exigua economía familiar. Ella es ajena a los motivos que llevaron a sus gobernantes a cerrar la frontera con España. ¿Qué le importa a Marruecos que parte de su población llegue a pasar hambre por mor de sus decisiones? ¿Piensan en sus ciudadanos cuando por cuestiones estratégicas los arrincona en la extrema pobreza?

En el continente africano se desconoce el número total de guerras que se están dando en la actualidad. Se calcula que puede haber alrededor de 25 conflictos armados por distintos motivos. Tal vez, las que más nos pueden sonar son las de Somalia y Sudán. Las crisis humanitarias provocadas por sequías devastadoras, inundaciones, desnutrición, inseguridad alimentaria, enfermedades... unidas a los conflictos bélicos, hacen que la población de estos países se vea acorralada sin más salida posible que la inmigración hacía los países europeos. En su llegada a las fronteras, se les frena, se les apalea en muchos casos produciendo incluso muertes, y se les devuelve a sus países de orígenes.

¿Se puede solucionar el drama de la emigración provocada por el hambre y las guerras cerrando fronteras? ¿No es prioritario que los gobiernos de los países occidentales convoquen una Cumbre para tratar los problemas reales de la población mundial, igual que lo hacen para llegar a acuerdos armamentísticos?

De la guerra de Ucrania no hace falta añadir comentarios. Es la más cercana en lo geográfico, la más preocupante en lo económico para nuestros bolsillos y la más influyente en la ampliación de la estructura militar de occidente. Del impacto de la misma en la población civil sabemos que toda Europa se ha volcado en ayudas. Ucrania no está en el listado de vecinos pobres.

La Historia es fedataria de que en todos los conflictos bélicos los que siempre salen perdiendo, gane quien gane la contienda, son los más débiles. La realidad viene a constatar que nada ha cambiado. El filósofo griego Platón, que vivió cinco siglos antes de que apareciera el cristianismo, ya expresó que “buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”. Pero, ¿a quién le importa lo que opinaba el maestro de Aristóteles?

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