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El verano es para los tontos

Ramón Soriano Cebrián

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Es de suponer que continuará vigente aquel axioma que enseñaban en la escuela según el cual el calor dilata los cuerpos y el frío los contrae. No es raro pues que en este verano tan caluroso se esté produciendo una dilatación general de los cuerpos y, en especial, de alguna de sus partes más sensibles al bochorno en el que nos cocemos día a día. Una de las partes más sensibles del cuerpo más propensas a sentirse afectadas es, dada su consistencia gelatinosa, el cerebro, que, sometido a altas temperaturas durante más tiempo del habitual, puede llegar a licuarse.

Así, no es de extrañar que sea frecuente ver a seres en playas, piscinas o donde pueda exhibirse impunemente la anatomía lucir el cuerpo tatuado con los más diversos motivos y, especialmente, con el nombre de la pareja que le ha abandonado hace quince días; o los que corren sudorosos a la hora de más calor e insolación buscando esa “superación” a no se sabe qué; o los suicidas del gusto que ingieren una jarra tras otra del brebaje llamado sangría. Todos ellos son la confirmación de que el proceso de dilatación distancia a las moléculas hasta la licuación dificultando el trabajo normal de las neuronas no acostumbradas a tal medio.

Pero hay muchos más ejemplos. Sin ir más lejos, los expertos en sociología electoral que trabajan para los medios más influyentes, universidades y algún que otro partido político, que se pasan semanas vendiendo sus prospecciones electorales para descubrir al día siguiente de la votación que no han dado ni una. Como este desajuste cerebral es de amplio espectro, no se contentan con dar datos, además los interpretan pronosticando vuelcos sorprendentes, sorpresas electorales, composición de futuros gobiernos e incluso llegando a poner fecha de caducidad a la vida política de algún que otro actor en la contienda electoral. Invaden así las competencias de otro colectivo afectado por el mal como es el de los expertos, opinadores y tertulianos en general que, como el anterior, padecen la disfunción típica de la licuación cerebral consistente en confundir deseos con realidades, para echar la culpa a los demás si luego a la hora de la verdad no coinciden. No se sabe de ninguno que se haya disculpado por el mal trabajo realizado, es más, alguno de ellos afirma ahora, sin sonrojarse, que no se trata de acertar sino de “marcar tendencia”, vamos, que se nos han vuelto influencers. Imaginemos a un médico diciendo que el diagnóstico no importa cuando se le muere el paciente, o al arquitecto negando el valor del proyecto cuando se le ha derribado el edificio, mínimo cárcel.

El que los efectos del calor son transversales lo muestra el hecho de que son numerosos los personajes prominentes (presidentes de comunidad, alcaldes de grandes ciudades) que, habiendo llegado a tan altas responsabilidades con el apoyo de grupos políticos minoritarios, pasando por encima del partido ganador, reclaman ahora a voz en grito que sea la lista más votada quien gobierne las instituciones. Se demuestra así que los efectos perniciosos del calor no solo son causa de tontuna, se une a ella la amnesia ya que la anormal circulación neuronal en medio líquido debe impedir acceder al archivo mental donde se guardan los recuerdos. Eso o que empuja a engrosar las filas del amplio colectivo cuyo principio vital esencial es el de “haz lo que yo te diga, pero no lo que yo haga”, no pudiendo decir a día de hoy cuál de las dos consecuencias es más dañina.

Cuentan estos rediseñadores del sistema con el glorioso antecedente de la “alcaldesa de España”, Rita Barberá, que llegó al poder con los votos del antediluviano partido Unión Valenciana, ya que la suma de sus concejales superaba a los obtenidos por el Partido Socialista, claro ganador de aquellas elecciones. Nadie de su partido, ni de fuera, reclamó entonces la necesidad de dejar gobernar a la lista más votada, dando inicio así a un periodo de abrumador dominio de la señora que, gracias a la nueva alcaldesa, va a tener a partir de ahora nombre de puente, sin que ello constituya ninguna metáfora que haga referencia a acercar orillas, establecer comunicación entre distintos ni nada por el estilo. Es sólo el afán renombrador de estas nuevas corporaciones que igual borran el nombre de un músico nacionalista a un auditorio, por no representar a toda la sociedad, dicen, como dan el nombre de Rita a un puente, en definitiva el de una política con la que sólo se identifican los suyos.

Ojalá llegue pronto el invierno y nos salve de la epidemia.

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