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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

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Héctor Cebolla - @hcebolla

¿Qué esperar tras el 20-D?

Lanzar la piedra y no esconder la mano

Marta Romero

La campaña electoral llega a su fin. Estamos ya a las puertas de que se celebren unas elecciones muy especiales. Desde hace tiempo, se percibe que el próximo domingo no está sólo en juego la elección de un gobierno, sino cómo será el sistema político en los próximos años. Así, estamos viviendo estas elecciones como unos comicios de cambio hacia una nueva etapa política con el fin del bipartidismo como telón de fondo.

Como es bien sabido, el principal elemento novedoso de estas elecciones generales es la alta competición electoral con la entrada de dos nuevas fuerzas políticas, Ciudadanos y Podemos, que disputan el voto de forma muy eficaz a los dos grandes partidos (PP y PSOE). Esto hace que se vislumbre la posibilidad de que en España se pase de un sistema bipartidista, en el que PP y PSOE han aglutinado en los últimos treinta años más del 70% de los votos en las elecciones generales, a otro multipartidista con cuatro partidos que se reparten el grueso de los votos. Los sondeos apuntan a que PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos sumarían juntos el 80% del voto.

La entrada de las nuevas fuerzas emergentes en el Congreso supondría su consolidación e institucionalización como actores políticos clave, ya que hay que recordar que tanto Podemos como Ciudadanos ya habían irrumpido en la escena política española; primero en las elecciones europeas celebradas en mayo del pasado año y después en las elecciones autonómicas y locales celebradas hace seis meses, revelándose como actores claves de la gobernabilidad (a nivel regional y local). De alguna forma podríamos decir que el cambio electoral ha venido por olas y la del 20-D sería, tras las últimas elecciones europeas y las pasadas elecciones autonómicas y locales, la tercera (con la entrada institucional en la arena nacional de las fuerzas emergentes).

Sin embargo, las últimas encuestas electorales no han despejado la duda de cuál puede ser la magnitud de ese cambio que se espera que arrojen las urnas el próximo domingo. El pulso está ajustado. Durante la campaña electoral se han producido oscilaciones en las expectativas de voto de los partidos, especialmente de las fuerzas emergentes con la recuperación de Podemos, frente a la pérdida de impulso de Ciudadanos. Unas fluctuaciones que hacen pensar que hay margen para la sorpresa el domingo. Más aún si se tiene en cuenta que, de acuerdo con algunos de los últimos sondeos que se han publicado, 1 de cada 4 votantes estaría todavía indeciso.

Ante este panorama es interesante plantear tres preguntas:

1) ¿En qué momento del ciclo político estamos?

Echamos la vista atrás y parece que todo empezó hace un año y medio en las elecciones europeas, cuando saltaron todas las alarmas porque el PP y el PSOE no lograron sumar juntos el 50% de los votos (cuadro 1). Pero el inicio de la etapa que estamos viviendo comenzó en 2008. La crisis económica aderezada por una acumulación de casos de corrupción y comportamientos poco ejemplares protagonizados por representantes políticos e institucionales mientras se aplicaban dolorosas medidas de ajuste, dio paso a una crisis política en varias fases. Primero comenzamos a ver cómo el descontento con la clase política creció hasta situarse entre las principales preocupaciones de una ciudadanía cada vez más hastiada. Después empezaría a traducirse en un descontento con las instituciones y con el propio funcionamiento de la democracia (hasta producirse en 2012, según los últimos datos que ofrece el CIS, una cifra récord de insatisfacción democrática).

En los últimos siete años hemos vivido un auténtico “tsunami” político y electoral. Y ese “tsunami” lo hemos visto materializado a través de los cambios que se han producido en el mapa del poder político en España. En el año 2007, el color rojo del PSOE y el azul del PP predominaban en el mapa en España. En las elecciones generales de 2008, PSOE y PP daban muestras de la fortaleza del bipartidismo, aglutinando juntos casi el 84% del voto (y el 92% de los escaños). En el año 2011, tras las elecciones autonómicas y locales de mayo, desparece el color rojo del PSOE y es sustituido por un hegemónico azul del PP con la reafirmación de su poder allí donde gobernaba y su conquista de feudos en los que nunca lo había hecho como Castilla-La Mancha y Extremadura. En 2011, el PSOE sufrió una debacle, pero junto al PP sumaban más del 70% del voto, lo que permitía seguir hablando de una buena salud del bipartidismo. Cuatro años después, en mayo de este año, el mapa del poder territorial es mucho más multicolor y con actores nuevos que han cuestionado que España sea ese país tan (imperfectamente) bipartidista.

Los partidos tradicionales han sido inmovilistas. Al menos lo han sido hasta hace muy poco tiempo, desde el planteamiento de que el descontento de la ciudadanía pasaría a medida que se produjera la recuperación económica. Pero en ese inmovilismo se iba gestando el desajuste entre la demanda y la oferta de opciones políticas. Los nuevos partidos vinieron a llenar un espacio que los partidos tradicionales habían dejado vacío ante una ciudadanía que demandaba cambios y que los partidos pequeños como IU y UPyD no eran capaces de satisfacer. Hasta la llegada de las fuerzas emergentes, la abstención estaba creciendo de forma exponencial, hasta convertirse en 2013 en la principal opción de los electores cuando se les preguntaba qué harían en caso de que se celebraran elecciones generales. Cuando irrumpieron las fuerzas emergentes en la escena política, tras las elecciones europeas, esas actitudes abstencionistas como forma de expresión de descontento y orfandad política disminuyeron. Los ciudadanos no se alejaban de la política, sino que hablaban de política más que nunca y buscaban nuevas opciones que representaran sus demandas de cambio.

La irrupción de Podemos planteó inicialmente el intento (con éxito inicial) de convertir la competición política en una elección entre los de arriba (élites) y los de abajo (pueblo). Esto podría hacer llevado a una transformación radical del sistema de partidos con una polarización social. Pero las fluctuaciones de Podemos, la entrada en el juego de Ciudadanos y la propia modulación de la estrategia y del discurso de Podemos interesado en atraer al votantes de centro, hizo que esa línea de competición se diluyese y fuese sustituida por la disyuntiva de elegir entre una nueva y una vieja forma de hacer política, pero desde una dimensión ideológica. Desde la izquierda o la derecha, el elector decide si opta por un partido nuevo o uno tradicional.

El ajuste entre lo que la ciudadanía demanda y lo que los partidos políticos ofrecen todavía no se ha terminado de producir. Por eso hay tantas fluctuaciones. Y, por eso, en el último año y medio, hemos pasado de dar por muerto el bipartidismo (tras las elecciones europeas) a resucitarlo después (tras las elecciones locales, en las que el PP y el PSOE volvieron a superar juntos la barrera (psicológica) del 50% del voto).

2) ¿Cómo vamos a medir la magnitud del cambio?

¿El próximo domingo, llegarán el PP y el PSOE a sumar el 50% del voto?; ¿volveremos a resucitar el bipartidismo o, por el contrario, lo daremos definitivamente por amortizado? Mediremos el alcance del cambio tomando como referencia las expectativas de voto, es decir, lo que esperamos que pase. De acuerdo con los últimos sondeos, tras el PP se espera que el PSOE ocupe la segunda posición, estando potencialmente muy reñido el tercer puesto entre Ciudadanos y Podemos (cuadro 2). ¿Pero qué ocurrirá si una fuerza emergente consigue arrebatarle el segundo puesto al PSOE? ¿Y si el PP se queda muy por debajo o, por el contrario, supera de la horquilla de voto y escaños que le otorgan los últimos sondeos? ¿Y si Ciudadanos y Podemos consiguieran el domingo un resultado mejor/peor de lo esperado? A partir de esas expectativas mediremos el alcance del cambio, para ver después con los resultados electorales, cómo de fragmentado quedará el sistema de partidos; en qué estado quedará el pulso entre las fuerzas emergentes y los partidos tradicionales; cuál será el balance entre los apoyos de la izquierda y la derecha; y la correlación entre las fuerzas nacionalistas y no nacionalistas.

*Se han tenido en cuenta los sondeos de El País (14/12/2015), El Mundo (14/12/2015), El Periódico (14/12/2015) y La Cadena Ser (14/12/2015). La encuesta preelectoral del CIS, realizada antes de la campaña electoral, recoge la siguiente estimación: PP (28,6% del voto/120-128 escaños), PSOE (20,8% del voto/77-89 escaños), Ciudadanos (19% del voto/63-66 escaños), Podemos sin contar con la candidaturas con las que presenta conjuntamente (9,1% del voto/23-25 escaños) e IU (3,6% del voto/ 3-4 escaños).

3) ¿El cambio viene para quedarse?

¿Morirá el bipartidismo de forma definitiva?; ¿sustituirá Ciudadanos al PP y Podemos al PSOE como se ha llegado a decir? No tenemos suficientes elementos para poder responder a estas preguntas, ni proclamar que vamos hacia un tiempo político totalmente diferente.

Si algo nos ha enseñado la crisis en términos políticos es que los electores no quieren que los partidos den por sentado su voto. Por eso (ya) no son válidas las teorías de los suelos y los techos electorales. Como tampoco el “mito” de que con la actual ley electoral era imposible que entraran nuevos partidos de forma tan potente como Ciudadanos o Podemos. Cuando el cambio social y político se produce, las piezas del sistema electoral pueden mitigarlo o frenarlo, pero no evitarlo. Además, las verdades absolutas e inmutables son poco válidas en lo que al comportamiento electoral se refiere.

Lo único que podemos decir hoy es que estamos viviendo un relevo generacional en el que los políticos que nacieron en la transición están tomando el relevo de los que la pilotaron. Habrá que ver después si eso relevo también se traduce en una nueva forma de hacer política. Los nuevos partidos tienen ante sí el reto de no defraudar las expectativas creadas y de que no se produzca una peligrosa frustración social. Asimismo, tendrán el desafío de consolidarse como partidos-marca, haciendo que su futuro no dependa exclusivamente de la imagen del líder.

Los cambios vendrán para quedarse en la medida en que en el nuevo escenario político, con la nueva correlación de fuerzas y ante la necesidad de pactar, se hagan cambios estructurales del sistema político, esto es, se lleven a cabo reformas políticas.

En todo caso, pase lo que pase el domingo y en los próximos cuatro años, algo se ha movido ya y será difícil cambiarlo. Por ejemplo, en esta campaña electoral ha habido tantos debates (5 entre los principales candidatos en diferentes formatos a 2, 3 y 4), como en todo el período democrático anterior (5 debates cara a cara entre 1993 y 2011). Más debates y nuevos formatos de debate que dejarán su impronta en futuras campañas electorales. Y, sobre todo, hemos visto cómo el interés de los ciudadanos por la política ha aumentado. Nunca antes la ciudadanía había percibido que la política influyera tanto en sus vidas como ahora. Y quizás ese cambio haya venido para quedarse, forjándose así una ciudadanía políticamente más activa y exigente.

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