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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

Promesas rotas y sospechosos habituales: movilidad social y sobrecualificación de los jóvenes españoles

Ildefonso Marqués Perales / Carlos J. Gil Hernández

En el verano de 2014, el politólogo José Fernández-Albertos, uno de los autores de este mismo blog, publicó un artículo muy ilustrativo sobre la distribución del ingreso en nuestro país (Nuestra desigualdad, 01/07/14). En él, señalaba que la desigualdad económica en España no había aumentado debido a un empobrecimiento de las clases medias, sino más bien a una pauperización de los más pobres de nuestro país. Eran ellos los que habían sufrido con mayor intensidad los efectos de la recesión económica de 2008, sus envites más dolorosos. Fernández-Albertos zanjaba, entonces, la discusión sobre las supuestas pobres clases medias españolas y su proceso evidente de empobrecimiento. ¿De dónde procede, pues, la constante queja de nuestras clases medias? ¿De dónde procede su malestar? ¿Por qué están tan descontentas? ¿Por qué hacen responsables a unas instituciones que las respaldan?

Para encontrar la respuesta, hemos de centrarnos en sus expectativas, pero no en las suyas propias, sino en las que tienen reservadas para sus hijos. No es un secreto el decir que los padres siempre quieren que sus hijos disfruten de mayores oportunidades y bienestar. Comencemos por esta pregunta: ¿tienen las clases medias aseguradas los canales de entrada de sus hijos en esta misma clase?[1] Puesto que las expectativas futuras se cimientan sobre nuestras experiencias pasadas, un examen del ascensor social español desde principios de los años cincuenta hasta nuestros días nos dará, en parte, una respuesta acertada. El ascensor social compara la clase social de los padres con la de sus hijos, y da cuenta de si estos últimos han conseguido mejorar la posición social de sus padres. Esta es una forma aproximada de responder a la pregunta de si los hijos vivirán peor que sus padres. Hacemos nuestros cálculos de una forma muy sencilla: aquellos hijos que mejoran la posición de sus padres, los consideramos ascendentes, y a aquellos otros que empeoraron su posición social, los tomamos como descendentes. A los restantes, es decir, los que conservaron la posición social de sus padres, los denominamos inmóviles. Las clases sociales empleadas son las siguientes: directivos y profesionales liberales, administrativos y personas que trabajan de atención al público, pequeños empresarios y autónomos, pequeños propietarios agrícolas, obreros cualificados, obreros no cualificados y jornaleros del campo. De esta forma, si el hijo de un jornalero se convierte en directivo o profesional habría remontado todas las posiciones sociales. Esta es una visión un tanto jerárquica de la sociedad, en la que ciertas clases sociales se consideran más apetecibles en términos de acceso a oportunidades de vida (sueldo, estabilidad laboral, promoción, salud, prestigio social…).

Como se aprecia en la parte izquierda del GRÁFICO I, la movilidad social ascendente masculina presenta tres tramos diferenciados que toman la forma de una U invertida. Una época de crecimiento (periodo industrial), una de estancamiento (periodo postindustrial), y otra última de descenso (1995-2009). En concreto, las posiciones ascendentes van a retroceder ocho puntos porcentuales. De un 52%, máximo histórico, pasamos a un 44%. Es decir, la movilidad ascendente masculina está declinando y, por ello, la descendente incrementa. Son varias las razones de este proceso: la reconversión industrial, muchos hijos de obreros cualificados se convertirán en obreros no cualificados (en el sector de la construcción), las políticas de empleo agrario (PER), que desincentivan la movilidad geográfica (pero tienen la virtud de frenar la pobreza) y la escasa sofisticación de nuestra economía. No en vano somos uno de los países con menor capacidad para crear empleo de alta cualificación e inversión en I+D+i de la Unión Europea. También, hay que tener en cuenta la llegada al mercado de trabajo de las mujeres desde la democratización del país. Veamos ahora cómo han evolucionado ellas.

GRÁFICO I: La Movilidad Absoluta en España (1950-2009)

Fuente: Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991); Encuesta de Condiciones de Vida (INE, 2005 & 2011)

Como la parte derecha del GRÁFICO I muestra, en las mujeres no se ha producido un empeoramiento de las posiciones ascendentes, pero sí un parón. Dos factores importantes contribuyen a este frenazo: el estancamiento del empleo público, que tuvo en las décadas precedentes para las mujeres una progresión geométrica, y el denominado “techo de cristal” por el que las mujeres no acceden a las direcciones de las empresas (debido a la gran desigualdad de género en las responsabilidades familiares y del hogar).

Este incremento de las posiciones ascendentes hasta mediados-finales de los años 90 puede ser explicado por dos factores. Nuevos puestos de trabajo en lo alto de la estructura de clases gracias al desarrollo del estado del bienestar y de empresas del sector servicios, y una expansión educativa creciente. Uno de los trampolines más efectivos a la hora de subir peldaños en la escalera social es la universidad. Después de una vida de duros sacrificios, tanto las clases obreras como las medias siempre han sabido que, si sus hijos lograban un título universitario, podrían vivir mejor que ellos. Esta fue la situación general hasta principios de los años 90, cuando las numerosas cohortes del baby-boom y las mujeres que accedieron a la universidad en los años 70 se incorporaron al mercado de trabajo de forma masiva. En el GRÁFICO II, se muestra la evolución del porcentaje de la población activa española con un título universitario y ocupada en empleos de alta cualificación.

GRÁFICO II: Porcentaje de graduados universitarios y de empleos de alta cualificación entre la población activa

Fuente: Encuesta Sociodemográfica (INE, 1991); Encuesta de Condiciones de Vida (INE, 2005 & 2011)

Como se puede apreciar en la parte superior del GRÁFICO II, en las primeras cohortes encontramos un escenario positivo para los solicitantes de empleo de alta cualificación. Aplicando una lógica puramente economicista, existían más plazas cualificadas que aquellas que la universidad ofrecía. Sin embargo, esta relación se ha invertido en las generaciones más jóvenes: la cantidad de empleos cualificados que la economía demanda es inferior al ritmo con el que se producen títulos universitarios. El hecho de que haya más oferta que demanda implica, en términos económicos, una situación de inflación educativa. Si para generaciones más longevas el equilibrio se resolvía obligatoriamente a favor de los graduados universitarios, ahora se resuelve a favor de los empleadores. Estos pueden exigir más porque hay más gente entre la que elegir. No es de extrañar, entonces, que en la carrera por encontrar un empleo, los solicitantes hayan llegado a límites neuróticos. No vale ya una licenciatura con “salidas” sin idiomas, ni una licenciatura sin salidas sin un máster y un sinfín de prácticas sin remuneración. En esta situación, si tus padres tienen contactos y pueden financiarte, tus oportunidades de encontrar un empleo digno crecen.

Las cifras de sobre-cualificación en España, universitarios que trabajan en empleos que teóricamente no requieren un nivel tan alto de educación formal para ser desempeñados, nos ayudarán a ilustrar esta situación. Como se puede observar en el GRÁFICO III, los niveles de sobre-cualificación en España son los más altos de su entorno europeo. En 2005, cuando se suponía que la economía iba viento en popa, con tasas de desempleo por debajo del 10% y crecimiento anual del PIB en torno al 3%, el 24% de los universitarios españoles licenciados en el curso 1999/2000 se encontraban sobre-cualificados (con una edad media de 30 años y más de 50 meses de experiencia laboral). Esta situación se puede ver agravada aún más, pues muchos de los empleos de estos jóvenes universitarios son temporales y precarios, hasta el punto de que hoy el antaño denostado mileurismo puede ser una bendición.

GRÁFICO III: Sobre-cualificación en Europa para los Graduados Universitarios en 2005

Fuente: Encuesta Reflex (Comisión Europea, 2005)

Podemos identificar dos sospechosos habituales implicados, el sistema educativo y el mercado de trabajo, y dos soluciones posibles para encauzar el problema: una de ellas es fácil y la otra difícil. La primera de ellas consiste en controlar la oferta de universitarios que el sistema educativo genera. Esto producirá sin lugar a dudas más desigualdad y una sociedad (aun) más divida por clases. Una cifra: mientras que el 22% de los hijos de la clase obrera nacidos entre 1976 y 1980 consiguieron un título universitario, el 52% de los hijos de las clases medias-altas (directivos, profesionales y técnicos) hicieron lo propio. Esta diferencia entre ambos estratos sociales se ha mantenido constante a lo largo de todo el siglo XX. Cuando el nuevo ministro de Educación, Iñigo Menéndez de Vigo, dice que hay demasiados universitarios en España, va en la dirección fácil, al igual que su precursor, José Ignacio Wert, con las reválidas, la disminución del presupuesto en becas y el incremento de las tasas de matrícula. No en vano, el número de matriculados universitarios ya está descendiendo debido a estas medidas. En lugar de disminuir el número de universitarios (situado en el nivel medio europeo), no estaría de más traducir el alto nivel de fracaso escolar y abandono temprano de los estudios en un mayor número de estudiantes de formación profesional.

Al centrarnos solo en la oferta de graduados universitarios que el sistema educativo genera estamos obviando la otra cara de la moneda. Es cierto que el sistema universitario español se caracteriza por una enseñanza generalista que está poco conectada con las demandas específicas del mercado laboral. Se podría decir que la universidad produce individuos con una serie de conocimientos y habilidades que podrían entenderse como un bloque de piedra a esculpir por los empleadores según las necesidades específicas de sus empresas. Por tanto, el proceso de transición desde la universidad al mercado de trabajo es más largo y también más precario si nos comparamos con otros países europeos como Dinamarca o Alemania. Sin embargo, no es menos cierto que el mercado de trabajo español es uno de los más atrasados del viejo continente en cuanto a generación de empleo de alta cualificación y temporalidad (solo Portugal y Grecia generan menor demanda de empleo cualificado que España). Ahora, el camino difícil: aumentar la demanda. Aquí, hay que poner a trabajar la imaginación. Si queremos avanzar hacia el tan predicado nuevo modelo económico, hay que dejarse de construcción, turismo y hostelería, e invertir en tecnología avanzada, en economía del conocimiento y en una parte del sector público (profesores, médicos, trabajadores sociales…). ¡Es la demanda, “estúpido”! No es casual que la fuga de cerebros en España esté alcanzando cifras preocupantes. El talento que podría ser materia prima para construir un nuevo modelo de país vuela hacia países más desarrollados. Si queremos acercarnos al tan de moda modelo danés, en lugar de contratos únicos, podríamos tratar de igualar su 50% de empleo de alta cualificación (frente a un 25% español en 2011), tal y como muestra el GRÁFICO IV.

GRÁFICO IV. % de empleo de alta cualificación en Europa (Edad 25-64 años) en 2011

Fuente: EU-SILC 2011

Para comprender bien el impacto que tiene la movilidad social en la estabilidad del orden social, viene bien comentar lo que se conoce como el “efecto túnel”, proceso descrito por el gran economista austriaco Albert O. Hirschman (1973). Figúrese que existe un doble carril de coches atascados que intentan ir en la misma dirección frente a un túnel. De repente, uno de los coches de un carril empieza a avanzar. Su sensación, primera, es de satisfacción. Por fin se mueve el tráfico aunque le haya correspondido al otro carril y no al suyo. Pero con el paso del tiempo, en cambio, sus sentimientos cambiaran. Usted empezará a preguntarse por qué solo avanzan los del otro carril y no los del suyo. Ahora su sentimiento no es de satisfacción (y de esperanza) sino de indignación. ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué les toca siempre a ellos? Según, Hirschman la movilidad social serviría como “válvula de escape” al capitalismo, dado que mantiene altas las expectativas de movilidad social. En España parece que esta válvula está atascada. Las consecuencias de este atasco ya explotaron a raíz de las movilizaciones del 15-M y las subsiguientes mareas de todo color. Las elecciones nacionales del próximo 20 de diciembre serán igualmente ilustrativas al respecto.

[1] Podemos definir a las clases medias laborales (altas y bajas) como los profesionales liberales y técnicos, administrativos y trabajadores de oficina, además de propietarios de pequeños negocios y autónomos.

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