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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Los silencios y los armarios en cuarentena

Señora Milton para Pikara Magazine

Andrea Momoitio

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Haizea me pide que me invente un nombre para ella. Es muy poco probable que su padre llegue a leer lo que escriba, pero quién sabe. Decidió volver a casa cuando anunciaron el estado de alarma y, desde entonces, está viviendo un infierno. Él sabe perfectamente que es lesbiana y precisamente por eso hace comentarios lesbófobos cada dos por tres. Estos días anda que trina con las declaraciones de Jorge Javier Vázquez: “Este es un programa de rojos y maricones”, dijo el presentador de Sálvame. Se revuelve en el sofá y arde: “Será sinvergüenza. Maricones. Qué asco”, dice entre murmullos. Haizea no aguanta más de 10 minutos con él en el salón y está todo el santo día en su cuarto. Volver a casa está siendo un auténtico infierno para muchas personas de la comunidad LGTBQI+, que se enfrentan a viejos conflictos sin resolver y silencios desagradables. 

Un grupo de profesores y profesoras de distintas universidades, coordinados por la Universidad Rey Juan Carlos y la Universidad Autónoma de Barcelona, han puesto en marcha un estudio para analizar qué consecuencias está teniendo en la población LGTBQI+ el confinamiento. El estudio todavía está en marcha, pero los primeros resultados arrojan ya datos llamativos: el 60% de las personas entrevistadas aseguran que, en algún momento durante esta cuarentena, han sido discriminadas en su barrio o en el domicilio en el que está pasando estos días. La LGTBfobia es una forma de violencia contra la población LGTBQI+ que tiene consecuencias directas en nuestra salud física y emocional. Los datos que arrojan los diferentes observatorios e instituciones públicas cada año lo demuestran, pero, para evidencia, nuestros propios relatos. Haizea, por ejemplo, no lo lleva del todo mal. Ella sabe de sobra que su padre jamás va a aceptar que sea lesbiana y, precisamente por eso, decidió hace mucho que no quería mantener ninguna relación con él. Ahora, pandemia mediante, no ha tenido más remedio que volver a casa, pero volverá a marcharse en cuanto pueda. Vive en otra ciudad, en un piso compartido con algunas de sus compañeras de Universidad, y vive tranquila. Hace años que tiene que novia y sí, no le hace ni puñetera gracia no poder llevarla a casa. Eso ha generado ciertas tensiones entre ellas. A nadie le gusta sentir que te esconden.

Paula Alcaide es psicóloga y autora del libro Cómo superar un drama bollo. Trabaja habitualmente con mujeres lesbianas y se encuentra con esta situación con frecuencia: “Yo suelo hablar de disparidad homofóbica, de esos diferentes niveles de lesbofobia y bifobia interiorizada, que hacen que en un momento determinado una se avergüence, se sienta culpable, ansiosa, hipervigilante. Si ocultas una la relación, la estás degradando por miedo al estigma social. Se generan dinámicas perversas en la que una parece la amante. Esa ocultación genera mucho dolor y afecta al autoestima”, me decía hace unos meses en una entrevista para Pikara Magazine. 

Hace unos días hemos celebrado el día de la visibilidad lésbica, que se conmemora cada 26 de abril en el Estado español. En Argentina, por ejemplo, es el 7 de marzo. Este día recuerdan a Natalia Gaitán, una joven lesbiana que fue asesinada por el padrastro de su novia. Las lesbianas no queremos mártires, pero sí queremos construir nuestra propia memoria, que ha sido tradicionalmente invisibilizada. Invisibilizada por un movimiento feminista que durante mucho tiempo no ha querido que la sociedad crea que todas las feministas son lesbianas; invisibilizadas por el movimiento LGTBQI+, que ha estado tradicionalmente liderado por hombres gais; invisibilizadas por nuestras familias, por nuestras parejas, por nuestras amigas. Todavía me acuerdo de la furia que recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta de que mi padre tenía memorizada a mi novia con una coletilla innecesaria: “Fulanita, amiga de Andrea”. Qué necesidad, aita.

La invisibilidad, sin embargo, ha sido también una estrategia de protección para muchas lesbianas, que ha evitado también que suframos el mismo nivel de violencia física que sí han sufrido históricamente los hombres gais. Hemos escondido nuestros amores para preservar nuestra integridad física. No es mala estrategia, pero es dolorosa. Deja unas huellas en la autoestima que son difíciles de borrar, que señalan que nuestra forma de amar sigue siendo una alternativa de segunda. 

La novia de Haizea dice que no pasa nada, que, en realidad, tampoco es tan importante que ella no le haya contado a nadie de su familia que están juntas. Haizea se defiende: “Bueno, en realidad, mi hermano ha estado con ella un montón de veces y no hay ningún problema”. 

–Pero, ¿sabe que es tu novia?

–Yo creo que lo intuye.

La intuición, me temo, que no suele tenernos en cuenta.

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