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Balazos y perdigonazos, huellas de la represión en los indígenas heridos de Ecuador

José Julián Quimbiulco, de 46 años, muestra las heridas que según él sufrió por los perdigones durante los enfrentamientos con la policía en las jornadas de protestas que Ecuador vivió la semana pasada, durante una charla con Efe el 16 de octubre de 2019, en Cangahua (Ecuador).

EFE

Cangahua (Ecuador) —

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Mientras Ecuador intenta pasar página a las violentas protestas que paralizaron el país durante once días, Edwin Coyago y Jorge Pacheco siguen postrados en las camas de sus humildes casas con las heridas aún frescas de las balas y perdigones de las fuerzas armadas.

Aunque en foros internacionales el Gobierno ha insistido en que las protestas fueron respondidas con armas no letales como gases lacrimógenos, las lesiones de estos dos jóvenes indígenas apuntan a que la represión también fue acompañada en algunos episodios de plomo, con serio riesgo para la vida de los civiles.

Tanto Coyago, de 23 años, como Pacheco, de 17, son parte de los mas de 1.300 heridos, además de 8 muertos, que dejaron las masivas manifestaciones a lo largo de todo el país contra la decisión del Gobierno de eliminar los subsidios a los combustibles.

Coyago, que tiene mujer y una hija, tendrá que esperar unos tres meses para volver a caminar por culpa de una bala que le perforó el muslo derecho, y Pacheco se ha resignado a quedarse sin visión en su ojo izquierdo, blanco de un perdigonazo que lo dejó en tinieblas.

Los dos jóvenes fueron alcanzados por proyectiles en un duro enfrentamiento con las fuerzas armadas que se prolongó durante horas en Cangahua, una aldea rural del municipio de Cayambe, en los Andes ecuatorianos, 76 kilómetros al noreste de la capital Quito.

La revuelta sucedió el 4 de octubre, en el segundo día de protestas, que luego se replicaron a nivel nacional hasta alcanzar crudos momentos de violencia en Quito, donde se concentraron más de 10.000 indígenas para presionar al Ejecutivo hasta que derogase el polémico decreto, lo que sucedió el pasado domingo.

“Nos atacaron sin piedad. Nunca miraron si había niños o ancianos. Cogieron y dispararon contra nosotros, como si no fuésemos ecuatorianos”, afirmó a Efe Coyago, mientras miraba los dos orificios de bala en los costados de su pierna.

Según la víctima y otros testigos, los militares les “gasearon” sin previo aviso para que dejaran de bloquear la carretera entre Quito y Cayambe, pero al agotárseles el gas, los nativos dominaron a los uniformados y estos optaron por dispararles antes de retirarse.

“Ellos quieren salir bien y decir que nunca atacaron, pero es mentira. Tenemos las evidencias y la foto del militar que nos disparó”, comentó el joven, que se sumó a las protestas para echar abajo una reforma que sentía como un cañonazo a su bolsillo.

“Para mí fue injusto. Nosotros somos del campo y ganamos un sueldo básico que no nos alcanza. Para salir de aquí, tenemos que coger un carro, y ahí se nos va el 25 % del sueldo. Nos cobraban 2 dólares pero nos dijeron que iba a subir a 3,50 dólares”, relató.

Además de Coyago, también resultó herido por arma de fuego en esa revuelta un menor de 15 años que permanece internado en el Hospital Eugenio Espejo de Quito, según confirmó a Efe el presidente de la Corporación de Comunidad Indígenas de Cangahua Bajo (Ucicab), Tito Quispe.

“Tiene alojada la bala cerca del pulmón y los médicos han dicho que debe estabilizarse al menos dos meses para poder extraerla”, lamentó.

En el sector de Pambamarca, a 3.600 metros de altitud, Jorge Pacheco recordó a Efe que, por el gas lacrimógeno, no vio venir el perdigón que se le incrustó en su ojo. Él había acudido a protestar porque su padre no podía y por temor a que subiese el precio de 0,50 dólares que paga cada día por ir y volver de la escuela.

“Sentí que se me debilitaba el cuerpo y ya no sabía qué hacer. Luego perdí el conocimiento”, dijo el muchacho que se encontraba en cama bajo los cuidados de su madre, después de que los médicos le dijeran que ya no recuperará la visión en ese ojo.

Testigo directo de todo el enfrentamiento fue Barbarita Collaguillo, cuya casa estaba frente al campo de batalla en ese “viernes negro” que evita en lo posible recordar.

“Era como el apocalipsis, todo rodeado de bombas lacrimógenas, y piedras. Por un lado, los compañeros indígenas y por otro los soldados, que no respetaron nada”, comentó a Efe Collaguillo, de 67 años, mientras mostraba los botes de gas que recogió en su predio.

También encontró varios casquillos de bala pero indicó que estos se lo llevaron los dirigentes indígenas, a los que esta mujer dio de comer afuera de su casa.

De acuerdo a Tito Quispe, fueron unos 500 los indígenas que marcharon aquel viernes contra unas medidas que a su criterio iban a empobrecer aún más a la población.

“Como movimiento indígena comenzamos este proceso, pero luego la ciudadanía reforzó la movilización”, reconoció Quispe, quien está conmovido por la fuerza que puede llegar tener el movimiento indígena en Ecuador y “preocupado” por si estos episodios de represión con armas de fuego sienten un precedente en el país.

Fernando Gimeno y Kevin Vélez

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