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Vistalegre 2, Maastricht y la 'svolta della Bolognina': cuando la división es total

Cartón de Errejón e Iglesias en el acto de presentación de la candidatura de Errejón al CCE.

Andrés Gil

No es que se repita la historia, es que el retrovisor a veces es un espejo que funde el pasado con el presente. ¿Qué tienen en común Vistalegre 2, el debate en torno a Maastricht de 1992 y la svolta della Bolognina de 1989? Que muestran grandes fracturas políticas, y en algunos casos esas fracturas han terminado en escisiones traumáticas entre una parte más rupturista y otra más posibilista o moderada. ¿Ocurrirá eso en Podemos? Todo indica que no en un horizonte próximo, aunque, según como sea el resultado, Pablo Iglesias puede pronunciar este domingo su último discurso como secretario general de Podemos.

Del mismo modo que este Vistalegre se presenta como un duelo entre Iglesias y Errejón en el que sólo puede ganar uno, hace 25 años se producía un duelo a cuenta del Tratado de Maastricht, también irreconciliable, entre Julio Anguita –uno de los referentes reconocidos de Iglesias y Alberto Garzón– y Nicolás Sartorius. Del lado de Anguita se agrupó la dirección del PCE; del lado de Sartorius, aquellos que luego fundarían Nueva Izquierda –Diego López Garrido, Cristina Almeida– e Iniciativa Per Catalunya –Rafael Ribó–.

La fractura de Izquierda Unida fue tan profunda que terminó, cinco años después, en una escisión que partió la formación en toda España. Y el primer síntoma fue ese Tratado de Maastricht hoy tan contestado, pero cuya votación en el Congreso de los Diputados el 29 de octubre de 1992 se produjo por abrumadora mayoría –314 votos a favor, 3 en contra y 8 abstenciones–. Aquel día, y a pesar de que los órganos de IU se habían mostrados contrarios a Maastricht, Julio Anguita defendió en la tribuna del Congreso tanto la abstención –de ocho de los suyos– como el voto favorable crítico –de los otros nueve integrantes de su grupo parlamentario–. “La construcción europea tiene que hacerse sobre la base de una política social avanzada que tenga entre sus parámetros fundamentales la consecución del pleno empleo, la participación de los agentes sociales y un código fundamental para el conjunto de los trabajadores europeos”. afirmó en aquel discurso.

Tres años después, se expresaba así en una entrevista en Antena 3 televisión:

Anguita caminó entonces en contra del sentido común de época, que indicaba que todo lo que tuviera que ver con Europa era positivo e indiscutible. Predicaba con dos décadas de adelanto, hasta el punto de que prácticamente la mitad de su grupo parlamentario y en torno al 30%-40% de IU terminó en otro partido, Nueva Izquierda. Con el tiempo, alguno de aquellos, como Cristina Almeida y Diego López Garrido acabaron concurriendo en listas electorales con el PSOE.

Aquel debate en torno a Maastricht seguramente no pueda entenderse sin tener presente que, un año antes, se había firmado la disolución de la Unión Soviética y del principal partido comunista de Occidente –el PCI–; que hacía tres años, en 1989, de la caída del Muro de Berlín.

Precisamente tres días después de la caída del Muro, el 12 de noviembre de 1989, el entonces secretario general del PCI, Achille Occhetto, se presentó por sorpresa en un acto de conmemoración del 45 aniversario de la batalla partisana de la Bolognina. Ante un grupo reducido de militantes y partisanos, Occhetto se levanta, toma la palabra lanza el siguiente mensaje, sin haberlo acordado previamente con su dirección: “Hay que seguir con el mismo valor demostrado durante la Resistencia. Gorbachov, antes de comenzar con los cambios en la URSS, les dijo a sus mayores: ustedes han ganado la Segunda Guerra Mundial, y si no quieren que se pierda ahora, hay que afrontar grandes transformaciones. No hay que continuar”, prosiguió Occhetto, “por viejas carreteras sino inventar nuevas para unificar a las fuerzas de progreso”. Y cuando los periodistas le preguntaron si apuntaba a un cambio de nombre del PCI, contestó: “Puede pasar de todo”.

Ese mismo día, el 12 de noviembre de 1989, fallecía en Madrid Dolores Ibarruri, Pasionaria.

Pietro Ingrao, entonces número dos del PCI se encontraba en Andalucía, participando en actos con dirigentes comunistas españoles, entre ellos el actual diputado de Unidos Podemos por Córdoba, Manolo Monereo. Al tener conocimiento de la muerte de Ibarruri, se trasladaron a Madrid. Allí, recibió una llamada de Occhetto comunicándole la decisión de diluir el PCI. Ingrao le transmitió su oposición, una oposición que se prolongó hasta el último día de vida del PCI, el 3 de febrero de 1991.

No era, la intervención de Occhetto, la primera vez que se planteaba el cambio de nombre del PCI, pero sí que fue la vez más decisiva. Y abrió un debate sobre “la cosa” y “el nombre de la cosa”.

Aquel discurso de Occhetto, que supuso un volantazo decisivo en el futuro del PCI y de la izquierda marxista organizada en Italia, recibe el apelativo de svolta della Bolognina. La svolta se culminó dos años después: en febrero de 1991 Occhetto entierra el PCI y alumbra una nueva formación, el PDS. Y el cambio de nombre, con el tiempo, llevó a un cambio de identidad irreversible: el PDS volvió a reconvertirse hasta terminar en el PD del ex primer ministro italiano Matteo Renzi y su sucesor, Paolo Gentiloni.

En 1991, además de nacer el PDS de Occhetto, Massimo D'Alema y Walter Veltroni, nace el Partito della Rifondazione Comunista, con cerca de un tercio de la militancia del PCI y con el apoyo paulatino de algunos dirigentes históricos, como Armando Cosutta, Fausto Bertinotti y Pietro Ingrao, entre otros.

¿El sector perdedor de Vistalegre 2 terminará fuera Podemos? ¿Habrá una versión de 2017 del Partido Democrático de la Nueva Izquierda si pierde Errejón? ¿Se creará una Rifondazione si el que cae derrotado es Iglesias? Al día siguiente, seguro que no. Y quizá nunca llegue a pasar: porque no es que la historia tienda a repetirse, simplemente el retrovisor a veces es un espejo que funde pasado y presente.

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