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Carrillo: Transición al siglo XXI

Inés Sabanés

Co-portavoz de Equo en Madrid —

Santiago Carrillo anticipaba en sus 90 años, con su tradicional distancia y fina ironía, cualquier cosa que hoy podamos decir. En una entrevista a María Antonia Iglesias plasmaba una actitud que formó parte –seguramente- de toda su vida pero que yo descubrí en estos últimos años: le aseguro que vivo con el placer de vivir, sabiendo que puedo desaparecer en cualquier momento. No se trata de tener un valor extraordinario, sino de toda una filosofía de vida que consiste en saber que mientras respiras eres un ser vivo que debe hacerlo con plenitud, pensando en lo que uno puede hacer para sí mismo y para los demás.

Hoy muchos lo reivindicarán como propio, y en los próximos días multitud de artículos destacarán a la figura histórica, al personaje cuya vida refleja en gran manera la historia de la España del siglo XX y de forma muy especial la de la izquierda. Personalmente y teniendo muy en cuenta todo lo anterior, prefiero mantener en mi retina la imagen del hombre que desafió al destino y se negó a tirarse al suelo a las órdenes de la guardia civil comandada por Tejero. No como reproche a los que no lo hicieron (yo lo hubiera hecho a buen seguro) sino porque sólo una persona que tiene lucidez y rapidez para interpretar un instante y tiene asumido que puede desaparecer en cualquier momento, es capaz de desdoblarse con su personaje y permanecer inmutable con su cigarrillo en el escaño.

Mirando la película de su vida, más que detenerse en las diferentes instantáneas de los momentos históricos más significativos, se puede interpretar en un hilo conductor al revolucionario, al comunista, al resistente, al hombre férreo de partido en defensa de los trabajadores, al dirigente de la república en la guerra civil, al luchador antifranquista, al hombre de la reconciliación, al eurocomunista y al demócrata. Se pueden observar las muchas contradicciones que todo ello supone en un período histórico convulso, pero permanece su idea universal emancipadora de lucha por los derechos de los trabajadores y los más desfavorecidos. Esto concurre en multitud de dirigentes de las izquierdas pero en Carrillo el valor añadido es su contribución para analizar, actualizar y repensar de forma continua explicando el siglo XX pero –y sobre todo- anticipando el siglo XXI.

Con toda seguridad, distintos pensamientos se sientan más identificados con algunos momentos y definiciones de Carrillo, pero lo que le concede en mi criterio su más valiosa contribución es –precisamente - una visión superadora de fotos fijas e izquierdas estáticas, manteniendo valores y principios emancipadores capaces de explicar e incorporar nuevas reivindicaciones de carácter universal.

Por eso mismo no puede ser reivindicado parcialmente o en cualquiera de sus múltiples instantáneas. Hoy se destacará sin duda, su contribución a la democracia, a la transición y será seguramente motivo de controversias. Achacar a este período la única responsabilidad de posteriores inmovilismos y del estado de nuestra democracia, es un ejercicio tan injusto como inútil. De hecho, si algo anticipaba Carrillo es la necesidad de compromiso para intensificar, actualizar y recuperar la democracia. Desde el 78 hasta hoy han pasado los suficientes años para asumir que en el inmovilismo y falta de vigor de la misma hay – por omisión – responsabilidades compartidas de los que con más posibilidades debieron de superar luchas identitarias y reflejos del pasado para mirar al futuro. Mirar hacia atrás ya no sirve. Si algo podemos o debemos hacer es tener la generosidad de dejar que otras generaciones más libres y con menos hipotecas formen parte activa de la regeneración y de los cambios que la democracia de este país necesita. Hay muchas señales en la calle para los nuevos caminos y cambios para el siglo XXI, Carrillo, estoy convencida de que en su lucidez de interpretación de largo alcance las señalaba.

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