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Casado intenta despegar con el Falcon de Sánchez

Pablo Casado en un acto en Santander.

José Precedo

En el primer día de la campaña el Partido Popular recurrió al Falcon. En realidad, lo hizo su filial de Nuevas Generaciones que alquiló un bajo en la calle Ferraz, cerca de la sede del PSOE, para simular una agencia de viajes y denunciar que el presidente del Gobierno (como todos los anteriores, incluido Mariano Rajoy que acudía a mítines en Galicia y partidos de fútbol) viaja en un avión oficial. 

El PSOE denunció la campaña ante la Junta Electoral y la Fiscalía, así que el asunto se estirará todavía unos días más. Es una estrategia que suele funcionar a la derecha: una parte de su electorado considera que ciertos privilegios que otorgan algunos cargos institucionales (las residencias oficiales, los coches con chófer y los aviones) debieran estar vedados a los políticos de otros partidos que, es de suponer, están en los gobiernos de prestado. O que directamente las “okupan”, siguiendo la terminología que han usado estos últimos meses Pablo Casado y también Albert Rivera para referirse a Sánchez. El líder de Vox, Santiago Abascal, que como Casado no conoce más oficio que la política profesional, ya ha dicho que su partido nació para acabar con todos esos gastos.

Ni es nuevo ni se trata de ocurrencias improvisadas. Detrás hay marketing electoral y muchas encuestas. Los mismos ataques ya los sufrieron antes otros dirigentes socialistas como José Luis Rodríguez Zapatero, al que se le reprochó también el uso del avión oficial, o de la residencia de Doñana. Alguna de estas campañas tuvo premio. Y si no que le pregunten al presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo. Concurrió a las elecciones en marzo de 2009 como aspirante subido a un eslogan: el Gobierno bipartido que presidía Emilio Pérez Touriño coaligado el BNG era la viva imagen del despilfarro.

La excusa fue un Audi blindado que el equipo de seguridad de la Xunta había comprado para el presidente, el mismo modelo y por un coste similar al que antes había disfrutado Manuel Fraga y con el que se movían por sus ciudades otros dirigentes del PP como el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. El que salvó a Aznar del atentado de ETA en Madrid.  

Ese coche, el más famoso de la política gallega, sirvió a Feijóo y a sus candidatos para denunciar que en Galicia se había montado un “sultanato socialista del siglo XXI”. “Es más caro que el de Obama y eso que aquel tiene mísiles”, exageraba el PP en los mítines, incluidos los dirigentes nacionales que asomaban por la campaña gallega y que solían desplazarse en berlinas similares. En plena hecatombe económica, con el paro desbocado tras el estallido de la crisis financiera, el libreto obligaba a repetir que el Gobierno gallego había comprado un Audi de 480.000 euros (lo caro era el blindaje, los inhibidores y el motor que debía arrastrar todo ese peso).  Un argumento demasiado goloso (si se obviaba que importantes dirigentes populares usaban los mismos vehículos) como para dejarlo pasar.

La autoría de todo aquello, en las reuniones de planificación de mensajes con el PP gallego, estaba en la agencia de comunicación Swat, que hoy está siendo investigada en la Operación Púnica por contribuir a la financiación irregular del Partido Popular en Madrid. El gurú que esgrimía estudios de opinión para decidir las consignas a lanzar en los mítines de Feijóo era Juan Miguel Madoz, uno de los imputados en la Audiencia Nacional por canalizar a través de contratos inflados en la Agencia de Informática de la Comunidad de Madrid dinero para las campañas del Partido Popular. Dirigentes de aquella época recuerdan como Madoz imponía los mensajes, amplificados por los medios de comunicación afines. 

Toda España supo entonces del coche de Touriño que aparecía en portadas de prensa y salía a colación en todas las tertulias. Mientras el candidato Feijóo, que había sido vicepresidente de Fraga y cómplice en algunos de sus proyectos más disparatados, como aquella Ciudad de la Cultura sin usos definidos que había costado más de 300 millones de euros, prometía una nueva era de austeridad y la compra de coches Citroen para ayudar a la factoría viguesa (la marca que le había prestado gratis el coche en el que viajaba como líder de la oposición). El debate sobre el coche adquirió categoría de asunto de Estado. La primera pregunta que se planteó una vez elegido presidente fue qué iba a hacer con el Audi blindado. La Xunta lo acabó malvendiendo a un concesionario al que luego le compró una flota de coches Citroen, todos fabricados en Francia y no en Vigo, de donde salían furgonetas poco apropiadas para transportar presidentes de la Xunta o conselleiros. 

De momento, en la campaña de las generales Casado todavía no ha prometido vender el avión, aunque todo se andará. En su primer día de mítines oficiales alertó desde Oviedo sobre la posibilidad de que España acabe en corralito y con los españoles teniendo que apañárselas con 20 euros diarios si Sánchez sigue al frente de la economía. Como Grecia, dijo. Luego reprochó a sus rivales de la derecha que no hablen de economía. Y avisó a los votantes que una cosa es el patriotismo y otra, “las matemáticas”, dando a entender a los indecisos que los números pueden no salir si meten la papeleta de Vox.

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