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Cuestión de confianza

Cuestión de confianza

EFE

Madrid —

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El exconseller de Territorio Josep Rull nunca supo quién confeccionó las papeletas del referéndum del 1-O ni de dónde iban a salir las urnas. Pero estaba convencido de que ese día las habría. Cuestión de confianza. La que él tenía y tiene en los ciudadanos comprometidos con la libertad.

Una confianza en su país, Cataluña, que no ha dudado en expresar durante su comparecencia en el juicio del “procés”, en un interrogatorio de tres horas y media (casi todas agotadas en el turno de la fiscal Consuelo Madrigal) en las que ha intentado poner en cuestión los argumentos del Ministerio Fiscal.

Intentos que ha frenado el magistrado Manuel Marchena, presidente del tribunal que le juzga junto a otros once procesados en la causa del “procés”. Más de una vez ha tenido que reprochar al acusado su deseo de entrar en debate e, incluso, de interrogar él a la representante del Ministerio Público.

Con el tono suave que ha mantenido durante toda su comparecencia, Rull, que ha seguido como alumno aventajado los argumentos que ayer esgrimió su compañero y exconseller de Presidencia Jordi Turull, se ha permitido también acusar a la Fiscalía de haber manipulado -“manipulación intensa”, ha dicho- las declaraciones que realizó en una entrevista a un medio de comunicación.

Y también como hiciera ayer Turull, ha atribuido al mandato de la ciudadanía la celebración del referéndum. A la sociedad civil a la que movía la esperanza, según sus palabras. Por eso sabía fehacientemente que “esa ola inmensa de esperanza” sería capaz de concretarse en urnas.

Con ese mandato y con el convencimiento de que convocar el referéndum no era delito porque ya se había sacado del Código Penal, se puso en marcha la maquinaria para cumplir los deseos de los ciudadanos. “La gente vota, y es buena costumbre que los partidos políticos cumplan lo que se vota”, ha zanjado.

Y en todo lo que hizo el Govern se aplicó el principio de ponderación. La palabra que ayer brotó de los labios de Turull infinidad de veces ha salido también de la boca del exconseller de Territorio en su quinta acepción: contrapesar, equilibrar, como define la Real Academia de la Lengua el verbo ponderar.

Porque, según ha recalcado varias veces el acusado, su Govern, bajo esa premisa de la ponderación, buscaba en todo momento el equilibrio entre el imperio de la ley y el principio democrático. Es decir, entre la legalidad y el mandato ciudadano.

A este binomio ha sumado el procesado el principio de legitimidad, lo que configura un “triángulo” que ha sido “la razón por la que actué como actué”, ha recalcado.

Y una vez ponderado todo, Rull, que se ha definido como independentista y, por supuesto, pacifista, firmó el decreto de convocatoria del referéndum, uno de los momentos más “trascendentes, importantes y emotivos” de su trayectoria política. “Aquello me honoró, y al conjunto de los miembros del Govern”, ha confesado.

Como también ha confesado estar más cercano a las bases que sostienen la democracia canadiense que a la española.

Muy crítico ha sido con el Tribunal Constitucional español, al que ha acusado de “falta de legitimidad moral” porque está siendo “sistemáticamente y constantemente utilizado por el Gobierno” y “se ha dejado instrumentalizar”.

En su faceta de “pacífico y pacifista”, Rull ha lamentado los escraches que han sufrido agentes de las fuerzas de seguridad en Cataluña. Pero sobre todo se ha empleado en condenar la violencia de la Policía Nacional y de la Guardia Civil en el 1-O.

Por “jamás, jamás, jamás” hubiera imaginado que desplegarían ese “nivel de violencia” ante “gente pacífica” y con “una dignidad extraordinaria”.

Rull, que ha expuesto todos sus conocimientos sobre los puertos y la normativa en materia de atraques al ser preguntado por los barcos en los que pernoctaron los agentes de las fuerzas de seguridad, y ha demostrado que se ha leído todos los argumentos de la acusación, ha aprovechado para hacer un ruego: que se escriba Terrassa en lugar de Tarrasa, localidad de la que es natal.

Un ruego que ha manifestado después del lamento de su intervención inicial, cuando ha reconocido tener la sensación de que “con demasiada frecuencia” se ve la lengua catalana como “un problema o una amenaza”. “Nada más lejos de eso”, le ha replicado Marchena.

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