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Giesbert compone un “himno a la vida” sobre los escombros del siglo XX

Giesbert compone un "himno a la vida" sobre los escombros del siglo XX

EFE

Madrid —

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Franz-Olivier Giesbert, gran figura del panorama cultural francés, repasa las barbaries del siglo XX, “el de los asesinos”, en “La cocinera de Himmler”, cuya epopeya es, pese a todo, “un himno a la vida, un himno a la alegría”.

Con Rose, la protagonista de esta novela histórica editada por Alfaguara, Giesbert reconoce en una entrevista con Efe que ha puesto “el listón muy alto” al hacer que la protagonista defienda su divisa, “la alegría de vivir”, incluso en “el horrible siglo XX, en medio de escombros, de tragedias, de los muertos y de carnicerías”.

Y es que Giesbert, director del semanario Le Point, uno de los periodistas más respetados y, a veces, temidos, de Francia, alguien que no soporta “a los quejicas”, dice que hay mucho de él en Rose.

“Ese personaje soy yo, pero también la persona que me hubiese gustado ser”, afirma Giesbert, nacido en Wilmington, Delaware (Estados Unidos) en 1949, de un padre de origen alemán, escocés y judío, que emigró a la Costa Este estadounidense durante la Primera Guerra Mundial y que volvió a Europa para participar en el Desembarco de Normandía, donde conoció a su madre.

A Giesbert, quien ha estado también al frente del semanario Le Nouvel Observateur y del diario Le Figaro, le habría gustado tener, señala, “su coraje, su carácter fuerte, su capacidad increíble de sobreponerse, sin jamás dejarse vencer, sin dejarse abatir”.

“Ese también es mi temperamento, pero yo no he vivido guerras, aunque sí pequeñas tragedias”, dice en alusión a la constante “violencia conyugal” que padeció su madre, a los golpes que también recibió él o a la violación que sufrió de pequeño por un vecino en Normandía, donde creció junto a sus cuatro hermanos, tabúes que rompió en “L'Américan”, una de sus novelas de mayor éxito.

Un libro que escribió con la “urgencia” de quien le acaban de diagnosticar un cáncer y quiere solucionar problemas con sus hijos para decirles: “mirad cómo era mi padre y hoy lamento haber sido demasiado duro con él (el Desembarco le traumatizó para siempre); me arrepiento de no haberle perdonado en vida”.

Un libro que también, continua, fue “una especie de reconciliación” entre sus hermanos y hermanas, que también tuvieron una “infancia difícil” al sufrir igualmente la violencia paterna, de la que nunca habían hablado, y que leyeron y aportaron sus vivencias a “L'Américan”.

Pese a todo, Franz-Olivier, el primogénito de los Giesbert, presume de no haber necesitado “nunca psicoanálisis”, gracias, cree, a su madre, profesora de filosofía, a la que dedicó el libro “Dieu, ma mère et moi”, y que le mostró “el camino” de la resiliencia.

Esa facultad de sobreponerse al dolor emocional y a los traumas es la columna vertebral de “La cocinera de Himmler”, “un himno a la vida, un himno a la alegría, a sobrevivir cueste lo que cueste”.

Una alegría, unas ganas de vivir que ha visto en mucha gente “formidable” que vivió en sus carnes los desgarros del siglo XX, como los deportados, que vieron “cosas atroces”, pero que siguieron “amando la vida, amando a los hombres pese a los hombres”.

Giesbert, “hijo del siglo XX”, desconfía, como todos los que han sufrido su rodillo, de la “Historia con mayúsculas”, y le dan “escalofríos” aquellos que quieren cambiar su curso.

Fue el caso de Hitler, Stalin y Mao, que figuran en el “palmarés del horror” del “siglo de los asesinos”, con la friolera de 230 millones de muertos a sus espaldas, según cálculos del Instituto Clingendael, especializado en relaciones internacionales.

“Hay que sacar lecciones de la Historia”, mantiene Giesbert, quien se define como “muy europeísta” para que “nunca más (se repita) esto”, pero constata, con pesar, la “repetición permanente” de “errores y necedades” de la especie humana.

Pese a su gran cercanía con el poder (fue íntimo de François Mitterrand y allegado de Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, así como biógrafo de los tres), Giesbert aclara que “La cocinera de Himmler” no es un libro sobre política sino sobre “valores, como el amor, la valentía y la alegría”.

Y sobre “líneas rojas” que, como en el periodismo, no se deben jamás traspasar. La suya está en el “respeto a las personas, en ser consciente del mal que a veces se puede hacer a la gente”, algo que no siempre respetó y de lo que ahora, asegura, se “arrepiente”.

Él, que de pequeño soñaba con ser Víctor Hugo, se vanagloria de haber practicado un periodismo “independiente” y “riguroso”, de no haber tenido “nunca miedo a nadie” y de amar “con pasión” su oficio.

Un oficio, que le ha llevado también a los platós de televisión como presentador de programas culturales y políticos, y del que se irá retirando paulatinamente para dedicarse a la literatura.

Y admite que como Rose, la protagonista de su novela, adora el sexo, “porque amo la vida”, argumenta, y alguna vez, confiesa, ha “aliviado” también ataques con la “venganza”. También le gusta, como a ella, cocinar, y destaca su lado femenino, al comentar, sin pudor, que hace la compra, lava los platos y hace “pipí sentado”.

Reconoce “un cierto sentido de la vanidad y del poder”, pero no se ve tan fiero como lo pintan. Ese retrato le “divierte” y le “protege”, pero “si soy un tigre, soy un tigre de papel”, concluye.

Por Catalina Guerrero

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