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Hitler, un invitado incómodo e inevitable en todo el festín Wagner

Hitler, un invitado incómodo e inevitable en todo el festín Wagner

EFE

erlín —

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La sombra de Adolf Hitler planea sobre el bicentenario de Richard Wagner, ocasión que había generado un amplísimo programa de actos en toda Alemania, de pronto salpicado por el escándalo de un “Tannhäuser” de escabrosa escenografía nazi.

La gran fecha para recordar al genial compositor iba a ser el 22 de mayo, aniversario de su nacimiento, con un despliegue de conciertos en Leipzig, la ciudad donde nació en 1813, y en Bayreuth, donde mandó construir un teatro dicho idóneo para sus óperas.

A la cita se llegaba en medio de un Año Wagner protagonizado por wagnerianos cien por cien, como el director argentino-israelí Daniel Barenboim y su Staatsoper de Berlín, más algunos neófitos y a la espera del nuevo “Anillo del Nibelungo” de Bayreuth, en julio.

Pero de pronto surgió Hitler como invitado inevitable, incómodo pero a la vez muy rentable, en cuanto a acopio de titulares, e infiltrado en una ópera no inscrita en la primera división del circuito operístico mundial, la Rheinoper de Düsseldorf.

A un director asimismo sin rango internacional, Burkhard Kosminski, se le ocurrió trasladar para lo que era su debut en la dirección artística el “Tannhäuser” a un escenografía poblada de hornos crematorios y fulminantes escenas sacadas del Holocausto.

Una decena de asistentes al estreno tuvieron que recibir atención médica bajo la conmoción por las duras imágenes, informaron los medios alemanes, a lo que siguió la decisión de la Rheinoper -la Ópera de Rin- de retirar la escenografía y ofrecerlo en formato concierto.

De pronto se recordó lo que han sido los tópicos sobre Wagner: que en vida fue un recalcitrante antisemita, que el Tercer Reich hizo de sus óperas un apéndice de su propaganda y que Hitler señoreó por Bayreuth del brazo de Winnifred Wagner, la nuera inglesa del compositor, más devota del Führer que cualquier nazi alemán.

En otras palabras: pocas bromas con Hitler o ese será el tema imán para los titulares en un Año Wagner extendido a todas las óperas, grandes o pequeñas, del país y con Angela Merkel -adoradora de su música- en los momentos clave del exhaustivo programa.

Va a ser imposible saber si la retirada del “Tannhäuser” fue o no una medida exagerada, coincidían en encabezar sus informaciones la edición de “Der Spiegel” y el diario “Süddeutsche Zeitung”.

El estreno de la obra, como tal, solo fue visto por la crítica local, puesto que los medios de ámbito nacional no cubren todas y cada una de las producciones de este profuso Año Wagner.

En medio de la controversia cabe recordar, apuntaba “Der Spiegel”, que las conexiones entre el horror nazi y la música de Wagner son una constante, sea en filmes de Hollywood o en producciones operísticas alemanas.

La “indisposición” de algunos asistentes no debería motivar la retirada de una obra: los alemanes, que asesinaron a seis millones de judíos, tienen que acudir al médico si se les recuerda eso desde un escenario teatral, en 2013, prosigue irónicamente “Spiegel”.

El 22 de mayo la atención se repartirá entre Leipzig y Bayreuth, donde Christian Thielemann dirigirá la gala del bicentenario del nacimiento, antesala del acontecimiento del esperado estreno del “Anillo” del provocador Frank Castorf, el 26 de julio.

Bayreuth, la ciudad bávara en cuya colina levantó Wagner su teatro, tiene un largo currículo en cuanto a escándalos relacionados con el pasado nazi.

El año pasado, a pocos días de la apertura de la temporada, la dirección relevó del papel protagonista de “Holandés errante” al barítono ruso Yevgueni Nikitin, tras revelar la prensa popular que en su juventud -16 años- se estampó un tatuaje nazi en el pecho.

El teórico “pecado de juventud” del solista fue suficiente para hacer que ese fuera el tema mediático de un estreno. El desolado solista quedó apeado in extremis mientras Bayreuth saboreaba su dosis anual de escándalo y festín wagneriano.

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