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Leemos el libro de Albert Rivera para que el PP no tenga que hacerlo

Albert Rivera en la convención municipal de su partido del domingo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

¿Qué hace un político que salta al mercado nacional cuando no puede dar más de dos entrevistas diarias para ofrecer su mensaje? Escribir un libro. ¿Qué hace cuando no tiene tiempo para escribirlo? Dar una entrevista de varios días para que con ella se escriba un libro. Es lo que ha hecho Albert Rivera –respondiendo a las preguntas de la periodista Pilar Portero–, al que no le sobra tiempo para llegar a las elecciones generales en disposición de ganarlas.

En las europeas, Podemos apareció de improviso para anunciar que la fiesta nacional del bipartidismo se había acabado. Ciudadanos ha tenido que esperar hasta las elecciones andaluzas para poner fecha de caducidad al tripartidismo. Quedan menos meses y Rivera tiene que darse prisa. Con el libro El cambio sensato, pretende avanzar varias casillas de golpe.

El título lo dice todo. No se trata de volverlo todo del revés. Hay que cambiar muchas cosas, pero nadie tiene que ponerse nervioso. Los 10,7 millones de votantes del PP de 2011 no sufrirán palpitaciones al día siguiente si votan a Ciudadanos. No hay que cambiar el sistema, sino la forma de gobernar. Rivera es agnóstico, pero no cree que el aborto sea un derecho. Denuncia la desigualdad salarial que sufren las mujeres, pero está en contra de las cuotas de paridad. Hay que luchar contra la precarización del empleo, pero trabajadores y empresarios “están en el mismo barco”.

No es necesaria la quimioterapia para curar al enfermo. Con la pastilla roja, con sabor a fresa, es suficiente.

Soy un tipo diferente

Rivera hace todo lo posible para dar a entender que es un político diferente. Lo importante es “ser uno mismo y no intentar aparentar lo que no eres”. Él valora la espontaneidad y por eso no escribe los discursos. Nunca. No gasta mucho en papel. Como mucho, anota unas ideas en un posavasos o una servilleta. Y también es “reacio” a que se los escriban. Es así de natural.

“Tengo la suerte de ser mi primer crítico”, dice. “Soy muy autoexigente”. Rivera es de esos políticos que terminará diciendo que su principal defecto es la sinceridad.

Admira mucho a Obama, y de forma que sorprenderá a quien siga la política norteamericana. “Ha logrado que la gente le perciba como un hombre bastante cercano y conectado con la realidad”. Casi todos los periodistas de EEUU lo describen como alguien reservado, un punto distante y frío en su contacto con otros políticos, también de su partido. Sus discursos son piezas muy elaboradas que otros le escriben y que él reescribe. No precisamente en servilletas de papel. Da la impresión de que Rivera confunde la cercanía de los ciudadanos con una política inteligente de propaganda a través de todas las herramientas tecnológicas disponibles. Quizá Rivera admire cómo Obama construyó su imagen desde su entrada en la política nacional.

En un libro casi sin referencias personales a otros políticos, Rivera lanza un torpedo contra Eduardo Madina y Pedro Sánchez, a los que llama “ejemplos de jóvenes viejos” que “arrastran una tradición de partido”. Un par de datos. Madina, nacido en 1976, tuvo un cargo en las Juventudes del PSOE vasco con 24 años y dos años después le pusieron una bomba. Luego llegó al Congreso con 28 años. Rivera, nacido en 1979, fue elegido presidente de Ciudadanos con 26 años y meses después obtuvo un escaño en el Parlament.

Sí, pero no

Hay ocasiones en que Rivera intenta cubrir tanto campo que revela algunas contradicciones. Lamenta la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres en los mismos puestos, pero se opone a las cuotas de paridad. Dice que la auténtica desigualdad está en los salarios, no en que haya “más o menos mujeres en un consejo de administración”. Solucionar lo primero sin resolver lo segundo requiere un acto de fe. Él cree que es suficiente con solucionar los problemas de conciliación creados por los horarios.

Está a favor de la ley de plazos en el aborto, pero no cree que sea un derecho. “El derecho a abortar no existe”, dice. Cómo se puede permitir legalmente que una mujer interrumpa un embarazo y que pueda hacerlo en la sanidad pública con cargo a sus presupuestos, y al mismo tiempo no considerarlo un derecho es un enigma. ¿Se trata de una concesión administrativa como abrir una tienda?

Denuncia la xenofobia de los partidos de extrema derecha, pero no acepta la inmigración: “El sistema de regularizaciones que se ha llevado aquí no es la solución”. A eso lo llama “buenismo”. Sí acepta que Europa debe garantizar el asilo a los que huyen de una guerra o de la persecución política. De sus respuestas se deduce que su objetivo es que los extranjeros vivan dignamente en sus países de origen. No dice cómo.

Sospecha que el hecho de que las rentas de capital soporten menos impuestos que las rentas de trabajo “puede llevar a fraude”. Inmediatamente después, dice que es lógico que los impuestos sean más reducidos en el caso de dividendos por inversiones porque los beneficios empresariales ya han sido gravados antes.

Llegarán los salarios más altos

El líder de Ciudadanos se posiciona claramente en contra de la política económica del Gobierno de Rajoy, aunque sin estridencias. En eso parece más socialdemócrata que liberal (teniendo en cuenta lo que pasa en estos momentos en Europa por ser liberal). “El PP ha hecho políticas de despido y no de empleo”. Las políticas de empleo deben eliminar la temporalidad y la precariedad. Hay que levantar el consumo privado, porque no se sale de la crisis con sueldos cada vez más bajos. Reclama un tratamiento de choque contra el paro, incluido el juvenil, incluso usa la palabra “quimioterapia” en este punto. Sin embargo, parece que todo eso ocurrirá con muy poco: “Generar empleo, quitar el monopolio de la formación a los sindicatos y a las patronales, y después el mercado volverá a recuperar los salarios que teníamos, porque sin sueldos dignos, no hay consumo, y si no hay consumo, evidentemente la economía española se congela”.

Su optimismo choca con la realidad. No promete mejores salarios y pensiones de forma automática (eso sería “populismo”). Lo que dice es que “los sueldos serán más altos cuando las empresas funcionen”. Si evaluamos el comportamiento de las empresas por sus beneficios, no cabe duda de que las compañías del Ibex-35 funcionan. ¿Y qué ha ocurrido con sus salarios? El gasto medio por empleado de las empresas del Ibex 35 cayó casi un 1,5% en 2014, mientras los beneficios subieron un 37%. Las retribuciones de los miembros de los consejos de administración se incrementaron un 28,5%. La diferencia salarial entre personal y consejeros ejecutivos es enorme.

Sí hay algunas propuestas concretas. Las políticas de formación activas han sido un fracaso y hay que quitar de ellas a sindicatos y patronales, dice. “Vamos a poner ese dinero en manos de los trabajadores y los parados, dejando que sean las empresas de formación las que compitan por ellos ofreciendo excelencia en la educación”.

Y en cuanto a proyectos a largo plazo, pretende que la universidad esté íntimamente relacionada a las necesidades del mercado laboral. Afirma que no tiene sentido formar a futuros profesionales que luego no encontrarán trabajo o tendrán que conformarse con empleos de menor cualificación. Hay que reconducir a los estudiantes para que estudien las carreras apropiadas.

Este es un asunto complicado en un país en el que el Estado no planifica la economía ni existen los koljoses. Pero para algunas cosas Rivera es, digamos, marxista-liberal con este curioso argumento: “Si el Estado paga la carrera, subsidiando el 75-80% de los estudios universitarios, lo hace por el interés del PIB y de las empresas del país”.

Cabe la posibilidad de que exista la financiación pública de la universidad para facilitar el acceso de todos los españoles por aquello del artículo 27 de la Constitución que dice que “todos los españoles tienen derecho a la educación”. O quizá los universitarios deban saber ahora que están en deuda con el Estado, y por tanto con las empresas.

Larga vida a las pymes

El líder de Ciudadanos es un gran partidario de ayudar a las pymes. Cree que en España “no tenemos economía de mercado” porque está falseada en favor de las grandes empresas. Hay algo personal: dice que es hijo y nieto de autónomos. A las pymes hay que ponerles la “alfombra roja”, por lo que hay que suponer que discrepa de la idea de que uno de los problemas de la economía española –al igual que en Italia, Portugal y Grecia– es que las empresas son demasiado pequeñas. Para las pymes, quiere más facilidades fiscales y laborales, más posibilidades de acceso al crédito. Y además exige, varias veces, menos cotizaciones empresariales. Cómo se financiaría entonces el sistema de pensiones es algo que queda en el mundo de las incógnitas. 206 páginas del libro no dan para un análisis detallado de la sostenibilidad del sistema de pensiones.

Ahí entra el milagro de la multiplicación de los ingresos fiscales. Se supone que con menos impuestos se recaudará más dinero (esa cuenta ya le salió mal a Reagan). Porque hay una cosa que está clara. Por mucho que las personas que están presentado las propuestas económicas del partido, como Luis Garicano, insistan en que España debe aspirar a ser como Dinamarca, Ciudadanos quiere alejarse todo lo posible de los países con altos impuestosalto gasto público (como precisamente Dinamarca). En política económica, Ciudadanos se aleja de cualquier veleidad socialdemócrata y apuesta por una política típicamente liberal. “El Estado hace mucho y mal”, ha comentado Garicano. No es un mensaje muy diferente al del PP antes de llegar al poder, momento en que “la realidad” golpeó a Rajoy en toda la cara.

En el libro, Rivera no da una frase tan tajante, pero deja claro que en España se pagan demasiados impuestos. Ciudadanos ha prometido bajarlos en todos los tramos (parece que eso no era del todo cierto, pero han prometido corregirlo). Su líder se fija sobre todo en la clase media: “Hay que aligerar el peso a la clase media vía IRPF”. Llega al extremo de afirmar que entre los contribuyentes que no se escapan nunca de la larga mano de Hacienda –además de los asalariados– están “el autónomo, el emprendedor, el profesional liberal”. Si fuera así, en España no habría tanta economía sumergida.

Salvad a la clase media

En un mensaje claramente dirigido al votante del PP en 2011 molesto por la subida de impuestos y la amnistía fiscal, Rivera presenta a la clase media como la gran damnificada de la crisis económica. Es indudable, como dice, que “en España hay gente trabajando que es pobre”. Lo que es más difícil de sostener es lo que afirma después: “La clase media se ha convertido en una clase pobre”.

La realidad desmiente esa teoría con la que Rivera intenta calentar los oídos de potenciales votantes. Como ha explicado José Fernández-Albertos en este medio, “España es más desigual que nuestros vecinos europeos no porque las distancias entre clases medias y clases altas sean muy grandes, sino sobre todo porque las clases medias son en términos relativos mucho más ricas que las clases bajas, y los años de crisis han agudizado estas diferencias”.

Por lo demás, es un clásico de las campañas electorales en España –también lo hace mucho ahora Pedro Sánchez– denunciar que la clase media española es una especie en vías de extinción. Pista: hay muchos votos en la clase media.

Recetas contra la corrupción

En la lucha contra la corrupción, Rivera quiere situarse en el justo medio. Ni impunidad ni venganza. Una limpieza a fondo, pero sin llegar a decir que el sistema está corrompido de raíz. Propone abrir los partidos a la participación popular: “El sistema de partidos es perverso, porque hay listas cerradas, bloqueadas, y no hay primarias”. Apuesta por una tabla nacional de salarios para políticos en función de sus responsabilidades; no por reducirlos: “Los sueldos deben ser lo suficientemente altos como para sacar a los mejores del sector privado o de la función pública”.

Plantea dos compromisos electorales: que las dietas a los políticos se consideren fiscalmente parte del salario, y suprimir los privilegios de los diputados en la cotización de sus pensiones.

Sobre la politización de la justicia, propone que una amplia mayoría del CGPJ sea elegida por los jueces, no por el Gobierno o el Parlamento. Y que el fiscal general lo sea por los fiscales, no por el Gobierno.

Qué hacer con las listas electorales

Rivera cree con pasión en los beneficios curativos de las listas abiertas y las primarias obligatorias. Sobre lo primero, los estudios existentes no arrojan conclusiones rotundas. Como explica Pablo Simón, hay muchos ejemplos históricos que hacen dudar de que vayan a tener por definición consecuencias beneficiosas. Incluso pueden propiciar que candidatos del mismo partido tengan que luchar entre sí, lo que favorece la existencia del clientelismo dentro de la formación. No está claro que todos los votantes tengan el mismo nivel de interés y formación para sacar partido de esa opción. Lo que es probable es que una mayor complejidad del sistema electoral juegue en contra de algunos sectores de la población.

A Rivera no le gusta el actual sistema electoral, en especial porque está muy influido por su experiencia en la política catalana y su aversión hacia los nacionalistas. Lo que le molesta es que CiU o PNV hayan sido actores decisivos en la gobernabilidad en las legislaturas sin mayoría absoluta. Pide un sistema “en el que los votos valgan igual”, sosteniendo el mito de que el sistema beneficia sobre todo a los nacionalistas. Esa idea es falsa, pero resulta difícil eliminarla de la mente de algunos políticos. Sobre todo, de los que, como Rivera, piensan que hemos creado “un Frankenstein” autonómico al que hay que devolver al laboratorio.

Sería diferente si Rivera propusiera el fin de la provincia como circunscripción electoral, que es algo que con la aplicación de la ley D'Hondt favorece a los dos grandes partidos. Sí comenta que el bipartidismo se ha visto beneficiado por el sistema electoral, y es cierto, pero está por ver que eso vaya a cambiar con las listas abiertas. De hecho, el bipartidismo está sufriendo sus últimos estertores sin necesidad de tocar el sistema de reparto de escaños.

En conclusión

Los libros escritos por políticos en periodo electoral –y todo este año lo es– no suelen ser grandes compendios de filosofía política. Están para lo que están. Para ganar votos. El de Rivera tiene ese objetivo. Aquí ofrece una versión liberal del PP con menos impuestos, sin corrupción, sin favores a las grandes corporaciones, sin Rajoy y con el mismo rechazo de los nacionalistas. Las encuestas revelan que hay mercado para esta nueva marca.

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