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Libia, del sueño revolucionario a la pesadilla que amenaza el norte de África

Libia, del sueño revolucionario a la pesadilla que amenaza el norte de África

EFE

Trípoli —

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Cuatro años después del alzamiento que a acabó con el régimen dictatorial de Muamar al Gadafi, Libia es hoy un país de sueños quebrados, víctima del caos y la guerra civil, en el que la paz no se atisba y la amenaza de los grupos yihadistas afines al autoproclamado Estado Islámico (EI) crece y se afianza.

Una fotocopia a orillas del Mediterráneo de estados fallidos como Siria o Irak, en los que la ausencia de un plan de transición más allá de la caída de un dictador promovida por Occidente ha dejado un terreno baldío en el que grupos islamistas, partidarios del régimen depuesto, señores tribales y traficantes de armas, drogas, petróleo y personas se alían para controlar los recursos naturales.

“Los libios nunca creyeron que cuatro años después de la revolución estarían luchando entre ellos o contra grupos terroristas que sacan provecho del caos y cometen crímenes abyectos”, escribe hoy Bernardino León, enviado especial de la ONU para Libia, en una carta difundida por medios locales.

“Es vuestra oportunidad de alcanzar un acuerdo en cuestiones de seguridad para poner fin a la guerra y lograr la retirada de los grupos armados para que el Estado pueda recuperar el control de las instalaciones vitales”, agrega, en una invocación a la esperanza.

Una tarea titánica que a día de hoy, analistas y diplomáticos en la zona coinciden en definir como una quimera que Occidente ansía para borrar un error similar al cometido en 2003 en Irak, un país condenado a más de una década de inestabilidad y violencia.

“Existen características similares con Irak y Siria: división étnica o confesional, deudas históricas entre comunidades y recursos naturales codiciados”, explica a Efe Naser al Hani, experto tunecino en movimientos islamistas.

“El único cemento que mantenía unida la sociedad era Gadafi y su dictadura. Una vez que el tirano cayó, aparecieron las grietas”, señala, por su parte, un diplomático occidental evacuado de Libia por el deterioro de la seguridad.

La revuelta contra Gadafi arrancó en las regiones del este a finales de enero de 2011, con una serie de protestas sociales inspiradas en los alzamientos que tenían lugar en Túnez y Egipto.

En medio de la represión, jóvenes libios replicaron las estrategias de sus vecinos y convocaron por internet para el 17 de febrero una “jornada de la ira” que a la postre supuso el inicio de la revuelta armada en la región oriental de Cirenaica y la ciudad de Bengasi, tradicionalmente hostiles a la satrapía tribal de Gadafi.

A mediados de marzo y en plenos combates entre el Ejército regular y los rebeldes, Francia y Estados Unidos decidieron poner sus aviones de guerra a favor de los rebeldes, quienes, con la intervención posterior de la OTAN, desequilibrarían la balanza y sentenciarían seis meses después el destino de Gadafi, ejecutado a manos de los alzados.

“El problema en Libia es similar al de Irak. La intervención militar estaba bien definida, pero nadie planeó el día después”, subraya el diplomático, que prefiere no ser identificado.

Cuatro años más tarde, la guerra es aún una realidad que ensombrece la vida cotidiana de los libios, víctimas del apetito de poder de dos gobiernos enfrentados y de la feroz intransigencia de los movimientos yihadistas, asentados en el este del país.

En el terreno político, un Ejecutivo de transición rebelde instalado en Trípoli se resiste a entregar el poder al Parlamento legítimamente elegido y reconocido por la comunidad internacional que ha tenido que exiliarse a Tobruk.

Y en el militar, milicias islamistas moderadas afines al Parlamento cesante se enfrentan a las tropas del general sublevado Jalifa Hafter, héroe de la guerra con Chad en tiempos de Gadafi devenido después en uno de sus principales opositores en el exilio, y que ahora lucha en favor del gobierno en Tobruk con el apoyo del Ejército regular y países como Egipto.

Beneficiados por la anarquía y el vacío de poder, yihadistas procedentes de los estados vecinos han logrado hacerse con el control de Darna y establecer allí una franquicia del EI.

Integrados por radicales tunecinos, egipcios, libios y argelinos que han viajado a Siria e Irak y regresado con entrenamiento y experiencia en combate, avanzan desde hace semanas hacia ciudades como Sirte, donde días atrás asesinaron a una veintena de cristianos egipcios.

Muchos son exmiembros de grupos radicales del Sahel como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), con experiencia y contactos en sus países de origen, que como en Siria e Irak han cambiado de bando, lo que hace que Libia sea también “la principal amenaza para el norte de África”, advierte Al Hani.

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