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Marcos Ordóñez novela su autobiografía y la de la Barcelona de los 60

Marcos Ordóñez novela su autobiografía y la de la Barcelona de los 60

EFE

Madrid —

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Marcos Ordóñez tiene una memoria prodigiosa pero lejos de la de su hermana, “disco duro” de la familia y “vigia” de la autobiografía-novela, y viceversa, que acaba de publicar, “Un jardín abandonado por los pájaros”, un riguroso, delicado y luminoso retrato de su infancia pero también de la Barcelona de los 60.

“Es la luz de la infancia, en la que casi todo es maravilloso”, dice a Efe el escritor y crítico teatral, la que alumbra este libro, tercero de los que considera autobiográficos, aunque en los anteriores, “A cualquiera puede sucederle” y “Una vuelta por el Rialto”, se centró en la adolescencia y sus “difíciles” relaciones con su padre.

En “Un jardín abandonado por los pájaros”, explica, “todo es gratitud” y “suma de mucha gente”, al calor de “una primavera-verano” que calienta el corazón, muy distinto de los textos en los que se transparentaba que “cuando eres adolescente, eres hijo de ti mismo y de nadie más”.

Es consciente de que en las autobiografías lo que campea es “la ficción” porque lo que se rememora es “siempre relativo”. “Siempre hay gente que te dice eso no fue así”, pero da igual, “porque eso es lo que tu recuerdas” y eso es lo que lo convierte en “verdad”, sin mencionar que “la memoria de los otros” puede ser tan frágil como la propia.

Aunque su “norte inalcanzable” es “Habla memoria”, la autobiografía de Vladimir Nabokov, presume de que viene de una familia “que cuenta muy bien” y evoca aquella vez en la que su madre, como si fuera García Márquez, le dijo: “tal día como hoy, tu abuela vio volar caballos”, en referencia a los bombardeos de Barcelona del 38.

“Sabía que ahí había una mina y empecé a pensar en hacer 'un todo sobre mi madre' pero luego se amplió”, detalla sobre el proceso de escritura del libro, que le ha llevado “entre dos y tres años”.

Cuando empezó a escribir se preguntó quién se interesaría por su historia personal pero convirtió “lo anecdótico en narrativo, porque eso es lo que funciona para el lector. El libro -subraya- te devuelve a un mundo ya desaparecido”.

Ordóñez, profesor de guión, teatro y narrativa en las universidades Pompeu Fabra, Blanquerna/Ramón Llull e IDEC/UPF, de Barcelona, además de crítico en El País, ha querido trabajar a sus personajes, es decir, a él mismo, a sus padres, a sus abuelos, a su hermana y “demás familia”, con “tratamiento novelesco”.

Lo ha estructurado en cuatro estaciones “y media”, con la primavera abriendo y cerrando el relato en un tiempo “eternizado”, el de la “felicidad” infantil, entreverado por el relato histórico, yendo arriba y abajo por lo que sucedía en Barcelona en aquellos años, “alternando adagio y allegro” con precisión quirúrgica en cada uno de los datos.

En la precisión de los recuerdos le ha ayudado la prodigiosa retentiva de su única hermana, además de su casi aterradora capacidad memorística y de un “don” escalofriante: es capaz de inducirse sueños y excavar en sus recuerdos para “encontrar cosas”, como unos binoculares de teatro con una pequeña muesca que formaban parte de los enseres que acompañaron su infancia.

No sabe escribir en catalán y por eso el original está en castellano pero también porque su padre no resultaba creíble traducido a esa lengua.

Aún así, el libro está trufado de expresiones que oía entonces a sus abuelos, a los que trataba del “vos” catalán, más que un “usted”, un “usía”: “el tuteo me parece una frivolidad”, se ríe.

Nadie de su familia “se ha quejado” por lo que ha escrito y su madre, conocedora como su hermana de su tendencia “teatrera” y fabuladora desde que era un niño, está “encantada” con el resultado.

“He sido muy feliz escribiéndolo. Hubo un momento en el que lloré con la pena de la ausencia pero, incluso así, fueron lágrimas de felicidad”, revela.

Por Concha Barrigós.

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