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El PP inicia una guerra interna en Castilla y León de final imprevisible

El actual presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera

Laura Cornejo

El PP de Castilla y León, el histórico granero de votos del partido, está en llamas. Por primera vez en la historia se vivirán unas 'primarias'. Contra todo pronóstico, dos alcaldes de la Comunidad (León y Salamanca) se van a disputar la presidencia. El presidente Juan Vicente Herrera, ignorado por Génova, ha claudicado y ha pasado de calmar las aguas a enturbiarlas. El PP que construyó Aznar se desmorona.

Herrera empezó a fraguarse como un pacificador años después de haber llegado a la política. Corría el año 93 cuando el entonces presidente, Juan José Lucas, pensó que era el hombre ideal para presidir el PP de Burgos, un polvorín por las disputas internas. Menos de una década después, Lucas volvía a señalar a Herrera, esta vez como delfín. Paradójicamente, Herrera se ha visto obligado a dejar la presidencia regional del partido, sumido en una guerra que, acabe como acabe, dejará muchas bajas. Durante años, ha sido incapaz de controlar una fractura cada vez mayor y durante ese tiempo los contendientes se han ido armando.

La salida viene precedida del anuncio de dejar la presidencia de la Junta en 2019 (la de 2011 iba a ser la última legislatura), de su enfrentamiento directo con Mariano Rajoy tras perder por primera vez la mayoría absoluta que los medios regionales le vendían, y del desgaste de un gobierno sobre el que planea la sombra de dos grandes casos de corrupción: la trama eólica y el sobrecoste del edificio de Economía.

Por un lado, era imposible mantener la presidencia de un partido en sus manos y dejar con esa papeleta a su sucesor en el Gobierno regional, pero es que además Rajoy ya no quería a un subalterno que le echase en cara los resultados electorales con un “que se mire al espejo”. Y susurra a Rajoy un enemigo declarado, Fernando Martínez Maillo.

Herrera no quería dejar la presidencia de la Junta sin nombrar sucesor, por eso pretendía seguir encabezando el partido. En las últimas semanas ha esperado una llamada de Génova, la bendición para que todo siguiese como estaba. Pero en Génova ya se había decidido que el alcalde de Salamanca, Alfonso Fernández Mañueco era un buen sucesor, para horror de los herreristas, que temen una purga indiscriminada. Herrera buscó alternativa y consiguió convencer al alcalde de León, Antonio Silván, para que presentase la candidatura.

Pero, mientras tanto, Herrera trasladaba a Génova que no sería bueno afrontar unas primarias. Ni por esas consiguió parar el tren que había puesto en marcha. Su siguiente paso fue intentar que Silván y Mañueco se pusieran de acuerdo para presentar una única candidatura. Silván propuso a Mañueco ser su número dos, el secretario autonómico, para ya en 2019 “pensar en presidir la Junta”. Mañueco no solo no aceptó, sino que le hizo a su rival la misma propuesta. Para rematar la semana horribilis de Herrera, la secretaria general del PP, Maria Dolores de Cospedal, hizo el jueves un último intento de apagar el fuego y los citó a ambos. El alcalde de Salamanca acudió. El de León, temiendo una maniobra para retirarle de la carrera, excusó su presencia.

Herrera no tuvo más remedio que admitir su derrota, y el jueves el partido confirmó en un comunicado que, en una carta remitida a Rajoy, Herrera confirmaba que dejaba la presidencia del partido. En cuestión de media hora Silván y Mañueco se apresuraron a anunciar sus respectivas candidaturas.

Con un “estado de ánimo espléndido”, pero visiblemente molesto por las preguntas que tuvo que afrontar esta mañana, Herrera reconoció que se encontraba bien, ironizó diciendo que se había mirado al espejo y éste estaba de acuerdo con él, recordó que él mismo fue fruto de un “dedazo”, y deseó que el proceso que se iba a llevar a cabo saliese bien. “Toda innovación tiene un plus de riesgo, para eso está el capital riesgo y el capital semilla”, zanjó.

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