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Plaza Ñuñoa, un oasis pacífico y reivindicativo en medio del caos en Santiago

Cientos de personas se manifiestan durante una jornada de protestas este lunes en Santiago (Chile).

EFE

Santiago de Chile —

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La Plaza Ñuñoa, en el sureste de Santiago, se ha convertido a estas alturas de los disturbios en la capital chilena en un oasis pacífico pero fuertemente reivindicativo contra con el Gobierno, un desencanto expresado a través del ruido metálico de las cacerolas repicando en la calle.

Un contexto de protesta diferente de los graves incidentes registrados desde el viernes pasado en numerosos barrios de la capital chilena, que han dejado unos 11 muertos.

Cientos de personas han copado el lugar de forma improvisada y consecutiva desde que surgieron los desmanes, incendios y saqueos, pero la armonía es la tónica general entre los manifestantes.

El barrio de Ñuñoa, es un barrio cultural, de clase media y poblado por muchos jóvenes que no dudan en salir a las calles con sus cacerolas o sartenes como armas para disparar proclamas de descontento social.

Esta imagen contrasta de forma frontal con los saqueos violentos a supermercados, gasolineras, farmacias y otros locales que han sufrido la furia de los manifestantes más radicales durante el recrudecimiento de las protestas desde la semana pasada.

El alza en el precio del pasaje del Metro de Santiago fue la gota que colmó vaso de la paciencia de la ciudadanía pero que ahora, ya suspendida la medida del Ejecutivo chileno, el malestar social sigue encendido de forma generalizada.

Pero los vecinos de Plaza Ñuñoa decidieron expresarlo sin violencia y en su barrio en un ambiente festivo que se repite jornada tras jornada.

Ni Carabineros ni el Ejército, que ha asumido el control del orden público en Santiago desde la medianoche del viernes al sábado, han tenido que hacer acto de presencia por la zona.

Con los militares desplegados para proteger las estaciones del metro y los supermercados con el objetivo de evitar nuevos incendios y saqueos, la Plaza Ñuñoa no necesita presencia de uniformados, ni de día ni de noche.

La gente va llegando desde la mañana para acabar concentrándose por cientos al mediodía y cantar y danzar, pero sobre todo gritar sus reivindicaciones y hacer sonar sus cacerolas.

Muchas de ellas, con el paso de los días y de los golpes, ya se dieron la vuelta y tienen convexo su lado cóncavo, pero igualmente rechinan.

Los cacerolazos han sido una insignia de la protesta pacífica en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) de una clase obrera que ante la restricción de movimiento durante los toques de queda, hacía sonar sus elementos de cocina desde los patios y balcones.

Estos días, con la vigencia de los toques de queda en Santiago durante el atardecer, las cacerolas vuelven a rechinar y en Ñuñoa, permanecen en la calle a pesar de las medidas excepcionales para mantener las protestas pacíficas durante la noche sin que se produzcan disturbios.

Una situación paradójica que contraviene la esencia del toque de queda, que es mantener a las personas en sus casas, pero que en una ley no escrita se permite por el civismo de los manifestantes.

La situación se ha repetido en las dos últimas noches durante las medidas de privación de libertad de movilidad mientras las batucadas y los cánticos aguantan firmes el paso de los días.

Este lunes, colectivos feministas bailaban sobre una parte de la calzada, y artistas y vecinos los hacían en la de sentido opuesto.

En los parques que rodean el lugar, que joven y adulta, familias con niños, todos con sus cacerolas en la mano para pedir cambios en una sociedad chilena que se cansó de la situación de desigualdad.

Las pancartas se multiplican con lemas que se repiten por todos los barrios de la ciudad: “Chile despertó” es la frase que está en boca de todos.

Alberto Peña

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