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Ramaphosa, el negociador que puso fin a la 'era Zuma'

EFE

Johannesburgo —

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Menos de ocho semanas tardó Cyril Ramaphosa, un antiguo sindicalista y activista antiapartheid devenido en exitoso hombre de negocios, en hacer buena su reputación de pragmático negociador para poner fin a la 'era Zuma' en Sudáfrica y alzarse hoy como el nuevo presidente del país.

Aunque en diciembre pasado consiguió el liderazgo del Congreso Nacional Africano (CNA) -partido gobernante desde el fin del apartheid- por un margen muy exiguo, Ramaphosa logró en un tiempo récord forzar la salida de Jacob Zuma, entre bambalinas y sin exponer excesivamente los trapos sucios del que hasta ayer era su jefe.

Una sesión en el Parlamento, en el que fue el único nominado para ocupar la vacante de la Jefatura de Estado, lo convirtió en el quinto presidente de la Sudáfrica democrática.

Nacido en Soweto en 1952 en el antiguo gran gueto negro de Johannesburgo, Ramaphosa pertenece a la etnia zulú -mayoritaria en el país- y estudió Derecho en la Universidad del Norte.

Su etapa de formación le llevó al activismo político, donde se alineó con los movimientos de conciencia negra.

En los setenta fue encarcelado en dos ocasiones: en 1974 y en 1976, acusado bajo las leyes de terrorismo que el gobierno segregacionista blanco usaba para hostigar a la mayoría negra.

En los ochenta su vida se inclinó hacia el sindicalismo, lo que le llevó a cofundar el Sindicato Nacional de Mineros Negros (NUM), el más grande de Sudáfrica.

Desde su Secretaría General peleó por la mejora de los salarios y las condiciones de los trabajadores y, en 1987, dirigió a los mineros sudafricanos en una de las huelgas más largas de la historia del país.

A esa etapa se remonta su fama de estratega, que luego le convertiría en uno de los jóvenes políticos con más proyección del CNA.

Su elección en 1991 como secretario general del partido -en la primera reunión de la organización tras treinta años de proscripción- significó su salida del NUM para pasar a convertirse en una figura clave de las negociaciones del fin del apartheid.

Ramaphosa sonaba ya entre los candidatos a convertirse en el primer vicepresidente de la Sudáfrica democrática, bajo la Presidencia de Nelson Mandela (1994-1999), pero en aquella ocasión se quedó con las ganas.

La labor que sí le fue encargada fue la de presidente de la Asamblea Constituyente que redactó la Carta Magna de la nueva Sudáfrica democrática y multirracial, aprobada en 1996.

Ese punto dio inicio a un nuevo capítulo de su vida: dejó su escaño de legislador para volcarse en los negocios, hasta acabar convertido en una destacada figura del capitalismo negro, presente en las listas de los más ricos del país.

Hasta 2012 no regresaría verdaderamente a la primera línea política, al ser elegido vicepresidente del CNA que lideraba el entonces ya jefe de Estado Jacob Zuma (en el poder desde 2009).

Por el medio había realizado otras labores de relevancia, como su participación en el desarme del IRA, y, en 2014, se convirtió finalmente en vicepresidente del Gobierno de Zuma, tras la victoria del CNA en las últimas elecciones generales celebradas hasta la fecha.

Sin embargo, sus miras no se quedaron ahí y pronto empezó a apuntar a la Presidencia, un deseo que pasaba, en primer lugar, por garantizarse el liderazgo del partido a finales de 2017.

Su campaña, enfrentada a la de la exesposa de su superior, la expresidenta de la Comisión de la Unión Africana (UA) Nkosazana Dlamini-Zuma, se fundamentó en la lucha contra la corrupción y la promesa de revitalizar de la sufrida economía sudafricana.

Los dos pilares señalaban directamente contra los puntos débiles de la Administración de su jefe, quien mantenía su respaldo del lado de Dlamini-Zuma y está implicado en numerosos escándalos de supuesta corrupción.

Preferido por los empresarios y clases medias, Ramaphosa se adjudicó la victoria en el seno de un CNA muy dividido y pasó a ocupar un cargo que orgullosamente llevaron iconos de la historia sudafricana como Mandela, Oliver Tambo o Albert Lutuli.

El comienzo de 2018 fue también el de las especulaciones sobre la puesta en marcha de la maquinaria interna del CNA para acabar con Zuma y su pésima imagen, con la unidad del partido en juego por una parte y el riesgo de continuar perdiendo apoyo popular en picado en la otra.

Aunque el objetivo inicial era lograr una salida consensuada, la presión creciente y la reticencia de un Zuma cada vez más acorralado acabó cristalizando en un ultimátum público para que dimitiera.

Zuma se sometió solo una hora antes del fin del plazo y, apenas 15 horas después, el Parlamento convirtió a Ramaphosa en el nuevo jefe de Estado.

Por Nerea González

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