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Recetas de “culto” para viajar a Nueva York sin salir de la cocina

Recetas de "culto" para viajar a Nueva York sin salir de la cocina

EFE

Madrid —

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Un billete de ida a Nueva York sin salir de la cocina. Es la invitación de Marc Grossman, neoyorquino afincado en París y al frente de varios establecimientos culinarios, en “Nueva York. Las recetas de culto”, un libro que reúne los platos más representativos de la metrópoli.

Para quienes extrañen la culinaria neoyorquina, reflejo de la mezcolanza cultural y de un frenético ritmo de vida, y para los que deseen sentirse como en el Upper West Side -el paraíso de los amantes de la comida- sin haberlo pisado nunca, Grossman reúne 130 recetas para degustar a la hora del café, el desayuno, el “brunch”, la comida o simplemente cuando apetezca.

Las elaboraciones se acompañan de recomendaciones de los mejores lugares para degustarlas en “la ciudad que nunca duerme”, probablemente por las ingentes cantidades de café de filtro que beben sus ciudadanos, apunta el autor, y “de apetito insaciable”, reflejado en una imponente oferta de comida callejera.

Grossman, que ha llevado parte de esta esencia a París con establecimientos como Bob's Juice Bar y Bob's Kitchen, define su libro, editado por Lunwerg, como “una mezcla de restaurantitos griegos, especias judías, un poco de Chinatown a la antigua, de comida basura y comida sana estadounidense y de un montón de cosas reunidas en este 'melting pot' (crisol de culturas)”.

Un día a la neoyorquina puede empezar con un café, un “smootie” (batido), un dónut o una rebanada de pan de plátano al levantarse y continuar a la hora del desayuno con “matzah brie” (torrijas de pan ácimo, incorporadas de la comida kósher), huevos rancheros (llevados por los inmigrantes mexicanos) o a la benedictina, que al parecer inventó un cliente del hotel Waldorf Astoria para aliviar su resaca.

El almuerzo sabrá mejor si la hamburguesa o la salchicha del perrito caliente van en panecillos recién hechos en casa, propone el autor, y se acompaña de ensaladas como la Waldorf, creada en la década de los noventa del siglo XIX por Oscar Tschirky, jefe de sala del citado hotel.

También se puede optar por unos “pierogis” (raviolis de patata siempre presentes en las cartas de restaurantes polacos o ucranianos, los espagueti con albóndigas de raíces italianas o el “noodle kugle”, un pudin de fideos chinos.

Para picar entre horas la oferta de comida callejera es casi infinita, tanto como la de pasteles, tartas, galletas, “cupcakes” y “muffins”, cuyo exceso calórico siempre se puede contrarrestar con unos pepinillos en salmuera.

En caso de que las recetas no resulten, siempre se pueden seguir las pistas de Grossman para degustarlas “in situ”, ya que ofrece direcciones de restaurantes con un plano para que nadie se las pierda.

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