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Hay ancianos venerables de educación exquisita que son menos moderados que el Pedro Sánchez que pide el voto

Sánchez, durante la entrevista de TVE con Carlos Franganillo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Adiós al Pedro Sánchez que resistió hasta el límite y resucitó para derrotar al aparato del PSOE contra todo pronóstico. Adiós al hombre que denunció en la entrevista de 'Salvados' que una coalición de poderes sombríos habían intentado acabar con él para siempre. Adiós al político que asumió un gran riesgo con el viaje a Barcelona y la entrevista con Quim Torra.

Llega el Pedro Sánchez en modo electoral que defiende el diálogo, la estabilidad, la Constitución y las buenas maneras en la mesa. El que tacha a sus rivales de incendiarios peligrosos. El que planta cara a los independentistas catalanes, pero sin calentarse la boca. El que quiere repetir la campaña de Zapatero en 2008 y presentarse como estandarte de la moderación definiendo a todos los demás como extremistas.

El presidente del Gobierno inauguró su campaña electoral personal con una entrevista en horario de máxima audiencia en TVE. Las semanas anteriores a la convocatoria de elecciones habían ofrecido la imagen de un Gobierno superado por el ambiente radiactivo de la política española y arrinconado por sus propios errores estratégicos y de comunicación. La cuerda se tensó tanto que Sánchez decidió romperla antes de que saltara y le diera en la cara. Había que poner fin a la legislatura y no dejar que el sufrimiento se convirtiera en agonía.

En primer lugar, se trataba en la entrevista de marcar distancias con ERC y el PDeCAT. Primero, negó que hubiera pactado con ellos para echar a Rajoy: “Discrepo del concepto del bloque de la moción de censura”, el mismo que ha empleado de forma constante Pablo Iglesias para intentar que el Gobierno sobreviviera. “Nunca ha habido un acuerdo con los independentistas”.

Luego, pasó a criticarles directamente. Donde más les duele. “El independentismo tiene pavor a sentarse a negociar”, dijo. De inmediato, sacó el asunto del tuit de Gabriel Rufián de las “155 monedas de plata”, el símbolo de la división entre nacionalistas cuando Puigdemont dudó y pensó en convocar elecciones en Catalunya para encontrar una salida dialogada a la crisis. Sacar a colación el tuit es una de esas cosas que se llevan preparadas antes de que comience la entrevista.

Se trataba de negar que exista un bloque más o menos coherente en que Sánchez comparta espacio con los independentistas.

Hasta elogió el 155 “proporcional” que impuso Mariano Rajoy para distinguirlo del 155 permanente al que aspiran Pablo Casado y Albert Rivera.

El segundo paso consistía en definir el bloque opuesto como si fuera una entidad sólida y sin fisuras. Por eso, no hizo críticas personales a Casado o Rivera, tampoco en el día en que se supo que Ciudadanos ha descartado cualquier acuerdo futuro de gobierno con el PSOE y ha abandonado sus escrúpulos iniciales para situarse dentro de la Triple Alianza que a partir de ahora comparte con el PP y Vox.

Lo llamó “el bloque de la involución”, el que hará “retroceder” al país 40 años. La gente que “traiciona el espíritu y la letra del artículo 113 de la Constitución”, que regula la moción de censura. Los que “empobrecen” nuestra democracia. “No están echando agua para apagar ese incendio (de Catalunya), sino gasolina para aumentarlo”. Los pirómanos.

Sánchez se hizo la víctima ante este doble acoso, la misma medicina que le funcionó tan bien a Zapatero en su reelección. Cuando llegan las campañas, los políticos sienten la tentación de emplear lo que ya ha funcionado antes.

El presidente recurrió también al mito fundacional de la democracia española, la Transición, cómo no. “¿Hubiera sido posible la Transición sin diálogo?”, dijo en un mensaje dirigido a los votantes mayores de 65 años, esos que votan haga frío o haga calor. Un caudal de votos con el que los partidos en el Gobierno creen que pueden contar en momentos de zozobra.

En ese intento por tranquilizar, o sedar, a los votantes, Sánchez no tuvo inconveniente en elogiarles sin rubor. “Los ciudadanos nunca se equivocan en sus decisiones”, dijo en una declaración que no pasaría el 'fact-checking' más elemental. No era suficiente. También comentó que las elecciones “tienen que servir para unir a los españoles”. Sonaron en ese momento las campanas de la basílica de San Pedro.

Inevitablemente, las elecciones dividen a los votantes. Esa es la idea. Cada uno puede votar a quien quiera. Pero un poco de optimismo con poca base nunca ha hecho daño a un partido en el Gobierno.

La foto de la manifestación de Colón que muestra a las tres derechas reunidas en familia concedió a Moncloa el momento que esperaba para tomar una decisión que cuenta con muchos riesgos. Las encuestas parecen apuntar que el voto al PSOE sigue subiendo, pero Sánchez se encuentra en una situación no muy diferente a la de Rajoy ante las elecciones de diciembre de 2015: tener casi asegurado el primer puesto, pero quedarse a merced de un acuerdo de varios partidos de la oposición.

Pero de eso ya se preocupará Sánchez a partir del 28 de abril. Los políticos viven en el presente.

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