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Subir y subir (por si suben las encuestas)

Pablo Casado, durante una rueda de prensa este viernes.

José Luis Sastre

Así como el móvil cuenta los pasos de los andares y los pisos que se van subiendo, hay portadas de periódicos que miden las plantas que escala Pablo Casado o le recuerdan las que aún le faltan por ascender. Con Rajoy lo hacían, le afeaban todo lo que le quedaba por decir. No sirve ya hacer pasar a Pedro Sánchez por traidor ni por felón, porque hay que subir y subir en una lógica de casino: ganar y ganar. De manera que Casado ha llenado de frases la semana para remontar los días mezclando a Sánchez con ETA por si no alcanzaba con equipararlo al independentismo y al chavismo.

Bildu -“es injusto decir que todo el mundo que ha votado a Bildu es de ETA”, decía Javier Maroto en su vida anterior en Vitoria- ya estuvo a favor de la moción de censura, aunque es ahora, con los decretos de última hora que el Gobierno impulsa con evidente afán electoral, cuando Casado asocia a Sánchez con Otegi, como si la coincidencia de votos fuese una novedad. Para atrapar un argumento de campaña, entonces, no se precisa la actualidad de un hecho, sino el uso que puedan darle. A menudo, incluso, no se precisa ni el hecho. El caso es que Casado se ha agarrado a esa comparación –el apoyo de Bildu supone “aguantar que Otegi diga que ha merecido la pena el terrorismo del tiro en la nuca”, llegó a afirmar el jefe de la oposición- mientras adorna sus mítines con gritos de viva la policía y viva la guardia civil. Subir y subir.

Las encuestas no bajan para el PSOE, que aguanta en torno al 30% mientras empieza a reconcomerle el picante de los sondeos previos, no vaya a ser que tantos buenos pronósticos hayan producido un clima de exceso y el votante concluya que no hace falta su papeleta, que el último domingo de abril puede que amanezca soleado y con ganas de mar. De ahí que Sánchez apremie a su militancia para que se movilice. De ahí que en Ferraz promuevan un lema que, más allá del doble sentido que regalaron a la oposición, exhorta al votante a que asuma su responsabilidad: haz lo que sea, pero haz.

Eso, claro, hasta que la ministra portavoz arruina el marco que buscaban con alusiones al Titanic. El PSOE trató de resarcirse del barco y del hundimiento con la diputación permanente, donde fue a resucitar por una tarde el bloque que le llevó al poder con su aval a los decretos. Espejismos: con esa mayoría, Sánchez ha durado nueve meses y no ha podido tramitar siquiera los presupuestos. Además de las promesas, ganará quien ofrezca estabilidad, que es el unicornio azul del momento político. Se entiende así que anden repartiéndose ministerios que todavía no tienen.

Por eso algunas frases que se dirán en estos días perdurarán hasta el próximo mes de mayo: Pablo Iglesias ha hecho saber que querrá estar en el Gobierno -habla del Ministerio del Interior- y José Luis Ábalos reescribe su propio guion. Si dijo que preferiría el voto de Albert Rivera al de los independentistas en una investidura, aclara que también le gustaría alargar “la colaboración con Podemos” antes que una eventual alianza con Ciudadanos.

Es en Ciudadanos, precisamente, donde llueven las dudas. No sólo acerca de sus primarias, que no decrecen, sino sobre la estrategia de basarlo todo en el eje identitario. Tiene toda la lógica en el partido que creció a partir de Catalunya pero que, a la vez, presumió de su posición centrista: Rivera fue capaz de pactar con Sánchez un programa de investidura y hacer lo mismo con Rajoy a las pocas semanas. En esta ocasión, en cambio, aísla a los socialistas y se asocia con el PP, aunque precisara del apoyo de Vox. Dudas en Europa sobre el movimiento. Dudas en Ciudadanos.

¿Tan convencidos están en el partido de que sus votantes prefieren una alianza que incluya a la extrema derecha? ¿Cómo se mide el éxito de abocar al PSOE al cubo de los radicales si, en las encuestas, el PSOE resiste y Ciudadanos no remonta? ¿Cuáles son las opciones para el votante que se diga centrista? ¿De verdad que el votante decidirá sólo por la cuestión territorial? Y si es sólo la cuestión territorial y lo que acaba importando es el tamaño de la bandera, ¿no irán a Vox esas papeletas? 

¿No habrá nadie que, en su indecisión, se pregunte por los efectos de asociarse con un partido en el que no se ha asumido la responsabilidad por el espionaje político con fondos reservados o el encargo de informes falsos contra los adversarios? Fiarlo todo al eje identitario, ¿implica que no importa lo demás o que lo demás es menos grave? El fichaje de Soraya Rodríguez -que puede reafirmar a aquellos que hicieron el viaje ya del PSOE a Ciudadanos- ¿cuánto tirón tendrá para los indecisos? Llueven las preguntas en el partido que sabía encontrar en los sondeos las respuestas más interesantes.

En verdad, cuesta desprenderse del foco catalán, con la dirigencia independentista dispuesta a degradar más aún las instituciones propias. Primero con la presidencia de la Generalitat y luego con el Parlament, cuyo presidente accidental, Josep Costa (JxCat), buscó su minuto de gloria aunque se excediera de sus funciones mientras intervenía Inés Arrimadas. Es el Parlament, la única autoridad que reconoce Quim Torra, a quien piensa desobedecer el president tras perder la moción que le pide una cuestión de confianza. Han decidido subir y subir, que se vienen varias campañas y el último CEO le complica los planes a Torra. En el caso de que los tenga.

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