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El Toro de la Vega, entre la tradición y la modernidad

El astado de nombre "Barco", un ejemplar de 570 kilos perteneciente a la ganadería de La Cardenilla, protagoniza el festejo del Toro de la Vega que la villa de Tordesillas (Valladolid) celebra en el marco de sus fiestas patronales, por cuarto año consecutivo sin muerte del animal en público después de la prohibición de su alanceamiento.

EFE

Tordesillas (Valladolid) —

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Manso y distraído entra el Duero en Tordesillas lamiendo la cerca de las Clarisas hasta enhebrarse en los ojales de su puente medieval, por donde este martes ha corrido el Toro de la Vega en una versión desnaturalizada de su secular torneo, sin lanzas ni muerte en público por imperativo legal.

Por cuarta edición, el Toro de la Vega no ha tenido que contender con lanceros de a pie y a caballo desde que en junio de 2016 el Parlamento de Castilla y León convalidó un decreto-ley que prohibía las acometidas y el sacrificio en público del animal, y desde que el Tribunal Supremo selló el pasado marzo cualquier vía de reclamación.

Tres años de lidia judicial y cuatro ediciones han dejado un poso de resignación en la villa de Tordesillas, que ha dejado de ser el epicentro de polémicas, centro de debates y foco mediático nacional cada mes de septiembre entre partidarios y detractores de un festejo de origen medieval, eje de las fiestas patronales del municipio.

De torneo a simple suelta de un toro de imponente lámina y desproporcionadas defensas, más de 25.000 personas han asistido este martes a un espectáculo que se ha desarrollado sin incidentes ni heridos por asta y que ha durado aproximadamente media hora.

Treinta minutos justos han transcurrido desde la bomba y el toque de reloj suelto que han anunciado la salida del burel, hasta que “Barco” ha sido conducido a los corrales de la vega del Zapardiel, donde descansará hasta que este viernes sea trasladado al matadero para morir apuntillado, también por imperativo legal, junto al resto de las reses que protagonizarán esta semana festiva.

Mansurrón y sin fijeza, como el Duero en Tordesillas después de engullirse el Adaja y antes de zamparse al Zapardiel, el astado no se ha empleado y apenas ha respondido a los cites de los mozos que han conducido sin problemas una embestida de escasa codicia, desde el empedrado y el puente hasta los pinares de la vega.

Herrado en la ganadería de La Cardenilla, de 560 kilos y una descarada arboladura corniveleta, “Barco” no ha hecho honor a su sangre parladé (vía Juan Pedro Domecq), aunque su trapío sí ha respondido a la estirpe del Conde la Corte de la que también procedía su encaste.

De armónicas y bellas hechuras, el Toro de la Vega 2019 ha agradecido la humedad y el barro ocasionado por las recientes lluvias, y ha declinado los cites de los jinetes, aquerenciado en los pinos situados en las proximidades del Parador de Turismo.

En este lugar ha permanecido durante cerca de veinte minutos, con amagos, carreras intermitentes y un instinto que rehusaba cualquier conato de pelea cuando los mozos y los jinetes llamaban su atención.

Resignación, conformidad y acatamiento han planeado sobre los vecinos, aficionados y visitantes que han contemplado este ritual el que, a excepción de las lanzas y la sangre, ha conservado el resto de los elementos que distinguieron su torneo.

No obstante, alguna pancarta se ha podido leer en defensa de la lidia histórica, colgadas en balconadas o desplegadas por algún mozo, incluso pintadas y camisetas alusivas al Toro de la Vega como símbolo e identidad de la población donde permaneció recluida Juana de Castilla, y hace 525 años se firmó el tratado que dirimió entre portugueses y españoles sus áreas de influencia en América.

Dos minutos antes de la salida de “Barco”, una presunta activista lució junto al puente un corazón de cartón, forrado en rojo, partido en dos mitades y con la frase escrita: “No estás solo, pequeño”, en referencia al animal.

El espectáculo ha finalizado con el regreso de los participantes a la villa donde, pasado el puente, se alza la colosal escultura del Toro de la Vega que en 2003 cinceló Óscar Alvariño como elocuente testimonio de un ritual que ha pasado a la historia.

Roberto Jiménez

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