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Valladolid conmemora los 125 años del nacimiento del bailarín Vicente Escudero

EFE

Valladolid —

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Ni gitano, ni andaluz, Vicente Escudero (1888-1980), el gran teórico de la danza flamenca masculina, defensor de su pureza y reputado como uno de sus intérpretes más auténticos, nació en Valladolid, la ciudad que hoy le recuerda con una exposición conmemorativa de los 125 años de su nacimiento.

No dejó herederos, pero de su clasicismo, sobriedad y originalidad han bebido sucesivas generaciones de bailarines desde Antonio y Gades hasta Canales y Amargo, entre otros que le tienen por referente y le citan con asiduidad como ejemplo de pureza y garante del canon clásico frente a vanguardias.

De todo ello, además de su polifacética personalidad, deja constancia la exposición “Vicente Escudero: 125 años”, promovida por la Diputación de Valladolid con fondos cedidos por Julio Fraile y Milagros Sandonís, sobrinos y herederos de este bailarín que también escribió, pintó, diseñó trajes y ocasionalmente fue actor de cine y solía firmar sus propias coreografías.

Fotografías originales y manuscritas, donde aparece con Salvador Dalí y Antonia Mercé “La Argentina” en Nueva York, Amsterdam o París en los años treinta, testimonian la influencia, reconocimiento y popularidad que alcanzó este artista, hijo de un modesto zapatero, mozo de imprenta siendo apenas un niño y que con su taconeo rompía en Valladolid las tapas de las bocas de riego donde se probaba.

Los carteles de sus espectáculos y programas de mano expuestos en el Teatro Zorrilla, hasta el 1 de diciembre, dan cuenta del éxito de una carrera, de la aceptación de un concepto de baile que curiosamente triunfó antes en Europa que en España, donde hizo su presentación en 1930 años después de su consagración en Francia.

De excepcional valor es la docena de trajes originales, bien conservados a pesar del tiempo, que utilizaron Escudero y Carmita García, su pareja de baile durante casi cincuenta años, en sus giras con espectáculos de danza flamenca inspirados en piezas de Isaac Albéniz o Manuel de Falla.

Chaquetillas cortas y calzonas de aire campero y aroma taurino en sus diseños, comparten vitrina con un traje de fallera cosido en seda natural u otro armado en encaje de seda negra, con frecuencia diseñados por ellos mismos como custodios conscientes de la indumentaria tradicional.

Este afán por preservar el atuendo tradicional figura entre los mandamientos del “Decálogo del arte flamenco puro” que en 1951 Vicente Escudero anotó como quintaesencia de la danza en hombre: sobriedad, caderas quietas, asentamiento del cuerpo, estilo y acento y armonía de miembros.

El último precepto consiste en “lograr variedad de sonidos con el corazón, sin chapas en los zapatos, sin escenarios postizos y sin otros accesorios”, lo que a juicio de su sobrino y coordinador de la exposición, Julio Fraile, demuestra “la pureza que tanto defendió”.

“Nunca dijo ni se consideró el mejor bailarín, pero sí alardeaba de ser uno de los más puros” a pesar de su anarquía y de su concepto “nada académico”, porque era la imaginación, desprovista de la inteligencia, la que daba paso a su creación corporal, pero siempre desde la ortodoxia de su decálogo, “los diez mandamientos del baile flamenco masculino”, ha apostillado Fraile a Efe.

De la exposición también forma parte un ejemplar original de “Mi baile” (1947), donde Escudero dejó en letra de molde su teoría y filosofía del flamenco masculino, que aprendió junto a los gitanos granadinos del Sacromonte a principios del siglo XX siendo adolescente, con quienes convivió en sus cuevas.

Desde los cafés cantantes hasta los mejores escenarios, Escudero bailó hasta los ochenta años, hasta 1969, año en que se estableció de forma definitiva en Barcelona, donde falleció en 1980 junto a María Márquez, su última pareja artística.

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