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Viajero en el cruce Rafah: “La vida en Gaza es un cúmulo de humillaciones”

Viajero en el cruce Rafah: "La vida en Gaza es un cúmulo de humillaciones"

EFE

Rafah (Gaza) —

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Un año y medio después de quedarse atrapado en Gaza, el palestino Naser Al Gharabe aprovechó la actual apertura del cruce de Rafah para salir por Egipto, volar a Jordania y poder regresar a su casa de Qalquilia, en Cisjordania, a escasos cien kilómetros de la Franja.

No consiguió el permiso de salida que Israel sí le había concedido para entrar por Erez, y las escasas aperturas que autoriza El Cairo desde 2014 por Rafah, cuya lista de espera ha superado los 20.000 inscritos, hicieron que una visita de trabajo al enclave le separa de su familia durante meses.

“Un largo y costoso viaje porque no obtenemos permiso entre Gaza y Cisjordania, así que hemos tenido que recurrir a amigos”, explica Al Gharabe a Efe poco antes de montar en el autobús del mediodía que cruza hacia territorio egipcio y que durante una jornada transporta una media de 200 personas diarias.

Ha tenido suerte, porque Egipto ha mantenido operativo durante todo el mes de Ramadán de forma excepcional el cruce, que sólo abre en contadas ocasiones y para casos humanitarios, y también por haber conseguido costear, no sólo el billete, sino las dudosas comisiones que se piden a ambos lados de la frontera y que pueden superar los 3.000 dólares.

Pocos en el paso fronterizo, controlado por el movimiento islamista Hamás, pese al acuerdo de reconciliación con el nacionalista Al Fatah que solo gestiona administrativamente el último tramo hacia Egipto, quieren hablar de estos sobrecostes, más allá de callar y reír cuando se les pregunta.

“Salir por Erez es especialmente difícil para los jóvenes y Gaza atraviesa una política injusta por lo que no es fácil conseguir nada. La administración no trata bien a la gente”, se queja Mohamed Ayul, de 27 años, que planea ir directamente a Francia o, si consigue el visado en El Cairo, a falta de embajada en el enclave, dar el salto a Estados Unidos.

Pese al actual alivio que supone la apertura de Rafah, cuyo cierre agravó notablemente el bloqueo que Israel impuso en Gaza cuando Hamás se hizo con su control en 2007, el entusiasmo de quienes esperan en la sala de espera es contenido. Nadie se fía de completar el periplo hasta poner el pie en Egipto.

“La vida es menos que vida. La gente está bebiendo agua del mar ¡Por Dios! No te puedes lavar la cara ni las manos para rezar, no hay agua dulce. ¡Es demasiado!”, se indigna en declaraciones a Efe Azhar Hamude, de 60 años y residente en Emiratos Árabes Unidos que pasó dos semanas visitando a su padre en Gaza.

La inusual apertura que Egipto decidió extender hasta finales de agosto con motivo de la festividad islámica del Eid Al Adha (Fiesta del Sacrificio) ha permitido a 9.000 personas salir del enclave y rebajar una lista de espera que, al mismo tiempo, sigue aumentando ante el anuncio.

“El paso de Rafah no es estable, está cerrado la mayor parte del tiempo, quienes vienen por negocios no pueden salir y quienes viven fuera no pueden entrar. Yo voy a visitar a mis familiares a Egipto, porque, si ellos vienen, pueden quedarse bloqueados”, comenta Abde Rahman, de 25 años.

Los abrazos de despedida a viajeros, que marchan sin saber si volverán o cuándo, se repiten aunque los más aseguran que este territorio de 364 kilómetros cuadrados, dos millones de habitantes, un desempleo de más de 44 % según datos del Banco Mundial, y un 80 % de la población dependiente de ayuda internacional, es su “hogar”.

“La vida en Gaza es un cúmulo de humillaciones. No es justo que esta situación ocurra. La vida aquí es la de un animal, no la de un ser humano. Mira a la gente en la frontera que van a perder las piernas”, refiere Abde Rahman a las protestas que se han repetido desde el 30 de marzo y en las que ha habido 130 palestinos muertos por fuego israelí y más de tres mil heridos de bala.

Hasta Al Gharabe ha notado el deterioro en este año y medio que ha pasado encerrado en el enclave: “Nunca lo había visto tan mal”, lamenta.

Laura Fernandez Paloma

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