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Zaatari, el lugar de Jordania donde el tiempo se detuvo hace cuatro años

Zaatari, el lugar de Jordania donde el tiempo se detuvo hace cuatro años

EFE

Zaatari (Jordania) —

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A 20 kilómetros de la frontera norte de Jordania el tiempo se detuvo hace casi cuatro años para miles de sirios que esperan a que llegue el momento de volver a casa en el segundo campo de refugiados más grande del mundo y hogar hoy de 80.000 personas.

Pero la espera no impide que se haya instalado una anodina rutina en “los Campos Elíseos”, nombre oficioso que recibe la principal arteria comercial del campo, que cada vez parece menos un lugar de paso y más una ciudad en la que es posible comprar prácticamente de todo siempre que se tenga dinero.

Ahmad Alí se afana en arreglar la rueda de una de las centenares de bicicletas que levantan el polvo de este pedazo de tierra seca entre 3.000 tiendas de ropa, animales, frutas y fardos de tabaco del “comercio informal” -como lo define la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) que opera en el campo-, que desarrollan algunos refugiados convertidos en empresarios.

“Me siento nostálgico, quiero volver. Teníamos casas, tierras, trabajo. Éramos felices ¿Cómo podría serlo aquí?. Antes vendía alfombras y hacía un buen dinero cada día. Teníamos una buena vida y fue un error abandonarla”, confiesa Alí.

Hace dos años y medio llegó a Zaatari huyendo de Damasco de la inseguridad y persecución impuesta por el régimen de su presidente, Bachar al Asad, por quien el miedo que aún siente le obliga a usar un nombre falso para evitar, dice, represalias sobre su familia.

Este antiguo mercader es uno de los 640.000 sirios registrados por ACNUR en Jordania que un día dieron la espalda a sus vidas y buscaron refugio a la espera de que terminase la guerra que desgarra su país y lo ha transformado para siempre.

Cinco años después, la comunidad internacional ha fracasado en poner sobre la mesa una solución política al conflicto que ha creado la mayor crisis de refugiados de nuestra época ante la que Europa se muestra impotente y con la que Jordania convive desde hace años.

“Cuando el pico de entradas de refugiados a Jordania alcanzó los 3.000 al día, simplemente no podíamos ofrecer la ayuda humanitaria necesaria, así que se abrió Zaatari” en julio de 2012, cuenta a un grupo de periodistas Gavin David White, trabajador de ACNUR.

Desde entonces, las tiendas de campaña han sido reemplazadas por pequeñas estructuras metálicas que hacen las veces de viviendas con pequeñas cocinas y una estancia que es salón y dormitorio al mismo tiempo para familias enteras que ya no recuerdan lo que es la privacidad.

Existe un tendido eléctrico que mantiene a la población conectada a la luz y al resto del mundo a través de sus televisores entre las 4 de la tarde y las 3 de la mañana, y tuberías de saneamiento que crean un entramado de infraestructuras “más propias de un asentamiento estable que provisional”, explica White.

Pero insiste en que el campo “no es una solución duradera”.

“En este contexto no tienes las mismas oportunidades que cuando no eres un refugiado. No eres independiente. No puedes recibir educación superior. Y lo más importante, si les preguntas, todos quieren volver a Siria”, asegura.

El responsable subraya que esta idea “contrasta con la percepción de Occidente de que los que van a Europa quieren quedarse para siempre. Claramente no es el caso si hablas con los sirios. Es la ausencia de opciones realistas en Jordania lo que les empuja a ir a otros sitios a buscar una manera estable de ganarse la vida e invertir en el futuro de sus familias”.

Y relata historias sobre algunos que dejan el campo para volver a Siria y de nuevo, desesperados por los precios y la situación, regresaron a Jordania o iniciaron su ruta hacia la esquiva Europa.

“No pienso en mi futuro, sólo en el de mis hijos. Quiero darles la mejor educación” cuenta a Efe Mohamed Ramadán, de 28 años, que como el 90 por ciento de los refugiados de Zaatari procede en Daraa, la localidad próxima a Jordania donde comenzó la revolución siria.

Su hija Yana, de año y medio, revolotea a su alrededor con un rosario musulmán en las manos hasta que se le cierran los ojos en el interior de una caravana impersonal recubierta de esterillas de ACNUR donde pulcramente se apilan colchones y mantas, con un espejo de plástico rosa chicle y unos fragmentos de Corán como decorado.

La pequeña nació en el campo donde sus padres y sus hermanos Mohamed y Yusef, ahora de 5 y 3 años, llegaron en un coche con lo puesto y con la idea de pasar allí 15 días.

“La vida aquí es aburrida. Me siento y no hago nada, sólo esperar. Pienso muchas veces en volver, pero necesito saber que hay una vida. Paz y trabajo es lo único que queremos”, pide Ramadán desde su hogar provisional en ninguna parte.

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