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El rito alternativo que salva de la ablación a miles de niñas masái en Kenia

El rito alternativo que salva de la ablación a miles de niñas masái en Kenia

EFE

Mosiro (Kenia) —

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Para muchas niñas masái de Kenia, la Navidad representa el momento en que sufren mutilación genital y son casadas con hombres 40 o 50 años mayores, prácticas que ONG como Amref combaten con la celebración de un rito alternativo de paso a la edad adulta.

Unas 150 niñas reunidas en la escuela femenina Naningoi en Mosiro, en el condado de Kajiado, cerca de la frontera con Tanzania, iluminan la noche preñada de oscuridad con un centenar de velas: están felices porque saben que mañana se convertirán en mujeres.

Serán mujeres masái sin necesidad de ser circuncidadas, algo impensable apenas dos años atrás entre los ancianos guardianes, líderes religiosos, progenitores y “moran” (jóvenes guerreros masái) de esta comunidad, para quienes la ablación de toda niña constituía un prerrequisito para su inmersión en la edad adulta.

“Hace algunos años, nosotros como masáis entendíamos que si una niña no había sido circuncidada era impura, por lo que nuestra cultura no le permitía el matrimonio”, relata a Efe Jacob Salao Ole Poroko, líder comunitario de Mosiro.

“Pero desde hace poco, y gracias al proyecto ”Yes I do“ (Sí quiero), hemos aprendido que se trata de una práctica peligrosa por la que ya hemos perdido a demasiadas niñas”, reflexiona Poroko aferrado a su bastón negro, emblema de poder entre los masáis.

Este proyecto es el fruto de una alianza vigente hasta 2020 entre cinco ONG, entre ellas Amref Health Africa, ganadora del premio español Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2018, y Plan International.

Desde 2009, gracias a diversos proyectos centrados en la mutilación genital femenina, Amref ha conseguido salvar a un total de 14.000 niñas.

“Este proceso no es el resultado de una noche, de una semana o de unos meses. Necesitamos alrededor de un año y medio hasta que la comunidad está preparada para acoger un rito de paso alternativo”, detalla a Efe Millicent Odingo, responsable de Amref del proyecto “Yes I do”.

Durante este tiempo, trabajadores de estas ONG mantienen diálogos comunitarios con la cúspide de la jerarquía masái -además de sesiones de sensibilización con los niñas-, a quienes informan sobre las consecuencias físicas, psicológicas y sociales de la mutilación.

“La tradición está tan arraigada en la cultura que no conciben otra forma de que una niña se convierta en mujer. Entonces les preguntamos, ¿qué pasa con las mujeres de otras culturas?, ¿no son mujeres?, ¿no se casan?, ¿no tienen hijos y estudian?”, argumenta la responsable de proyecto de Amref, Grace Majaiakusi.

“Hace falta diálogo y más diálogo, que sepan cuáles son sus verdaderos efectos y no solo que es la ley y que hay que cumplirla”, matiza Majaiakusi sobre la legislación que desde 2011 prohíbe la ablación en Kenia, pese a que aún se practica, sobre todo, en zonas rurales.

Aunque la prevalencia nacional no supera el 21 %, según la Encuesta Demográfica y de Salud de Kenia 2014,esa cifra entre la etnia masái -que puebla el sur del país y el norte de Tanzania con un millón y medio de habitantes- se dispara hasta el 78 % en Kajiado.

En todo el mundo, más de 200 millones de niñas y mujeres han sido circuncidadas en un total de 30 países localizados en África, Oriente Medio y Asia, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

“La circuncisión, el matrimonio infantil y el embarazo precoz están conectados: la ablación les conduce al casamiento y el casamiento forzoso, a la mutilación, al abandono escolar y a ser madres”, enumera la activista y defensora de los jóvenes Selina Nkoile, nativa de Mosiro.

Unos días antes de la ceremonia, ya congregados en la escuela, niños de poco más de nueve años aprenden a respetar a una joven que no ha sido circuncidada, a querer casarse con ella y a considerarla como a una igual.

Mientras que, por su parte, las niñas son instruidas en derechos reproductivos, sexualidad y habilidades sociales; fomentando su ambición para llegar a ser no solo esposas y madres -como les han inculcado- sino también profesoras, médicas o abogadas.

“Apaga la llama de la mutilación genital femenina, enciende la llama de la educación”, repiten al unísono la mañana del rito cientos de niñas y niños en procesión hasta alcanzar la residencia de los líderes.

Más tarde, de vuelta en la escuela y bajo un sol abrasador de mediodía, las niñas bailan y cantan ante la atenta mirada de sus progenitores y autoridades, se suceden los rezos y discursos, y finalmente son bendecidas por los más ancianos.

“Los más jóvenes van a acabar con la mutilación genital femenina. Nosotros, los más viejos, la hemos practicado y nuestras hijas han sido circuncidadas. Ahora, las nuevas generaciones, que han sido educadas, son quienes deben abandonarla”, concluye el anciano Oloosekenke Ole Kamuye, guardián de la cultura masái.

Patricia Martínez

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