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El Alvia, un recuerdo permanente en la vecindad de Angrois

El Alvia, un recuerdo permanente en la vecindad de Angrois

EFE

Santiago de Compostela —

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Dos años después, el pequeño barrio compostelano de Angrois, una diminuta población que ocupó portadas de prensa en todo el mundo, mantiene abiertas las heridas que desencadenó el descarrilamiento del Alvia y ello hace inevitable que los recuerdos, las lágrimas y el dolor se revivan.

Los múltiples reconocimientos a la valentía demostrada por el “ejército de voluntarios” que el 24 de julio de 2013 se echó a las vías del tren para rescatar a las víctimas del accidente ferroviario no consuela a unos ciudadanos incapaces de dejar atrás esa luctuosa jornada que precedió a la habitual celebración del Día de Galicia.

Los habitantes de esta zona, situada en las afueras de la capital gallega, todavía se sobresaltan cuando un convoy aparentemente circula más rápido de lo normal o si el sonido de los vagones al pasar les parece más fuerte.

Es el caso de Andrés Moure, un hombre que aquella fatídica tarde noche de hace dos años hubiese preferido no estar allí, ya que esas estampas que queman la retina vuelven de vez en cuando a su mente.

Él, ha contado hoy a Efe, al igual que otros vecinos que se han prestado a mantener conversaciones, vio ese accidente y escuchó el topetazo, un estruendo que sorprendió al pueblo, por su crudeza y decibelios.

Bajó a ayudar sin pensar: “Cuando yo llegué no había casi nadie, pero bajas sin pensar, porque si piensas... las cosas no se hacen”, sostiene.

Veinticuatro meses más tarde, rememora la cantidad de cables que los otros moradores de Angrois y él tuvieron que atravesar, sin reparar en ello, aunque en este momento presente, sin actuar en caliente, sí está en condiciones de admitir que “si hubiesen tenido corriente, moriríamos todos”.

“Si llega a ser ahora no sé si bajaría, porque ver a la gente así, en trozos... no estamos acostumbrados... para una persona como nosotros, de la aldea, es duro”.

“Sí bajaría...”, se corrige acto seguido, dando vueltas a la cabeza, pero explica que todo fue durísimo, incluso para los servicios de emergencias profesionales.

Andrés Moure ve la curva de A Grandeira, la “zona cero”, casi a diario, y pasa por delante, en la parte transitable, no muy lejos, pero es un paseo que más duro que antes, “porque al caminar por allí, aquello se te viene a la cabeza; uno no lo olvida, esto es de por vida”.

“Muchísima gente” de otros lugares continúa visitando su barrio, en el que todos se conocen, y entienden, en general, la expectación.

“Es normal, tienes que venir si perdiste aquí a un hijo o a un marido, y eso lo vemos un día tras otro”, desvela Moure, realmente afectado.

Maruja Rico, una mujer que desde el propio huerto de su casa puede contemplar las vías del tren, tiene grabada la fecha del 24 de julio como “algo terrible” y asegura con rotundidad que nadie que no haya estado allí ese funesto día “se puede imaginar lo que pasó”.

Más allá de las imágenes que llenaron informativos y periódicos, dice, nadie es consciente de lo experimentado. “Los niños llorando, la gente llamándote...”, describe, y solloza amargamente. No puede evitarlo.

Su rostro descompuesto es el exponente de un pueblo que jamás olvidará lo ocurrido.

Otro lugareño, Ramón Rial, confirma que, no en vano, este terrible episodio les ha tocado a todos “muy de cerca”, y cuenta cómo a algunos “incluso más”, ya que una de las pasajeras del tren, Ana Belén Leis, que sobrevivió, es hija de unos vecinos de Angrois.

“Su padre estaba allí en la cantina y no quería bajar para no ver aquello... y resulta que su hija, funcionaria de prisiones, estaba allí, en ese tren”, dice Rial, que a pesar de haber vivido casi puerta con puerta con la joven, en aquel momento de nerviosismo no la reconoció.

“Todos los vecinos -prosigue- participamos en todo hasta que llegaron la Policía, la Guardia Civil... ¿Qué íbamos a hacer?”, se pregunta.

La remembranza perdura y se hace más presente en momentos como éste en el que los familiares de las víctimas de Angrois depositan flores a los pies del crucero que recuerda el siniestro y en el que los curiosos y los medios de comunicación son habituales en Angrois.

“¿Qué le vamos a hacer?”, concluye Ramón Rial, “cuando accidentes hay en todos lados, la mayoría por despistes, y este, de una gran magnitud, fue aquí, en Angrois, y vimos a un país desmontarse”.

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