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El bicentenario de Wagner reabre el amor-odio alemán por el genial compositor

El bicentenario de Wagner reabre el amor-odio alemán por el genial compositor

EFE

Berlín —

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El bicentenario del nacimiento de Richard Wagner (22 de mayo de 1813) ha reabierto la relación amor-odio de Alemania hacia su compositor más genial y controvertido, quintaesencia de la “germanidad” y a la vez universal.

Leipzig, la ciudad donde nació, y Bayreuth, donde mandó construir el teatro dicho idóneo para sus óperas, comparten estos días el protagonismo de las celebraciones, entre conciertos, seminarios, exposiciones y todo tipo de actos de devoción al compositor.

La ciudad sajona se reivindica en este “Año Wagner” como la capital de la música por excelencia de Alemania, ya que ahí nació Wagner y ahí vivieron, en distintos momentos, Johann Sebastian Bach, Felix Mendelssohn-Bartholdy y Robert y Clara Schumann.

El “Anillo” se representó este año en su integridad, por primera vez en décadas, en la modesta ópera de Leipzig y en esa ciudad quedará inaugurado un monumento al compositor este jueves, día clave en medio de una conferencia internacional entorno al “Mito Wagner”.

En Bayreuth se ofrecerá, también el jueves, un concierto dirigido por Christian Thielemann, director estrella del Festival Wagner que todos los años desde su fundación (en 1876) convierte la ciudad de provincias bávara en meca de los adoradores del compositor.

“A Wagner se le adora o se le detesta. Y esto sirve tanto para su música como para él, como persona”, resume Sven Oliver Müller, autor del libro “Richard Wagner und die Deutschen. Eine Geschichte von Hass und Hingabe” -“Richard Wagner y los alemanes. Una historia de odio y entrega”-.

Sus óperas pueden ser estridentes, excesivas o hasta insoportables, para quienes no se cuentan entre sus admiradores, o transportar a quien las escucha al éxtasis, si está en el hemisferio opuesto, musicalmente hablando.

“Como hombre fue un ser monstruoso”, añadía el historiador, en un encuentro con medios extranjeros, en alusión a sus infidelidades, carácter manipulador y reconocido antisemitismo, que el autor del libro califica de “oportunista”.

El máximo exponente de ese recalcitrante antisemitismo fue el ensayo publicado en 1850, bajo el título de “Das Judenthum in der Musik” -“El judaísmo en la música”-, del que no solo no se retractó sino que incluso escribió una segunda versión, más dura, en 1869.

Sus tesis fueron celebradas por Adolf Hitler, que convirtió su música en dogma operístico del Tercer Reich y proscribió a Mendelssohn, de origen judío y tachado de “débil” por Wagner.

“Lo relevante de Wagner no es lo que hizo en vida, sino cómo influyó y sigue influyendo en Alemania y los alemanes, que cada par de décadas cambian su perspectiva sobre él y su música, readaptan su interpretación del genio”, apunta Müller.

Para el llamado Rey Loco, Luis II de Baviera, el mecenas que financió su teatro y palió sus sucesivas bancarrotas hasta casi hundirse con él, representó el espíritu del elitismo, por mucho que Wagner había repudiado, en tiempos de bonanza, la monarquía.

Su antisemitismo, en vida, lo encumbró a los altares del nazismo, estigma que permanece tanto sobre su música como sobre Bayreuth, por mucho que para cuando Hitler llegó al poder Wagner llevaba medio siglo muerto.

El mensaje anticapitalista del “Anillo” le dio rango de revolucionario y hasta comunista, para otros, por mucho que el propio Wagner, tocado por el individualismo anarquista, tachó el marxismo de exponente de una forma de egoísmo moderno.

En la Alemania de hoy, el fervor por Wagner es un fenómeno apartidista, que comparten la canciller Angela Merkel o la líder de los verdes Claudia Roth, exministros socialdemócratas y destacados poscomunistas.

La pasión por el “Anillo del Nibelungo” es planetaria y se plasma en formato compacto -el “ColónRing” de Buenos Aires, que contrae la tetralogía en siete horas- o en su versión íntegra, sobre las 16 horas, de Bayreuth, con listas de espera de quince años.

Gemma Casadevall

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