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La crisis y la pobreza empeoran el efecto de la tuberculosis en Rumanía

La crisis y la pobreza empeoran el efecto de la tuberculosis en Rumanía

EFE

Bucarest —

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El aumento de la pobreza debido a la crisis, un sistema sanitario caótico y el estigma social que rodea a la tuberculosis son los factores de una ecuación que en Rumanía se cobra 1.300 muertes cada año, la tasa, en relación a la población, más alta de toda la UE.

Aunque el país ha reducido en los últimos años el número de enfermos, ha crecido la incidencia de la tuberculosis multirresistente (TB-MDR), la manifestación más agresiva y que tiene su origen en un tratamiento inapropiado.

“Muchos enfermos abandonan el tratamiento, por lo que desarrollan una tuberculosis multirresistente que requiere un seguimiento de dos años, un periodo imposible de cumplir sin ayuda adicional de alimentos y transporte”, explica a Efe Gilda Popescu, coordinadora del Plan Nacional de Lucha contra la Tuberculosis.

Cada año, más de 800 personas son diagnosticadas con esta virulenta forma de la enfermedad, cuyo tratamiento requiere más tiempo y más dinero, en un país donde la Seguridad Social falla en su obligación de atender a estos pacientes.

Según el tipo de tratamiento y su duración, luchar contra la TB-MDR supone una carga económica de entre 300 y 400 euros al mes, en un país donde el sueldo medio oscila en torno a los 350 euros.

Además, lo agresivo del tratamiento impide a los pacientes trabajar, una situación insostenible para muchas familias, especialmente en el contexto de crisis económica que ha elevado los niveles de pobreza y desempleo en un país donde el 30 por ciento de la población vive con menos de 5 dólares al día.

Si en 2009 se detectaron 300 casos de este tipo de tuberculosis, en 2001 la cifra fue de 830 y sigue subiendo, también porque se realizan más controles.

“Se tardan tres meses para detectar a un enfermo de tuberculosis, cuando en otros países se hace en días”, lamenta Popescu, que añade que los hospitales carecen de fármacos correctos por falta de dinero.

Bucarest lanzó en octubre de 2012 un plan nacional de cuatro años para contener la enfermedad y garantizar que sean diagnosticados y tratados al menos el 80 por ciento de los casos y que la tasas de curación llegue al 75 por ciento.

Sin embargo, el Gobierno aún no ha aportado los 5,5 millones que se comprometió a abonar anualmente durante la vigencia del plan, según denuncia Popescu.

“En Rumanía, hay dos opciones: o tomas la medicación correcta, pero te mueres de hambre; o te marchas a trabajar y, tarde o temprano, regresas al hospital. En cada una de ellas, pierdes”, describe Jonathan Stillo, un antropólogo de la universidad de Nueva York que estudia desde hace diez años la tuberculosis en Rumanía.

Stillo recuerda el caso de Iulian, un paciente con tuberculosis multirresistente que fue hospitalizado el año pasado pero que abandonó el tratamiento para volver a trabajar, porque su mujer y su hija no tenían otra fuente de ingresos. Al poco tiempo, falleció.

En el otro extremo está la historia de Cristina, una veinteañera que un día se descubrió escupiendo sangre al toser. Tras el diagnóstico, su familia alquiló un estudio en Bucarest para que pudiera seguir el tratamiento. Hoy está sana, casada y con empleo.

“Los pobres son los más vulnerables pero también hay abogados, médicos y deportistas que han adquirido de forma latente la enfermedad”, explica Stillo.

“Cuanto mayor sea la crisis económica, mayor incremento de enfermedades habrá”, advierte.

Otro factor que influye en que muchos pacientes no sean tratados adecuadamente es el halo de marginalidad que aún rodea a este mal.

“La gente tiene mucha vergüenza de declarar que es portadora de esta enfermedad; casi nadie lo reconoce”, subraya Stillo.

Raúl Sánchez Costa

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